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Buenos Aires, treinta años después de mayo del 68. El Tío Rasta no se equivocó, dice el cantante Orge en El Mirador de San Telmo y ya se ve que defiende a una familia rara. Ni siquiera a la de los Simpson (que, como explicará Orge más tarde, estuvo a punto de ser exterminada cuando Homero tuvo un síndrome de abstinencia de cerveza y TV). Los rastas, deduce quien juega de visitante, siempre fumaron marihuana. Ergo, el Tío debe ser Marley (Bob). Para Orge, el Tío es el único médico que conoce la medicina capaz de curar casi todo: Si estás enfermo de cáncer terminal / marihuana seguro te van a recetar / Si estás afectado de glaucoma o asma / deberías beberla o también fumarla / Dolores musculares jaquecas o neuralgias / analgésico seguro sin reacciones secundarias, grita mientras sacude la gorra de lana que hoy ocupa el lugar de los dreadlocks que usaba hace diez años, obligando a las madres a esconder los chicos de ese cuco decorado con resortes. Son las once de la noche en un recital que, como es de rigor, estaba anunciado a las ocho. Un montón de chicos corea al rapero que dicta la homeopatía de la felicidad. No parecen enfermos y, por lo menos en el espacio del bar, se contentan con la bebida cuya falta provocó la abstinencia violenta de Homero Simpson. El cantante tiene la gorra rayada y colgante sobre la nuca, como los enanitos de Blancanieves. El tema se llama Acción terapéutica. El THC que aparece mencionado en la canción (ver recuadro) es tetra-hidro-cannabinol, la droga psicoactiva presente en la yerba. En una columna del bar un afiche anuncia The Ganja All Stars, Gente que te re-espalda. Y la imagen muestra a una señorita que parece tener una urticaria de hojas de cannabis sobre el lomo. En la otra punta de la ciudad, la empresa Tower Records ve desaparecer de su batea de libros, como si fueran gratis, los ejemplares de dos manuales diferentes donde se receta cómo criar fuertes y generosas plantas de marihuana en departamentos (la mayoría de los jardineros compulsivos carecen de antecedentes en el trabajo de la tierra). Si estos módicos datos indican que existe una presencia pública casual de la marihuana en Buenos Aires, pronto se puede sospechar que se trata de todo un mapa cannabis subliminal. En el ICI, la pintora Alicia Herrero expone una muestra titulada Un paisaje hechizado. Una de las obras, un disco amarillo y decorado con flores, remedo de las porcelanas chinas que suelen frecuentar el catálogo de subastas de Christies, incluye un elemento que seguramente no alude precisamente a Una hoja en la tormenta del falso chino Lin Yu Tang: una hoja de cannabis. Dice la artista en el catálogo de la muestra: De un viaje que hice en 1992 al desierto de Atacama en Chile, conservo el recuerdo especialmente visual de que cada elemento del paisaje, en medio de tan inconmensurable vacío, se veía único, completo. Cada uno de ellos, solo, parecía reproducir el universo, parecía un paisaje hechizado quizá, de tanta tradición narcótica (un verdadero oasis San Pedro). ¿Qué San Pedro? ¿La localidad o la yerba paraguaya que hizo a más de un argentino olvidar totalmente la guerra de la Triple Alianza? Durante una de las funciones de preestreno de Carne trémula, última película de Pedro Almodóvar, el personaje principal, un policía paralítico se detiene a discutir los arreglos de su divorcio con su futura ex esposa pero, ¡stop!, primero propone lo que muchos consideran el Cachamay del relax y la disposición conciliadora: un porro. Murmullo excitado entre la audiencia (audiencia progre, cabe aclarar: la función cuenta con auspicio de Página/12): ¿es la reacción risueña ante una mancha más en el lomo del tigre Almodóvar, puesta en clave de comedia? ¿O una tímida voz de aura a la tolerancia? En el foro de la librería Gandhi están dando la obra Perlas quemadas, de Fernando Noy. Sobre el escenario, que simula una suite de hotel cinco estrellas, las primas Malala Tarara Tararira y Cococha Tarara de Terere Tororo se emborrachan evocando a su niñera paraguaya, que les dio la primera pipa de marihuana en reemplazo de la leche con grappa con que las crió. ¿Hay un mapa marihuanero de Buenos Aires? ¿Se acerca la despenalización de la yerba? Desde Woodstock y el saludo en forma de V hasta la MTV y el porno-chateo, ¿han cambiado sus usos? Veamos. Desde los tiempos de Leonard Bernstein organizando una velada en homenaje a los Panteras Negras, desde esos tiempos en que Tom Wolfe promocionaba A la rica marihuana, envuelto en un abrigo príncipe Alberto, sombrero Pimpmobile de la Avenida Dixwell y galopando sobre zapatos Pyramid a todo lo largo del nuevo periodismo, ¿qué fue de Mary Juana? UN POCO DE HISTORIA En el siglo pasado, el alcohol se convirtió en signo de degeneración de la clase obrera, de fractura de la familia y en fuente de enfermedad y miseria. La imagen del dandy con la galera ladeada paseando en victoria con una copa en la mano fue reemplazada por la de una turba que, entre la fábrica y la vivienda económica, intentaba degradarse sin las alturas poéticas de un Poe o un Baudelaire. Sin embargo, cuando se cerraba una taberna el motivo no era el embotamiento de los sentidos que provoca el culto al hada verde amenazando la productividad de las fábricas, sino el hecho de que en ese espacio los obreros complotaran, intercambiando información, ideando estrategias de lucha, soltaran su lengua mediante una cierta estabilidad alcohólica, sin utilidad alguna para los patrones. Cuando el alcohol mantenía a los trabajadores en la cadena de producción, nadie hablaba de ley seca. Pero cuando fue el paraíso artificial apto como combustible para la organización gremial (y como puro goce no expropiable), la publicidad comenzó su lenta tarea de zapa. ¿Hay una historia política de la yerba? Para el escritor Juan Forn, la marihuana se erige como antídoto de por lo menos dos de los signos patológicos de fin de milenio: Una de las consecuencias más obvias del capitalismo salvaje es la tendencia cada vez más obsesiva en casi toda la gente que conozco a hablar del trabajo fuera del trabajo. No sólo trabajamos cada vez más, sino que hablamos de trabajo, o de cómo nos abruma el trabajo, en casi todo nuestro tiempo libre. Cada vez es más difícil lograr esa distancia del trabajo, que antes se lograba con sólo abandonar la oficina y subirse al colectivo. Y hay otra tensión similar en las relaciones sentimentales: la revaloración de la pareja monogámica, fomentada por el sida y por el dolor de las separaciones, por un lado, y el culto de la imagen, por el otro, dan como resultado un novedoso y bastante tremendo stress emocional al principio de una relación, cuando no es siquiera relación. Lo gracioso es que a la mayoría de esa gente le parece mucho más normal bombardearse con psicofármacos, o intentar las más patéticas terapias new-age, que curtir un porrito cotidiano. William Burroughs asocia la marihuana al alcohol y diferencia a ambos de las drogas duras, porque ve estas dos sustancias como un estímulo para el disfrute de la vida, en tanto considera las drogas una forma de vida en sí. Pero es evidente que al alcohol genera síndrome de abstinencia y puede, como las drogas duras, provocar lo que los científicos y filósofos paternalistas advierten como una economía de escalada. Giulia Sissa, en su libro El placer y el mal (que distribuye Manantial en estos días), parece adscribir a la tesis de Burroughs: Indiscutiblemente, la droga nos muestra la manifestación ejemplar de la fuerza de un deseo. Una manifestación tan extrema, sin embargo, que la falta ya no tiene nada que ver con un estado de vitalidad dichosa y se convierte, en cambio, en un estado físico y psíquico atroz. Poco a poco, el deseo ya no encuentra en ella su principio motor sino más bien una exacerbación tan despótica que, en adelante, se aferra a ella sin poder pasar a otra cosa. En lugar de procurar voluptuosidad, la dosis siguiente evita caer en el sufrimiento. De ahí en más, la falta se hará sentir bajo esta forma: un dolor insoportable y a la vez irresistible. El placer, entonces, se transforma en cesación de ese sufrimiento. En no-dolor: en placer negativo. Que Giulia Sissa no coloque a la cannabis como uno de los vínculos entre el placer y el mal es correcto pero equívoco, ya que no explica por qué apenas la menciona. Para la opinión general, con o sin humo, el plural drogas incluye a la marihuana. Lo que es seguro es que, mientras los usos y ficciones de las drogas duras han virado de su condición de abridores de las puertas de la percepción a la de asesinos seriales químicos, los de la marihuana han pasado de concebirla como estimulante del placer a remedio autogestionario. Al menos eso es lo que promocionan dos libros que, junto con los ya conocidos de Antonio Escohotado, están teniendo gran éxito de ventas: Marihuana (la medicina prohibida), de Lester Grinspoon y James B. Bakalar, y Cannabis para la salud, de Chris Conrad. EL ARTE COMO HUMO Desde el grito triunfante de Thomas de Quincey, luego de probar el láudano (¡Cómo se elevó, desde las más hondas simas, el espíritu interior!), los artistas no han desdeñado los paraísos artificiales, aunque algunos de ellos, como Jorge Luis Borges, se hayan limitado al vino moderado y el licor en vasito de baños oculares (Una vez probó la cocaína pero no le gustó, dijo Bioy Casares de su amigo Georgie hace pocos días). La pintora Marcia Shvartz relata: A los quince años, en la escuela de Bellas Artes, yo tenía una amiga norteamericana que se dedicaba a planchar plumas de pavo real. Se llamaba Sasha y quemaba todo el día. Fue ella la que me inició, en su casa, que quedaba cerca del colegio. Me acuerdo que di dos pitadas y me fui en colectivo a lo de mi abuelita y todo era muy raro. Ahora la uso sobre todo los domingos, cuando me siento muy angustiada. Creo que la marihuana es un ansiolítico natural, un broncodilatador que no produce efectos colaterales, y algo que abre la conciencia y deja que invadan los sentidos. Por ejemplo, percibir el sol en la piel o una brisa que ordinariamente me resultaría indiferente. Hace descubrir las cosas chiquitas, como cocinarle al nene, hacer el jardín o simplemente dedicarse a la contemplación. Es una planta poderosa que venero igual que al cáctus, ¡la gran purga musulmana contra el capitalismo!. Marcia y Forn, y otros consultados que todavía no quieren ponerle sus nombres y apellidos a su defensa de la marihuana, descreen de que la cannabis desempeñe alguna función en su trabajo: la asocian más bien al ocio creador. El poeta Fernando Noy sí que se pone militante: Yo no voy a morir a causa de las drogas sino por no tenerlas. O porque la marihuana ilegal es tan mala que viene toda fumigada. Entonces algo muy simple se vuelve tóxico. Si Bettie Smith murió porque no pudo dejar lo que yo ya sé, yo voy a morir porque a mí me dejó la marihuana. Porque yo, como Barba Jacob, soy el gran poeta mariguanero. LA PITUCA MODELO FLORENCE NIGHTINGALE Los antiprohibicionistas dicen que la yerba es salud. Lo cierto es que, hace tres años, en el sótano de la Facultad de Sociología se organizaba el primer debate abierto sobre antiprohibicionismo de la Argentina. El holandés Luk Hulsman esperaba un auditorio lleno y Orge, que por entonces tocaba en el Centro Cultural Rojas con John Coz, el guitarrista de Beck, pensaba proporcionárselo: cuando el recital terminó, armó su pituca y tuvo eco en su audiencia. Al rato los porteros de Sociología les cerraban las puertas en las narices y Hulsman terminó hablando ante tres leguleyos. Es que la Argentina es una gran comisaría regentada por el doctor Miroli y sus dos alucinaciones, Fleco y Male, dice Orge. Estrategias: los gays de principio de siglo le respondían a una ciencia por entonces bien casada con la ley, utilizando los postulados de la ciencia misma: argumentar la homosexualidad como congénita. Los practicantes de sadomasoquismo se oponen a la violencia no consensuada con los argumentos del feminismo y los derechos humanos. Así, los antiprohibicionistas dicen que la yerba es salud. Porque sirve para aliviar los efectos de la quimioterapia en el tratamiento del cáncer, el glaucoma, la epilepsia, la esclerosis múltiple, la paraplejia, el sida, la migraña, los dolores menstruales y de parto. Pero, sobre todo, porque impulsa a la comunicación sensual, el ensueño bonachón, porque incita a paisajes interiores de la mejor acuarela y aleja de las obsesiones torturantes. Un exiliado cuya pareja desapareció en 1977 durante la dictadura militar relata: Cuando militábamos, estábamos bajo las presiones del ascetismo rojo. El placer quedaba en ese futuro de justicia que sabríamos construir. Pero cuando me exilié en México, luego de enterarme de la desaparición de mi mujer, fue la yerba (que, antes, yo mismo definía como una amansadora hippie) la que me permitió mantenerme en la lucha. Necesitaba ese alivio esporádico que me alejaba de las imágenes espantosas y siempre iguales, como si la tortura no tuviera final. El porro me hacía recalar en las cosas agradables, pero sobre todo le quitaba por un ratito el lado siniestro a cualquier recuerdo. Y eso me permitía seguir trabajando en política. Chris Conrad recomienda la cannabis para la fabricación de papel, aceites, calzado y vestimentas, comprometiéndola en la campaña de preservación de recursos naturales. La mayoría de los antiprohibicionistas está de acuerdo en que la despenalización arruinaría parte del negocio farmacéutico, donde el Valium y el Lexotanil son moneda corriente pero carecen de poder para despertar el principio de placer. Para Orge, la lucha pasa hoy por abrir el debate en la Universidad y los medios, y no por la movilización callejera. Aunque no conocen a Orge, Milton Friedman, Mario Vargas Llosa, Paul McCartney, Noam Chomsky, Gabriel García Márquez, Fernando Savater y hasta la revista The Lancet lo re-espaldan (como reza el afiche con la chica decorada con hojitas) pero desde una mayor interpelación al Estado. Para muchos la defensa científica de la marihuana puede parecer demasiado rosa. Y promocionarla como benigna, en relación a las drogas duras, una actitud reformista. Porque, en última instancia, lo que habría que reivindicar es el derecho a que nadie administre la propia vida, a preferir la intensidad (incluso de lo que Giulia Sissa llama placer negativo) por sobre la duración. A optar por una apuesta como la de Charles Bukowsky (Mueren antes los médicos que los borrachos) o John Cassavetes (a quien le bastaron 59 años para demostrar que el tiempo verbal hubiera no existe y cuya obra, estando sobrio, sería imposible de imaginar). El escritor Raymond Carver dejó de beber y murió diez años después, de un ataque cardíaco, cuando supuestamente empezaba la nueva vida que le habían anunciado los médicos. El adicto amigo de Truman Capote en Plegarias atendidas muere por no soportar la cura. Tanto para ser artista como para no serlo (o, como decía Sartre, para ser un ingeniero), no es necesario beber alcohol, hacer del cuerpo un laboratorio de experimentación o suicidarse en secuencias. Pero no deja de ser sospechoso que, cuando la ciencia y la técnica han multiplicado la capacidad de matar en gran escala y le disputan a la naturaleza la creación de vida, el que se entrega al goce sustrayéndose a los proyectos del Estado, la biología o la Iglesia siga siendo la piedra del escándalo. Pero reconozcámoslo, la marihuana es menos apocalíptica. La ley, esa gran retardada, no tendría más que reconocer lo que ya es: no se sabe si los festejos del año 2000 nos encontrarán unidos o dominados, pero sí flippeados y borrachos (salvo que la nueva legislación del trabajo decrete que ni el Año Nuevo será feriado, en el próximo milenio). ![]()
El uso de cannabis, incluso durante un largo período, no es perjudicial para la salud.
Es inaceptable la guerra contra la marihuana porque destruye los fundamentos básicos legales de la democracia: ¿por qué el Estado debe saber qué es bueno y malo para el individuo?, ¿cómo atreverse a calificar de crimen un hecho en donde no hay víctimas? Si un toxicómano era criminal antes de la marihuana, lo seguirá siendo cuando no la tenga. ¿O creen que, por privarlo de ella, lo convertirán automáticamente en ciudadano honorable y productivo? Y lo mismo ocurre a la inversa: nadie va a adoptar una conducta criminal por fumar cannabis. La marihuana no es más que un revelador de las pulsiones humanas.
La legalización de la droga llegará, aunque no sé cuándo. Es como haberle preguntado a algún alemán, en pleno 1988, cuándo se iba a derrumbar el Muro de Berlín.
Barry Goldwater, candidato a vicepresidente por los republicanos con Nixon y famoso fascista, dijo en noviembre de 1971 que había que legalizar la marihuana porque era el gran tranquilizador de la juventud estadounidense. En Woodstock, el mítico festival rebelde, la droga la repartía la policía. Fue una experiencia muy útil para mucha gente, con el fin de ver cómo se podía tener sedados a los jóvenes. Desde años antes, los jóvenes empezaban a fumar marihuana como una forma de cuestionar el establishment: a esos padres que trabajaban a destajo y que tomaban anfetaminas para aguantar el ritmo.
Yo no entiendo qué tiene de diferente la marihuana a cualquier otra cosa. Me pregunto por qué algo tan irrelevante se ha convertido en un tema tan grave, una cosa que en sí misma no es un verdadero problema se ha vuelto un tema sobre el cual giran naciones. Lo que en la droga es fuente de delito no son sus efectos, sino su precio. Muchos países desean la despenalización, pero no lo hacen por temor a las represalias de Estados Unidos.
Es un negocio tan grande, da unos incentivos tales, que el Estado no puede competir con él. La verdad es que existe un mercado; la producción y la comercialización son el anverso y el reverso de una misma moneda. La despenalización de la marihuana es un paso arriesgado, pero por lo pronto eliminaría toda la delincuencia y la violencia criminal asociada al narcotráfico, que está causando verdaderos estragos.
Apoyo la despenalización, porque la gente fuma marihuana de todas maneras, y hacerlos pasar por criminales es delirante. Es cuando estás en la cárcel que te volvés realmente un criminal: ahí es donde aprendés todos los trucos.
La guerra contra las drogas no es sino un capítulo más de la historia general de la estupidez humana. Así como reclamamos la libertad de pensamiento para elegir nuestras lecturas o la película que deseamos ver, así como tenemos derecho a meter en nuestras mentes lo que queramos, también tenemos derecho a elegir nuestros alimentos y cualquier otra sustancia que queramos meter en nuestros cuerpos.
La prohibición hizo al tráfico de marihuana más atractivo y rentable, alentó la criminalidad y la corrupción en todos los niveles. Dada esta situación, la polémica no puede reducirse a la guerra contra la marihuana o la permisividad. Hay que tomar por fin el toro por las astas: cómo puede implementarse la legalización. Para poner fin a la guerra inútil, perniciosa y egoísta que los países consumidores infligen a los productores. El problema es una cuestión fundamental ética y política, que sólo puede definirse claramente mediante un acuerdo internacional, con Estados Unidos al frente. ![]() ![]() |