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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Mitometría

Alguien dijo que el oficio de los militares es matar y el de los políticos, mentir. Mal que nos pese, esas extrañas definiciones se verifican en el país. En cuanto a las mentiras de los políticos, las hay de todo tipo y calibre: las mentiras a futuro, cuando el político aspira al poder, y promete fantasías que no tiene la menor idea sobre cómo hacerlas realidad y casi nunca las cumple cuando alcanza el poder; y las mentiras a pasado, con el político instalado en el poder, luego de no haber beneficiado a nadie tanto como a sí mismo, cansando de defraudar a todos, reclama un período más para completar su programa de “transformación” y busca convencernos de que si bien no estamos todo lo bien posible, sí estamos mejor que cuando él accedió al poder. La mentira a pasado se presta mejor que ninguna al uso de la estadística, a la mentira con números o mitometría. Por ejemplo: no se puede decir si el ciclo económico está en una fase expansiva o contractiva, sin un previo tratamiento de los datos. Cada dato es un punto en un gráfico sobre un papel. Todos los datos no forman una curva o una recta, sino una nube de puntos. El ciclo está dentro de la nube. Para extraerlo de ella, debe descontarse la “tendencia secular”, que es la recta que más se parece a la nube. Y deben descontarse las fluctuaciones de corto plazo o fluctuaciones estacionales. Para ello, en lugar del punto registrado, se considera el promedio entre cierto número de meses antes y después de cada punto. Con lo que queda, se intenta hacer pasar una curva que oscila hacia arriba y abajo (“función armónica”), respecto de la cual los puntos registrados estarán a la menor distancia posible. Luego de todo ello, habrá algunos puntos a una distancia anormalmente grande de la curva cíclica, como son los años de la primera y la Segunda Guerra Mundial, o de crisis anormales. Comparar un dato actual con tales puntos excepcionales es una agresión al sentido común. Sin embargo, el poder afirma que la pobreza es menor hoy, en comparación con junio de 1989, cuando la hiperinflación nos devoraba. Con igual criterio, una temporada agrícola desastrosa, con toda la cosecha de trigo perdida por inundaciones y sequías, reducida a un quintal, puede compararse con la producción de trigo en invierno (que es cero, y 1 dividido 0, aunque es una operación complicada, tiende a infinito) y afirmarse que la tasa de expansión es infinitamente grande.


Muerte dudosa

Richard Cantillon fue uno de los contados economistas que hicieron aportes significativos a la ciencia y además se hicieron ricos. Fue banquero en París y Amsterdam. Su actividad abarcaba dichas ciudades y Londres. Tenía casa en siete ciudades. Se asoció a John Law, convertido en ministro de Finanzas en enero de 1720. Law precipitó una burbuja especulativa en acciones. Cantillon les prestaba a sus compatriotas para adquirir las acciones de Law, hasta que se desplomaron. Cantillon hizo una fortuna, al especular en sentido opuesto, contra Law. Los clientes a Cantillon lo querían comer crudo, le hicieron juicio, y hasta estuvo detenido unas horas. “Cantillon optó por alejarse de París un tiempo. Prefirió actuar en las sombras, y se hizo socio silencioso de un banquero inglés en París, John Hughes, al que usó como fachada. Al morir Hughes en 1723 se disolvió la sociedad bancaria, lo que llevó a Cantillon a otro juicio, esta vez con la viuda de Hughes por su parte en las ganancias. Cantillon, parece, acreditaba las operaciones exitosas en su cuenta personal, y cargaba las ruinosas a la sociedad” (Niehans). Fue hora de dejar Francia. Alquiló una casa en Londres, que el 14 de mayo de 1834 ardió hasta los cimientos, con un cadáver adentro. ¿Cantillon había sido robado y asesinado y con el fuego se buscó borrar huellas? Hoy sabemos más. El día previo, Cantillon había adquirido efectivo suficiente para vivir toda una vida (10.000 libras) e “inmediatamente después de la supuesta muerte de Cantillon se presentó en la colonia holandesa de Surinam una persona misteriosa, un Caballero de Louvigny, con numerosos documentos relacionados con Cantillon, así como una considerable cantidad de dinero y cosas de valor. El individuo fue perseguido pero no aprehendido; abandonó los documentos, y ese hecho permitió tomar contacto con ellos. Pudo tratarse del asesino de Cantillon, o de Cantillon mismo. Pues si era el asesino, ¿para qué iba a andar con semejantes papeles sin valor pero incriminatorios?” (Brewer). Quienes profundizaron el estudio de este empresario inteligente y audaz conocen un detalle de su obra: al lado de la portada, aparece un magnífico retrato de... ¡su esposa! No dejó ningún retrato suyo, según era usual entre gente rica. ¿Odiaba ser retratado? El cadáver incinerado que apareció en su cama, ¿era de alguien que intentó retratarlo sin su permiso?