Es muy difícil reconocer en el café en penumbras a esa persona que -con chaqueta de gamuza marrón, botas de cuero y rostro apenas oscurecido por una barba ligera- parece un hombre de campo. Mira la calle con vaga indiferencia. Una calle invernal, solitaria y fría que, mirada con ojos extranjeros, se supone provinciana y sin sorpresas.
Ese hombre de campo sentado en el bar empieza a hablar de música, específicamente de la función terapéutica de la música. Por algo se dice que calma a las fieras, dice. Y agrega: No sé si a todos les producirá el mismo efecto. Pero, en mi caso, la música suele empujar lejos cualquier tipo de fantasma que se me haya instalado por ahí dentro. Me pongo a componer y olvido el resto. Componer, escuchar... La música es el lenguaje perfecto.
En entrevistas anteriores, usted habla de renovación. ¿Con qué sentido utiliza ese renovarse: con el de cambiar, ser otro?
-¿Yo hablé de renovarme? ¿Usé esa palabra? Bueno, si la usé, lo que realmente quería decir era no quedarme en un lugar por comodidad. Así se trate de ideas o de situaciones.
¿Lo que propone, entonces, es un permanente reexamen de su vida y su obra?
-No, no es para tanto, sólo rechazo ese instalarme en una situación, acomodar el cuerpo y el alma como para la eternidad. No hay nada perenne. Todo fluye y cambia. Y uno debe también fluir y cambiar.
Es decir que nunca iría al infierno por pereza, ese pecado capital...
-Nunca, nunca. La pereza es el peor de los pecados.
¿Y la lujuria?
-Ah no, ése no es un pecado. Es un milagro.
Onetti habría dicho algo similar sobre la lujuria. ¿Ese podría ser otro punto de contacto entre usted y él?
-Sí, lo admiro. Su escritura es de las más bellas que existen en lengua castellana. Seca, precisa, nunca gratuita. Uno siente que lo que está, está porque no puede ser de otro modo. Pero, además, en sus textos se siente sobremanera su generosidad.
¿Dónde ve su generosidad?
-En su compasión por el ser humano. Una gran compasión, a veces también acompañada de desprecio, aunque nunca indiferencia. Lo que más me atrae es esa pasión suya por el ser humano.
En relación con su trabajo, ¿controla lo que hace y lo sigue de cerca para no repetirse o disfruta del placer de crear sin plantearse nada, sin pensar en lo que hace?
-Me pasa algo curioso. Siempre siento que las canciones ya estaban escritas y mi trabajo sólo consistió en ir eliminando todo aquello que cubría la canción y no me dejaba verla. Como si fuera un barrendero que le va quitando el polvo a las cosas. La sensación es casi orgánica. Cuando la canción nace, luego de haber sentido la escritura como una necesidad muy fuerte e insoslayable, me parece que ya estaba escrita y que sólo la encontré y la tomé. En canciones en que hay más elaboración y más búsqueda, esta sensación es menor.
| El orgasmo femenino no es fisiológico sino psíquico. Las mujeres no gozan del orgasmo tan elementalmente como el hombre. El orgasmo en el hombre es algo... no sé, más vulgar. |  |
¿Y en cuál de los dos casos es mayor el placer?
-Indudablemente, en el primer caso. A pesar de que sienta no haber hecho nada. Estas canciones nacidas así, que aparentan estar escritas de antemano, producen inquietud, como si estuviéramos frente a un hecho de magia. Si tuviera que explicar cómo me siento, diría que como un arqueólogo desenterrador.
¿Cuáles son sus estados de ánimo más proclives a escribir?
-Definitivamente no me pondría a escribir una canción si mi ánimo fuera festivo.
Eso puede observarse en su disco Alevosía: nadie puede suponer que escribió esos temas en días optimistas o felices...
-Claro, no. Si me encierro a escribir es porque intento huir de la sensación de melancolía o de rabia. Todo empieza con un fuerte sentimiento de soledad que me lleva a buscar un interlocutor. Y, a menudo, ese interlocutor soy yo mismo. El poema o la canción es el resultado de una conversación que mantengo conmigo. Cuando hay interlocutor con el que se establece un diálogo, difícilmente la canción nace.
En ese mismo disco, usted dice que el mal reina y el hombre no tiene salvación. ¿Piensa eso realmente?
-Creo muy poco en el hombre, cada vez menos. Pero creo muchísimo en la vida. Es la energía más fuerte que existe en el universo y ni siquiera el hombre, a pesar de que lo intenta por todos los medios, podrá acabar con ella.
Usted dijo varias veces ser de izquierda; ¿no hay una contradicción entre ser de izquierda y pensar que el hombre no puede salvarse?
-Soy de izquierda, pero creo que cuando la izquierda llega al poder pasa a ser derecha. La izquierda para mí es simplemente defenderse del poder, que siempre es de derecha.
El subcomandante Marcos siempre pregunta por qué quieren hacerlos partido político si no quieren el poder...
-También dice: Todo para todos, nada para nosotros. Creo que este hombre está encontrando la solución para eso que se llama la crisis de la izquierda. Me gusta mucho Marcos.
Y también le gusta Castro, que es bastante diferente...
-Bueno, los primeros años de la revolución me parecen imprescindibles. Soy crítico con lo que no me gusta y aplaudo lo que sí. Nunca fui comunista y siempre fui muy crítico con el llamado socialismo real. Lo peor con la Revolución Cubana fue esa necesidad insoslayable de tener que buscar el apoyo de la Unión Soviética. La Unión Soviética nada tenía que ver con el espíritu de esa revolución. Puede compararse la actual miseria en Cuba con la de los países del entorno, pero de Cuba no quiero hablar mientras no se levante el bloqueo. Lo único que podemos decir ahora es acaben con el bloqueo. Un bloqueo que destroza a Cuba para alimentar la vanidad imperialista de los Estados Unidos.
En sus temas, usted muestra cierto desprecio por el dinero y el éxito. ¿No será que los desprecia porque los tiene en abundancia?
| La Iglesia existe para que nosotros estemos en su contra. Por eso está muy bien este papa. Uno puede ponerse en su contra sin problemas de ningún tipo.. |  |
-No, yo no desprecio el éxito y el dinero. Desprecio a quien trabaja para el éxito y para el dinero. Yo hago mi trabajo buscando que sea el mejor posible. Si luego tiene éxito, bienvenido sea, y si da dinero, mejor aún. Pero nunca el fin es el éxito o el dinero.
Con otra de sus canciones, El tiro por la culata, se siente, detrás de la letra poética, una anécdota...
-Puede ser, pero no hay anécdota. O sí, pero no una concreta. Lo que quiero decir allí es que vivimos cada vez más en un mundo de mafias, en que tenemos que salir pertrechados a la calle porque en la primera esquina puede salir el mejor amigo dispuesto a pegarnos una puñalada. La vida de todos los días nos va diciendo que, para sobrevivir, hay que ser cínico y estar dispuesto a engañar para conseguir el fin propuesto. El fin justifica los medios, pero yo carezco de esa capacidad.
Hay una añoranza que parece sentir del pecado original. Para usted, ¿qué añade el pecado a la relación sexual?
-Mi generación fue muy afectada por la educación religiosa. Y llevo muy incrustada en mí mismo la idea del pecado.
Una idea que lo atrae. El amor sin pecado ¿pierde sabor?
-Sí, claro, hay un morbo ahí, pero, ¿qué puede hacer? Para mi generación, y para las anteriores, la idea de pecado y sexo iban unidas. Amar y pecar eran sinónimos. Algo terrible, necesario para el mayor placer. Me resulta muy difícil, en la relación sexual, no sentir que estoy pecando.
Sin embargo, si pudiera rever su educación, ¿no pediría que quitaran de ahí esa idea de pecado?
-No, no, claro que no lo diría. Y aunque no lo diría, no por eso dejo de culpar a la Iglesia. Es que la Iglesia existe para que nosotros estemos en su contra. Por eso está muy bien este papa. Uno puede ponerse en su contra sin problemas de ningún tipo.
No lo considera un buen papa. Pero, ¿cree en Dios?
-Sí, en Dios sí. Pero soy violentamente anticlerical.
Casi como el personaje ideal de Buñuel...
-El decía: Soy ateo, gracias a Dios. Y era un producto típico de la educación religiosa española. Buñuel no habría existido sin la Iglesia.
En uno de sus últimos trabajos habla de sexo y pecado. Dice: Necesito esa luz que resulta el pecado original. ¿Qué sería pecar en sexo?
-Nada, nada. El sexo es lo que más nos aproxima a Dios. Si Dios existe, es sexo puro. Para mí hay tres conceptos que no pueden separarse: Dios, yo y libido. En un libro reciente de poemas breves que llamé Animal, hago un juego de palabras entre libido y Dios. Hablo de libidios.
Tal vez pueda explicar esa curiosidad casi metafísica que sienten muchos hombres por la mujer. Su admirado Onetti es un ejemplo. Y también Bergman. Las mujeres sienten curiosidad respecto de un hombre pero no del hombre. Usted habla, por ejemplo, del orgasmo de la mujer como de algo demasiado misterioso...
-Bueno, pero es que nacemos de madre, somos hombres y estuvimos ahí dentro de un cuerpo de mujer nueve meses. Creo que no nos pasaría lo mismo si naciéramos de padre. Nacimos de una mujer y es a una mujer donde volvemos. Eso da lugar a un vínculo lleno de matices, de curiosidades que están relacionadas con esa confluencia de madre y amante. El orgasmo femenino es muy misterioso, tan diferente al masculino. Creo que el orgasmo femenino no es fisiológico sino psíquico. Bueno, es fisiológico también. Pero las mujeres no gozan del orgasmo tan elementalmente como el hombre. El orgasmo en el hombre es algo... no sé, más vulgar. O elemental. En la mujer tiene muchos matices. Depende no tanto de la gimnasia que se practique, sino de otras cosas como el estado de ánimo, la vinculación con ese hombre, el amor. El hombre libera determinadas cargas que se le han ido acumulando. En la mujer no es descarga. Es, según cuentan ustedes, algo que va más allá, más espiritual.
Bueno sí, puede ser, pero las mujeres somos muy mentirosas.
-Sí, también. Pero quiero creer esa mentira. En definitiva, es una mentira piadosa.
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