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Un día en la Facultad, un médico lo conectó con un asentamiento donde la gente necesitaba que alguien le tomara la presión y demás medidas preventivas. El lugar se llama El Ceibo y queda en José C. Paz, al lado de una quema de basuras. Ahí se enteró, vía las madres del barrio, que el médico iba una vez por semana. Entonces, Sebastián Ameigeiras tomó la iniciativa y armó un pequeño grupo de salud que, entre otras cosas, hizo una campaña de crecimiento y desarrollo. Fue el primer paso. Con su ayuda y la de la organización no gubernamental Centro de Estudios sobre Tecnologías Apropiadas de Argentina (Cetar), que le daba los viáticos y las semillas, armaron una huerta comunitaria. La idea, además, era darles a los chicos que estaban colgados, un lugar propio. La cosa anduvo bien; la segunda cosecha fue vendida y con eso se fueron de campamento. Más tarde entre abonos y verduras, empezaron a hacer teatro.
Me di cuenta de que la diferencia con la gente que conocí en el barrio era que ellos tuvieron la mala suerte de nacer ahí. Elena, por ejemplo, no es médica porque tuvo que criar a siete hijos y, sin embargo, sabe mucho más que yo, cuenta. Su laburo en el asentamiento no era otra cosa que intentar que esa mala suerte no fuera definitiva en el destino de un ser humano. Fueron dos años, en que se acostumbró a charlar de historias de tiros y de caídas en cana, mientras se aprontaba para hundir las manos en la tierra. Hoy en El Ceibo hay un grupo de pibes que organiza clases de teatro, gimnasia y una huerta, al tiempo que intentan gambetear las distintas urgencias.
Hay algo que parece tener en claro: Una vez que abriste los ojos, no podés volver a dormir tranquilo . El año pasado un manejo político en su localidad, Marcos Paz, lo volvió a sacudir. Pretendían poner un basurero nuclear. Nosotros empezamos a convocar e hicimos un recital de rock al que vinieron mil personas , relata. Que finalmente no hayan puesto el basurero sirvió para sentir esa agradable sensación de que se podían hacer cosas. A veces uno, cuando ve tanta cosa podrida, se paraliza. Una opción es decir: ¡qué podrido que está todo! La otra es salir y ver qué pasa.
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