El presente de Charly García
Vanguardia y decadencia
Charly García anticipó los temas del CD que ya grabó, y que se empeña en publicar con una mezcla amateur, en un insólito par de conciertos de fin de semana, en un local del centro -Bartolomé Mitre al 1500- en el que se apiñaron unas 400 personas por función. El primer día, cerca del final, por un error de seguridad, el público que había quedado afuera provocó una avalancha y entró de prepo, en un paso de tragicomedia (pudo haber heridos, no los hubo) que recordó las peores épocas del tristemente célebre Cemento. García hizo lo que hace en sus mejores momentos del presente: conformó con sólo subir a escena sin enojarse e irse, ofreció un puñado de canciones interesantes, se las arregló para cantarlas mediocremente, sumergió a su compacto combo acompañante en la incertidumbre permanente de no saber cuando termina o como sigue cada una de esas canciones interesantes y disparó unas pocas frases ingeniosas e hipermediáticas, del tipo No se olviden de Cabezas, y no se olviden de las cabezas. El aguante, escuchado en conjunto, parece mucho más disco que varios de los de García en los últimos años, pero aún disfrutándolo deja con una sensación agridulce, de estar invadiendo la intimidad de alguien que, lleno de talento, disfraza de vanguardia su decadencia. Su cover de Con su blanca palidez, un tema impresionante de Procol Harum, de la época en que el joven Charly iba convirtiéndose en lo mejor del rock argentino, fue lo mejor del show. Charly es como Maradona: siempre deja pensando qué sería el mejor si no se empeñase en jugar sin entrenarse.
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Luego de haber logrado finalmente, gracias a la difusión mediática, seducir a quienes antes no tenían ni idea de que tales sonidos agitaban las mentes de algunos argentinos, rodeando la fiesta, las ganas de bailar con un cotillón conceptual la mayoría de las veces más que endeble y esquemático (la Ultimate Rave del sábado pasado nos muestra el color local de dicho movimiento global), no es ninguna novedad que un altísimo porcentaje de la música que se produce para las pistas huele mal. ¿No será hora de ir pensando la música electrónica desde otro lugar, si queremos seguir bailando y evolucionando? ¿O es que debemos clonar una y otra vez formas que el mundo entero, habiendo ya celebrado la mayoría de edad del house y el éxtasis, ha canonizado como los templos de la evasión? Y si como dicen otros sin mensaje no hay futuro, ¿no deberíamos pensar qué y cuándo hay que festejar para no caer en ese vacío que propone un espacio organizado para el descontrol? ¿Cuál es la relación que se establece entre Djs, drogas y música en un evento que se parece más a una expoferia intensiva que a un momento de trascendencia, de felicidad festiva, teniendo al baile como único punto inmóvil? ¿Qué hacer si queremos seguir en el groove, si queremos que la música electrónica recupere la fuerza creativa que una vez tuvo, mucho antes de los grandes Lollapaloozas bailables? El pensamiento que rodea a la economía puede sernos de mucha utilidad. ¿Se acuerda alguien de aquel postulado que decía lo pequeño es hermoso, aquel postulado que demuestra cuán desequilibrada se encuentra esta sociedad desbordada por el consumo y la sobreproducción? Preguntas. Digo. Es hora de hacernos todas las preguntas que necesitemos.
Germán Scalona
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Mutis x el foro

Asterión es un espectáculo de culto. Estrenado hace 6 años en Die Schule, Guillermo Angelelli (actor y director que fue integrante del recordadísimo Clú del Claun) viene reponiéndolo de tanto en tanto, cosa que sus seguidores agradecen. Quienes todavía no lo vieron, ahora pueden -deben- hacerlo, los sábados y domingos a las 21 en Corrientes 6131, 2-o piso. Con textos de Boris Vian, Henry Miller y Jacques Rigaut, el personaje de este espectáculo cuenta historias. Ratas que luchan por su supervivencia o cacerolas que causan guerras devastadoras aparecen en un relato, entre naïf y demoníaco. Con movimientos de danzante oriental y ademanes de prestidigitador, Angelelli muestra toda su capacidad de transmutación y maneja los objetos (un abanico, esferas de papel encendidas, decenas de bolitas que ruedan por la escena) con una admirable concepción plástica del espacio. Por momentos, las formas y colores que pone en juego transforman la escena en verdaderas pinturas móviles, abstractas o surrealistas.
Otra reposición que debe aprovecharse es Reconstrucción del hecho, dos monólogos de sustancia humorística y considerable ironía, una de Daniel Veronese y otro de Rafael Spregelburd, interpretados por Andrea Garrote, con dirección de Rubén Szuchmacher. En el primero, las situaciones cotidianas han sido puestas como bajo una lente de aumento hasta hacerlas estallar. Ahí se cuenta la historia de la señorita Adela, quien parece estar implicada en el crimen de su cuñado. El relato viene condimentado con detalles dignos de figurar en el recodo de algunas pesadillas. En el otro monólogo también las relaciones familiares ocupan un lugar de privilegio, ¿por qué pensar que la familia es la mejor manera de organizar los cuerpos en el espacio?, reflexiona una de las tres hermanas que vive amenazada por un juego de probabilidades parecido a una ruleta rusa. Garrote compone en escena a dos de las hermanas, rubias, desenvueltas e insoportables en partes iguales. La tercera aparece en la pantalla del televisor del living para agregarle un discurso paralelo al embrollo familiar que se desarrolla exclusivamente por vía telefónica. Entre ambos textos se puede escuchar un tema de Federico Zypce, Ni impuestos ni nada. En Babilonia (Guardia Vieja 3360), los sábados y domingos a las 21.
Cecilia Hopkins |