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Clara de noche
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Convivir con Virus

Los veo parados en el límite de la tierra. Frente a ellos, el agua hasta donde alcanzan los ojos. Con un rumor de amenaza como el temblor del piso que anuncia la llegada del tren. Están de espaldas a la cámara, los pies descalzos, el movimiento inquieto de los niños. Del piso recogen piedritas y las arrojan al río vestido de mar. Pequeños Davids que se enfrentan a Goliat. La intimidad de su fantasía navega por el agua que se llevó todo lo que tenían. Pero son niños. Y entonces sueñan con ser marineros, y creen que si la piedra hace patito tal vez el mundo esté en sus manos.

También el amor es prueba y error. El cuerpo merece la prueba. Vos merecés que el aire se vaya de los pulmones como si nunca fuera a volver y que después lo persigas, lo busques en otra boca que te devuelve tu alma renovada por el paseo sobre la tierra fértil de la piel, que tu cuerpo se construya de nuevo con la forma del deseo y que sientas tu poder de imán que sostiene a otro cuerpo junto al tuyo dibujando el contorno del amor. Aunque sea efímero, aunque cuando amanece desaparezca como un sueño feliz en el que reinaste sin discusión, ni miedo, ni dolor. A veces es mejor callar lo que te preocupa y darte la oportunidad de y salir a la aventura.

Una vez me preguntaron si no me parecía demasiado cruel desear un hijo sabiendo que yo vivía con hiv. Cruel me parece abandonar ese deseo. Tal vez existan las condiciones óptimas para la maternidad, pero el amor sabe de tiempos difíciles. A un hijo le daría eso que aprendí cuando todo parecía lento rodar cuesta abajo hacia el abismo. Y la vida nos regalaría a los dos la esperanza, agradecida de haber apostado una vez más por ella. Cruel es resignarse. Cruel es pensar que es necesario ser perfectamente apto, como si hubiera una calificación posible para largar esta carrera que nos deja conocer el mundo.

¿Por qué me da ganas de llorar ver a la gente juntando cosas para ayudar a los inundados? ¿Será que estamos tan acostumbrados al frío que un poco de calor nos derrite? ¿O será el miedo que a tanto entusiasmo también se lo lleve el agua? Tal vez sólo aproveche la circunstancia para llorar por mi amiga Claudia, que otra vez está en el hospital, y no me animo a ir a verla y no hago más que llamarla para calmar mi conciencia que no se calma. Es miserable temerle a la meningitis. Hoy es mi día valiente, ahora que ya lo dije no tengo excusas. Me voy al hospital.

Marta Dillon