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Convivir con Virus

Es verdad que la gota horada la piedra y es verdad también que muchas gotas hacen un océano y también que las inundaciones dejan sin casa y sin recursos a los habitantes del Litoral. La gota horada la piedra, no importa cuánto tiempo necesite. No importa que el viento a veces desvíe su curso, su golpe leve que apenas se percibe. La gota también recibe impulsos inesperados, a veces baja con poder de cascada, a veces se hace témpera roja en la mano de alguien que hace estallar su impotencia, su bronca cansada de andar siempre desordenada dentro del pecho. Y entonces esa gota encuentra un curso, empieza a dejar la huella de su paso, trae más agua para el mismo molino. Como si fuera magia las gotas ahora amenazan con ser maremoto. Por una vez esta agua tiene el sabor de la victoria, una batalla ganada entre tanto exterminio. Videla estuvo preso. Es increíble que ahora esté libre. Pero estuvo preso. Hace un par de años ni siquiera lo hubiéramos pensado, no entraba ni en las más locas fantasías que el asesino entrara en la cárcel, donde siempre debió estar. Y lo vimos entrar allí, aunque ahora esté en su casa, aunque el Estado custodie con más energía al asesino que a los ciudadanos que no aceptan el horror de la injusticia. Y no hay magia detrás de esa victoria que no va a ser efímera. Hay trabajo. Hay convicción. Hay alegría de saber que todas las luchas son posibles y que el mundo es nuestro cuando podemos caminar al lado de alguien más y de alguien más y de alguien más que tenga en la mirada el sueño despierto y el brazo listo para dibujar nuevas utopías. Videla conoció la cárcel porque parte de su plan consistió en robar a los niños de los que quisieron cambiar el rumbo de la historia hacia un horizonte sin exclusiones. Robar a los niños no era un acto loco, no lo hicieron porque son muy malos o muy perversos. Tener a los hijos en su poder era la consolidación de su victoria, que la sangre de su sangre renegara de ellos, sepultados en el silencio de una muerte anónima, manchado con la sospecha de esa horrible frase hecha: “Algo habrán hecho”. Pero no pudieron llevarse a todos. Los Hijos que hoy hacen los escraches no sólo tienen la herencia del dolor. También cuenta entre lo que les quedó la alegría de haber compartido con sus viejos un tiempo fértil, de compromiso con el otro, de solidaridad, de entrega. Y es eso que aprendieron siendo muy chiquitos lo que se está recuperando en cada escrache, la alegría de estar juntos, la confianza en que siempre habrá nuevas estrategias y que nada ni nadie nos va a obligar a convivir con el virus de la injusticia.

Marta Dillon