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Un golpe de suerte le llegó a Martín Rodríguez cuando tenía 18 años y lo dejó haciendo tareas en la administración de Parques Nacionales. Por aquella época, conoció a un hombre al que todos los días recuerda: Germán Abdala, aquel que fuera diputado por el grupo de los ocho, líder de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y que murió de cáncer hace 5 años. Un tipo que conjugaba la calle con la claridad política, y que era capaz de enamorar a la gente de un proyecto, dice. Para reemplazarlo, cuenta, no les quedó otra que llevar un pedacito de Germán en cada uno de nosotros. En eso están. Al poco tiempo de entrar en su nuevo trabajo -antes había sido mozo-, en elecciones internas lo designaron delegado de su sector. Es decir: tenía que ser la voz de los reclamos de sus compañeros ante los funcionarios. A pesar de que, como él mismo gusta definirse, era un pendejo bastante irrespetuoso y con muchas ganas, cuando se vio con tamaña responsabilidad, le agarró algo que simplemente define como un cagazo infernal. Más tarde, se acostumbró a tratar de resolver problemas de salario y habitacionales, sin titubear. Ahora sólo me pongo nervioso cuando estoy en una asamblea frente a mis compañeros, asegura. Uno decidió volverse loco por esto, define. Y esto no es otra cosa que pelear, militar, dejando de lado incluso, otra de sus vocaciones: pintar con acrílico.
Haciendo lo que hace, tampoco le fue mal. Al menos sus compañeros de trabajo volvieron a elegirlo como delegado y después le dieron más responsabilidad. Es uno de los integrantes de la comisión directiva de ATE Capital, donde se encarga de dar una mano en peleas tan diversas como la de los empleados del Teatro Colón o la de los enfermeros en los hospitales de la capital. Dicen que a tanta responsabilidad en tan poco tiempo se le llama crecer de golpe. Pero no encuentra tantas diferencias. A los 15 me emocionaban las mujeres y el fútbol. Hoy, además, me emociona un proyecto de país , subraya. Sin embargo, cuando cargaba con el típico acné adolescente había algo que no imaginaba. Que una de las cosas que más me iba a emocionar es estar en la Plaza de Mayo llena, sosteniendo la bandera de mi gremio, recordando que hace 22 años la dictadura militar nos mató pero que estamos acá y que tenemos la capacidad de volver a llenarla.
Todos los días, Martín entra en su trabajo a las 9 y media de la mañana. Es también una elección. La ley me permite, por mi función en el gremio, no ir a trabajar todos los días, pero nosotros estamos convencidos de que hay que ir todos los días porque sino dejás de ser un trabajador.
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