








|
Por M. Fernández López
Mirá quién habla
Son sólo ochenta pesos. Ese son sólo usted lo procesa como ¡¡ochenta pesos!!, mientras mete, sudoroso, la mano en su bolsillo y piensa en todas las cosas de que deberá prescindir para compensar ese gasto. Es que siempre, en economía, hay dos verdades, y a veces más: qué piensa el vendedor, qué piensa el comprador y qué piensa el encargado de preservar la paz social y la cohesión. E incluso un cuarto: el del extranjero respecto de nuestras políticas nacionales. Para el vendedor, acaso el precio es muy bajo y no le compensa los costos incurridos, pero debe vender por hallarse al borde de la cesación de pagos. Para el comprador, acaso cualquier precio positivo sea excesivo, por hallarse sin empleo y vivir de prestado. Para el agente financiero que coloca bonos externos del país, y gana en ello una pequeña comisión, ningún monto de deuda le parecerá abultado. Para los habitantes del país, que ven que esa deuda se destina a puro gasto o devolución de deuda anterior, y que será pagada con más impuestos por sus hijos y nietos, la evaluación es más sombría. En la Riqueza de las Naciones de Adam Smith aparecía esa dualidad de las transacciones económicas: En todas partes los salarios corrientes de la mano de obra dependen del convenio que es costumbre hacer entre estas dos partes, cuyos intereses no son, en modo alguno, idénticos. El obrero desea obtener todo lo más, y el amo dar todo lo menos que puede. Para el empleador, el trabajo es un insumo que aún no pudo reemplazarse por la máquina, y el salario un costo que debe ser achicado. Para el empleado, el trabajo es la vía de realizar sus aptitudes, y el salario el medio para acceder a todo lo que puede ofrecer la economía de mercado. Para el primero, el salario no puede superar la productividad del trabajo expresada en dinero. Para el segundo, el salario no puede ser menor al costo de su propia vida y la de los suyos. El desempleo tiene dos caras: para el empleador es ventajoso, pues crea por sí solo la flexibilidad, disciplina a los ocupados y somete a los desocupados. Para el trabajador, desempleo significa humillación, miseria y exclusión de su propia sociedad. Privatizar, desregular, concesionar, arancelar, privilegiar al capital extranjero, pueden ser en ciertos casos altamente impopulares en el país y a la vez hacerlo al ministro de Economía acreedor de distinciones internacionales por su confiabilidad y eficacia.
Cambio Belgrano por Hamilton
El presidente del Banco Central, para expresar su apoyo a una eventual dolarización de la Argentina, señaló que sólo se trataría de cambiar un prócer por otro. En el caso del billete de 10, se cambiaría a Manuel Belgrano por Alexander Hamilton, que si no pueden considerarse sucedáneos perfectos, sustentaron ideas afines y en la misma época, con una diferencia: Estados Unidos ya era un país independiente, y el propio Hamilton había contribuido a ello, mientras que la Argentina aún debía dar las batallas de la independencia, en las que Belgrano tendría papel descollante. En 1797 Belgrano sostuvo la necesidad de cultivar lino y cáñamo, por ser materia prima de implementos náuticos, como velas y jarcias, cuya manufacturación en el país propiciaba. Hamilton en 1798 proponía también manufacturar la materia prima nacional, pero por una razón muy concreta: su país ya exportaba bienes primarios, sin manufacturar, que se veían sujetos a intensas fluctuaciones en sus precios. La idea prendió en Pedro Ferré, gobernador de Corrientes, en 1830, pero sería Francisco Carulla, a raíz de la crisis de 1867, el autor de un proyecto de industria textil lanera, destinado a evitar las caídas en el precio de la lana y colocarlas manufacturadas en el mercado interno: las pérdidas de valor exportado por baja del precio, en una sola recesión, eran iguales al costo de una fábrica textil. La fábrica llegó a proveer uniformes en la guerra del Paraguay. Pero el país abandonó ese proyecto y se insertó como proveedor de materia prima al mercado mundial e importador de manufacturas. En tal papel, el país descubrió otra dura verdad: que los precios de las exportaciones primarias no sólo caían en las depresiones, sino como tendencia secular. En medio siglo, de 1870 a 1930, el poder de compra de manufacturas por bienes primarios (términos del intercambio) cayó casi a la mitad. Raúl Prebisch conjeturó en 1949 que el deterioro de los términos del intercambio era la vía por la cual los países industrializados retenían para sí los frutos del progreso tecnológico, y por la que se apropiaban de parte del progreso técnico de los países primarios. Sumado a ello la baja absorción de trabajadores en faenas rurales y la ley de Engel (a mayor ingreso, menor proporción de gasto en alimentos), justificábase encauzar el crecimiento demográfico hacia la industria, bajo protección si fuera necesario.
|