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Convivir con Virus

Como en una serie de esas que veíamos cuando éramos chicos, camino por las calles de San Francisco que se ondulan hacia el mar. Todo es muy civilizado, la gente sonríe siempre, los homeless -los que viven en la calle-- tienen su propio periódico y una camioneta los recoge por las noches para llevarlos a dormir. El transporte cumple su horario sin dilaciones. Los que quieren emborracharse lo dicen abiertamente y te piden monedas para el próximo trago sin ninguna excusa inútil. Gays y lesbianas caminan abrazados por la calle, se muestran enamorados, nadie los mira. La gente que tiene hiv recibe sus medicamentos a tiempo y hasta hace muy poco también su marihuana, para no tener problemas con las náuseas, con la alimentación o con el relax que toda persona necesita. Cada uno puede nombrar a su care giver -algo así como el que brinda los cuidados-- para que lo asista cuando lo necesite, para no tener que depender de la familia en algunas situaciones delicadas como internaciones o decisiones sobre algún tratamiento agresivo. El care giver está cerca del enfermo y se cuida muy bien que se haga su voluntad y no la de alguna otra persona bien intencionada. Todo es muy civilizado. La gente se baña desnuda en las playas y juega a la pelota, a la paleta, al volley, así, como nacieron al mundo, dejando al cuerpo que respire, que se modele de nuevo sólo con el viento o con el agua helada del mar. Todo es tan civilizado que incluso hay publicidades de la medicación para el hiv. Mensajes que te ofrecen por ejemplo poner un poco de libertad en la toma de las pastillas o dejar de sufrir esa fatiga relacionada con el virus. Por supuesto me detengo frente a cada uno de los carteles -en el subte, en las paradas de colectivo, o en cualquier revista-. El primero que vi me encantó. Una persona de frente, sonriendo, diciendo que tiene hiv y que su vida cada vez era más cómoda.

Claro que hablaba de un medicamento. Un pinche medicamento que en realidad uno no elige sino que te receta el médico. Está bien, pero por lo menos es posible enterarse de algunas cosas, efectos colaterales (léase pánico), o síndromes relacionados y todo eso (por un segundo los tuve todos). Después de mirar algunos más me di cuenta de que la persona que sonreía era siempre negra. Pensé que era casualidad. Pero en ningún barrio encontré otra foto con la promesa de libertad para las pastas que no fuera la del negro que sonreía. Y que, por otra parte, también estaba como esfumado, como si ya estuviera más cerca de ser un alma buena que alguien en el mundo. Necesité caminar cientos de cuadras con el cuello torcido y hojear revistas hasta cansarme para encontrar una de estas publicidades que tenía como protagonistas a gente blanca. ¡Oh, qué casualidad! Están jugando al pool y no se les ve la cara. Todo muy civilizados, sí. Pero parece que aquí también el sida es un problema de pocos. A juzgar por las publicidades parece que sólo se trata de un problema de negros.

Marta Dillon