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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Morir en Londres (I)

“La tierra es un factor de producción fijo.” Quien habita una isla no puede pensar distinto: si se expande, se cae al agua. La geografía vence a la economía. Si necesita más alimentos, o cultiva más intensamente la misma tierra, o los importa. La primera opción lleva a rindes agrícolas menores, suba del precio de los alimentos y caída de las ganancias. Esa era la situación inglesa al final de las guerras napoleónicas, en 1813-14: caía la ganancia del capital y David Ricardo culpaba a la rigidez del recurso tierra. “Si con cada acumulación de capital -escribía el 18-12-14 a Malthus-, pudiésemos agregar un pedazo nuevo de tierras a nuestra isla, la ganancia no bajaría nunca.» El absurdo de la idea demostraba la oportunidad de importar del exterior alimentos exentos de gravámenes aduaneros. Ello detendría el aumento de la renta de la tierra, o ingreso de los terratenientes, cuyos intereses representaba en el Parlamento el partido tory, mayoritario, que como es obvio vetó el plan de Ricardo. Entre tanto, la más lejana fracción del imperio español en América, las Provincias Unidas del Sud, buscaba hacerse un lugar entre las naciones libres a través de una Asamblea General Constituyente y, el mismo día de la carta de Ricardo a Malthus, envió a Europa en misión diplomática a don Bernardino Rivadavia y a don Manuel Belgrano. Llegaron a Falmouth, Inglaterra, el 7 de mayo de 1815, cuando Ricardo aún elaboraba el duelo por su derrota y James Mill lo incitaba a insistir con un escrito más amplio, que serían los Principios de economía política y tributación, publicados en 1817. Rivadavia buscaba una Constitución para el Plata, y allí estaba Jeremy Bentham, el célebre constitucionalista. Lo visitó en su propia casa. Bentham era protector de Mill, Mill seguidor de Ricardo, y Ricardo interlocutor de Malthus en temas teóricos de economía. ¿A cuáles de ellos trató? A su regreso no impuso una Constitución y sí fundó la Universidad de Buenos Aires y poco después (el 28 de noviembre de 1823) creó una cátedra de economía, a semejanza de la de Malthus en Londres y cuyo texto era la obra divulgadora de la economía ricardiana Elementos de economía política de Mill, traducida por el inglés Santiago Wilde. Los tories defendieron el arancel hasta 1846, cuando triunfó el librecambismo e Inglaterra miró hacia la tierra arable argentina y señaló a los aborígenes como un mal innecesario.


Morir en Londres (II)

El 24 de octubre de 1929 comenzó La Gran Depresión, aunque nadie lo sabía, como no sabemos hoy si estamos en el medio de una crisis similar. Ese día ocurrió la caída brusca de la bolsa de Wall Street, que pronto se transmitió a las bolsas europeas. Todos creían, como creemos hoy, que la recuperación sería a corto plazo. Economistas de la talla de Irving Fisher o Raúl Prebisch se equivocaron. Pasaban los días, los meses, los años, y las economías seguían hacia abajo. En 1932 la Sociedad de las Naciones, en Ginebra, convocó a una Conferencia Económica Mundial, que se celebraría en Londres en junio de 1933. Por América latina viajó a Ginebra, para sumarse a la comisión preparatoria, el “perito financiero” don Raúl Prebisch. Pero los países ya venían defendiendo sus intereses particulares. Inglaterra convocó a una conferencia imperial en Ottawa para regular su comercio de carnes, sin darle participación a su principal proveedor, la Argentina. El gobierno de Justo, alarmado, envió al vicepresidente, Julio A. Roca (h.) a reunirse con Walter Runciman. A Prebisch se le telegrafió ordenándole unirse a la delegación, que dicho de paso incluía a un miembro argentino que operaba a favor de los intereses de Inglaterra. La Conferencia Económica fracasó, torpedeada por Franklin D. Roosevelt, presidente de los EE.UU. y, en cuanto a la misión argentina, es penoso recordar sus resultados: sus tareas culminaron el 1-o de mayo de 1933, cuando ambos gobiernos suscribieron un tratado sobre carnes, por el que la Argentina se obligaba a gastar en productos ingleses las sumas que Inglaterra gastase en carnes argentinas y, de paso cañazo, se daba a Inglaterra el control sobre el transporte urbano de Buenos Aires. Uno de los miembros de la delegación argentina expresó entonces que nuestro país era parte integrante del Imperio Británico. Sin embargo, como dato positivo, Prebisch tuvo oportunidad, en abril de 1933, de acceder al escrito de Keynes “Los medios de la prosperidad”, publicado en The Times, donde, según Prebisch, el economista de Cambridge anticipaba su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. A su regreso “estábamos al borde de una verdadera catástrofe”, dijo, “iba gente joven a pedir comida a las casas”. Diseñó un plan keynesiano, anunciado el 28/11/1933, de expansión económica, controlando el comercio exterior con una política muy selectiva de cambios.