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Meirás - Migdal


Jimena, (17), en la secundaria
LA INGENUIDAD PERDIDA

“Jamás van a poder hacerme callar la boca” se dijo para sí misma después de un largo día, el de la primera marcha. Y cuando llegó a su casa habló, a razón de mil palabras por minuto, de cosas que hasta ese momento no acostumbraba: derechos humanos y represión policial. Tenía 13 años y el haber caminado junto a la abuela de Walter Bulacio la marcó fuerte. Pasaron ya cuatro años de ese debut. Sin embargo Jimena sigue aprendiendo, más allá de las clases de matemática o literatura del Normal 9 de Callao y Corrientes, participando activamente del centro de estudiantes. “El año pasado nos fanatizamos un poquito y descuidamos bastante la problemática estudiantil. Si bien la economía del país nos afecta porque la sufrimos en nuestra casa y en nuestra educación, no dejamos de ser estudiantes secundarios”, reflexiona. Tras la lección hay algo que no olvidará: “Los pibes también quieren que arreglemos un vidrio y organicemos un campeonato de fútbol”.

Le gusta ir a ver a los Redondos a dedo, un momento en donde la música la conmueve. Pero hay una música que le pone la piel de gallina: los cantitos de las movilizaciones. Cuando ninguna de sus dos citas obligadas la llama, prepara El Palo, la revista donde los chicos de su colegio dicen lo que piensan, entre editoriales, críticas a los profesores, poemas y artículos periodísticos. También cuando se hace un espacio trata de no descuidar el estudio. En el ‘96, la militancia le jugó una mala pasada: “Nunca me había llevado una materia y ese año me llevé cinco, fue un garrón porque cuando todos jodían yo estaba estudiando”.

Ese mismo año el andar político de Jimena tuvo una sigla, un partido. “Empecé a ver cosas como la revolución cubana, la rusa. Aprendí muchísimo, pero después rompí. Un día me di cuenta de que estaba repitiendo, y no quería convertirme en un aparato”, cuenta sin arrepentimientos. Por estos días, la preocupa un decreto del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que reglamenta en Capital la Ley Federal de Educación. Asegura que el riesgo es grande: la pérdida de trabajo para profesores, preceptores y la posibilidad de que los colegios cierren algunos turnos. Mientras lo cuenta, piensa en cómo combatirlo, un mecanismo que aprendió hace un tiempo.

En los próximos meses intentará definir una estrategia: cómo seguir su vocación -medicina- en tiempos del CPI. Esas decisiones serán universitarias, para cuando termine el quinto año que cursa. Ella sabe que en su caso el secundario se pareció bastante a la palabra militancia, y no tiene miedo de hacer balances. “Lo que me dio la militancia es que me llena el no callarme. También me dio claridad en el tema del respeto del hombre por el hombre, e hizo que conozca las realidades de otros colegios, que antes no conocía”, asegura. Entre las malas, Jimena apunta algo que no sabe si es malo o bueno, pero que es así. “Me quitó bastante tiempo y la poca ingenuidad que me quedaba”.