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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

La salida es Ezeiza

Mario Bunge es uno de los pensadores sobresalientes producidos en la Argentina. Para desarrollar en plenitud su capacidad ha debido ponerse bajo el manto de un país que fomenta la ciencia, como Canadá, y una universidad que le da medios, como McGill. Una historia parecida a la de Camilo Dagum o la de César Milstein. Estuvo acá unos días y dio tres clases, invitado por la UBA y La Nación. Habló del ser, del conocer y del actuar, respectivamente, a los que explicó como filósofo exacto, según gusta decir, con el lenguaje de conjuntos, álgebra abstracta y topología. El resumen que publicó el diario citado nada habla de eso, es decir, de sus décadas de labor para producir A Treatise on Basic Philosophy, obra aún inconclusa. Al diario y a sus lectores parecen interesarle sólo opiniones de Bunge sobre la Argentina y sus problemas. Lo que investigó sobre ciencia interesa a demasiado poco. El público refleja la opinión oficial según la cual basta con la ciencia que desarrollan los países avanzados; por tanto, no hay que gastar en ciencia. O el consejo, aún más grosero, de un candidato a presidente de la República: "Que los científicos vayan a lavar los platos". Preguntado si volvería al país, dijo Bunge: "Los días pares me dan ganas de volver, los impares no; me tomo el domingo para reflexionar". Yo le ayudo a pensar: "Contá los impares de todo el año y no vuelvas nunca, Mario; acá lo que hacés no importa; quedate en Canadá hasta el 2019, y cuando cumplas cien años volvé un tiempito para hacer una pausa y recordar otros tiempos". En caso contrario, su obra quedará trunca. Si le dieran un cargo de profesor titular con 50 años de antigüedad, ganaría la cuarta parte que un juez o un político que vivió de mentir, no de buscar la verdad. Si quisiera aspirar a un incentivo como investigador científico, debería competir en desventaja con funcionarios administrativos -rectores, decanos- que acaso nunca aportaron un átomo a la ciencia. Si quisiera repasar sus propios escritos -ejercicio que Bunge aconseja hacer- no hallaría su Treatise... en las bibliotecas universitarias. Gobiernos que declararon subversiva la matemática moderna también rastrillaron pacientemente bibliotecas públicas, incautaron y destruyeron libros que consideraban subversivos. Acaso entre ellos estaba el Treatise..., imposible de hallar ahora. Y los gobiernos siguientes poco hicieron por remediar el daño.


El rostro acusador

Todas las culturas están llenas de relatos de aparecidos, que en su mayor parte no son almas amables que nos vienen a consolar, sino seres de ultratumba, decapitados con su cabeza en la mano, cuyo dedo acusador nos apunta, diciendo: tú me mataste. El autor del crimen se torna susceptible al menor signo que evoque la tragedia de la que fue responsable principal. Y procura eliminar cada evidencia material, sin advertir que el recuerdo no se borra de la conciencia. Crear una marina mercante fue una aspiración de quienes produjeron la Revolución de Mayo: sabían que un país independiente necesita barcos propios. Así lo pensó Belgrano, que concibió la idea de enseñar náutica y sugirió a los productores plantar lino y cáñamo para tener materia prima para velas y jarcias. El avance fue lento, y todavía en 1916 los senadores frustraron el proyecto de Yrigoyen de crear una marina mercante. Perón lo concretó. Nosotros retrocedimos al siglo XIX: vendimos barcos, echamos gente y disolvimos la empresa. Hoy los barcos tienen bandera liberiana, y ni uno la bandera argentina. ¿Adónde está la plata? Los autores, cada vez que ven a Belgrano, leen en sus ojos la pregunta. Educar al pueblo, adoptar métodos avanzados, importar educadores y darse una ley de educación común, gratuita y obligatoria, permitieron incluir a todos en una misma sociedad, sin discriminar por clase social, raza o religión. Hoy la mejor educación es del que la paga.Al ver a Sarmiento ¿qué sienten quienes causaron esto? La apertura indiscriminada terminó con gran parte de la industria argentina, y condenó a miles de técnicos a perder su capacidad fabril en empleos de menor calificación. ¿Qué dice el que así abrió la economía cuando ve a San Martín, quien como Protector del Perú cifró en el proteccionismo la autonomía económica? Muchos políticos que llevaron a la muerte civil a millones de compatriotas mintieron en sus promesas electorales y querrían que ellas no se hubieran escrito ni recordado nunca. Otros ven la acusación en el rostro de los próceres. Eliminemos a Belgrano, Sarmiento y San Martín del papel moneda. Eliminemos sus nombres de las líneas férreas. Ellos evocan tiempos de barcos mercantes propios, educación pública y protección industrial, y los señalan como sus asesinos. En su lugar haya otros próceres. Qué mejores que los del color esperanza, del acariciante y protector dólar.