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Convivir con Virus

Maravillas del correo electrónico. Llegan pequeñitos mensajes que me dejan empachada como después de los ravioles del domingo. A veces en el aire circulan algunos temas que bajan por la red de redes. Aunque yo apenas la entiendo, sé que hay alguien Tatiana que tiene un amigo que tiene vih y que también piensa en la paternidad perdida. Cómo animarse a tanto. ¿Acaso todavía no sabemos que el mundo es cruel, que las enfermedades acechan, que el agujero de ozono se agranda y la selva amazónica ya nunca más será el pulmón del mundo -o por lo menos tiene tuberculosis-? Nadie piensa en eso cuando decide proyectarse. O tal vez sí, pero sólo como un mal sueño, nada que se parezca a lo cotidiano. Es así, Hernán, cuando uno conoce el nombre de su miedo la pesadilla tiene contornos nítidos. Pero nada es imposible y tu hijo no tiene más que el 8 por ciento de posibilidades de tener que vivir con el virus. Sólo la indiferencia y la falta de educación hace que tantos niños tengan que crecer sujetos a los vaivenes de la enfermedad. Confieso que a veces me siento discapacitada, a veces creo que debería sentirme así, resignarme a que hay cosas que ya no puedo. Pero la resignación no me cabe en el diccionario de lo que quiero. Es loco, ¿no? Hay cierto sobreentendido que condena el sexo sin amor, cuando nos quejamos de nuestra vida sexual discontinua -a todos nos pasa- nos dicen que tenemos que esperar a alguien con los huevos o los ovarios suficientes como para no quedarse pegados como moscas en el miedo al contagio. Pero cuando uno se enamora también se atreve a cruzar otras barreras, quiere más. Y entre los más están los hijos y el sueño de una vida con un futuro extenso que no deja pensar en límites. Ese sueño es posible y tal vez sea eso lo más duro de aprender. Es fácil decir yo no puedo. Yo no tengo posibilidades. Es fácil y protegido creer que uno tiene imposibilidades previas y que entonces nunca tendremos que enfrentarnos a la vida real, como viene para todos, sin el fantasma de la muerte enseñándonos el camino. Aunque sea duro decirlo, todos alguna vez nos quedamos prendados de Margarita Gautier languideciendo en su lecho final. Todos fantaseamos con una despedida romántica después de una vida intensa. Pero ahora el desafío es animarse a muchos años por delante. No vamos a ser héroes. No somos mártires. Tenemos que vivir con nuestras incomodidades como cualquier hijo de vecino, con algunos miedos definidos que otros nombrarán de otra manera y nosotros llamaremos virus aunque durante años ya nadie lo vea en nuestra sangre. Tenemos que vivir y tenemos responsabilidades extras, porque esto es lo que queríamos. Tener hijos es una de esas responsabilidades extras. Porque tal vez, sólo tal vez, haya que enseñarles a ellos a vivir con alguna incomodidad, como exámenes periódicos o medicaciones cotidianas. Pero a nadie se le ocurrió nunca que los hemofílicos deben dejar de reproducirse. Sí, además de vivir ahora se nos ocurre tener hijos, y tener sexo normalmente, y amor, y miedo y responsabilidad.


Marta Dillon