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Todo x 1.99 y algo más

Blues Motel,
los pro y los contra de ser stone

El porro
y la minita

Los Blues Motel saben que buena parte de la culpa de cargar con la fastidiosa etiqueta de bandita-stone es de ellos. “Es que es natural: sos pendejo, te colgás una guitarra y lo primero que hacés es tocar los temas de la banda que te gusta. Encima si después los podés tocar en un escenario y la gente de abajo te grita ‘¡Richards, Richards!’... Tenés 18 años y sos Dios”, resume Adrián Herrera, guitarrista y compositor. Esa era su actitud cuando en 1995 Blues Motel editó Vol 1, el debut. “Dame magia” y “Rock’n’roll en la carretera” -canciones infalibles para los fans- les dieron el espaldarazo y también el empujón al vacío: ganaron muchos seguidores pero perdieron atención mediática.

“Creo que estamos metidos en esa bolsa del rock chabón, donde se dice que las bandas siguen haciendo rock’n’roll cuadrado y no se juegan a hacer algo nuevo”, observa Herrera. “Pero me parece que nosotros desde el primer disco, sin ser alternativos, siempre tratamos de hacer algo diferente.” Algo de esa diferencia aparecía en Mientras las guitarras suenen, un álbum más distorsionado y un poco menos lineal que el primero. “Y creo que con Un tajo en la oreja nos pusimos a punto con el sonido actual”, dice Gabriel Díaz, guitarrista y cantante, refiriéndose al último disco que la banda editó el año pasado. No es que con su tercer cd Blues Motel haya inventado un sonido o decretado la muerte el rock, pero sí se nota que algo pasó. Al menos ahora nadie puede tildarlos de émulos de Sus Majestades Satánicas. “Antes éramos bastante cerrados: de los setenta para arriba no escuchábamos nada. Ahora nos empezó a gustar Primal Scream, Radiohead, Garbage, Pearl Jam”, cuenta Adrián. Y Gabriel agrega: “Hay gente que viene y nos dice ‘che, cómo cambiaron, ¿por qué no vuelven a lo de antes?’. A otra gente le encantó. Todavía no estamos seguros si hicimos bien o mal. Para nosotros hicimos lo mejor, pero a veces uno piensa que escribiendo un rock stone, que diga ‘me fumo un porro y me curto una minita...’.

PABLO PLOTKIN
Blues Motel estará presentando mañana
a la medianoche “Un tajo en la oreja”
en Cemento, Estados Unidos 1234.


Tarda en llegar, y al final hay recompensa

Justicia

Rosa Bru salió a las 0.30 del martes de la Cámara de Apelaciones de La Plata. Cuando la vieron, las 100 personas que estaban esperando afuera, con carteles y cantando, comenzaron a gritar “¡Rosa, Rosa!”. Ella levantó una foto de Miguel, y recibió el emocionado aplauso de la gente que cantaba “¡se siente, se siente, Miguel está presente!”. Una hora antes, habían recibido con asombro y alegría las sentencias a los policías que asesinaron a Miguel Bru. A Walter Abrigo y Justo López les correspondió prisión perpetua por tortura seguida de muerte (López estará dos meses libre pero bajo custodia policial hasta que la Cámara de Casación confirme la sentencia), Juan Domingo Ojeda, el comisario de la 9-a donde el 17 de agosto de 1993 fue torturado y asesinado Miguel, recibió apenas 2 años de prisión por encubrimiento (algo que dejó cierto gusto amargo a los familiares, amigos y compañeros de Miguel). Ramón Ceresseto, que borró el nombre de Miguel del libro de entrada a la comisaría, recibió 6 años de prisión por encubrimiento y falsificación de documento público.

El día del veredicto fue largo y agotador. Al principio, se anunció que las sentencias serían leídas a las 18, pero finalmente se dieron a conocer alrededor de las 23. La algarabía general sólo se vio empañada por la leve sentencia a Ojeda. “Quiero que todos sepan que repudiamos esta condena. No estoy conforme con lo de Ojeda y los voy a invitar a un escrache para que sepan que no estamos satisfechos”, dijo Rosa Bru cuando le habló a la gente a la salida del juicio. Y todos respondieron: “Como a los nazis les va a pasar/ donde vayan los vamos a buscar”. “Y quiero que sepan todos”, siguió Rosa, “que cuando estaba adentro escuchaba los bombos y los cantos de ustedes y le decía a Miguel ‘acá están tus amigos, tus compañeros, esa juventud que a vos te quitaron’. No vamos a bajar los brazos, vamos a seguir buscando a Miguel”. Porque ahora que el tribunal admitió la responsabilidad de los asesinos, el próximo paso será encontrar el cuerpo. Después de este juicio y de quince rastrillajes sin ningún resultado, Miguel sigue siendo un desaparecido.

MARIANA ENRIQUEZ


Cómo se hacer rock en todo el país

¡Argentina! ¿Argentina?

Santa Fe

A veces se tiende a imaginar que Santa Fe capital es una plaza vigorosa de rock. Allí cerca está Rosario, cuna de músicos, más allá Cañada Rosquín, pueblo natal de León Gieco. Y, además, por comparación, se puede inferir también que la dinámica es mayor que en provincias más “alejadas” de donde todo pasa, como Chaco o Santa Cruz por ejemplo. Pero la teoría suele chocar con la realidad. En Santa Fe (la ciudad), el ritmo rocker lo marcan tres o cuatro bandas clave. Y el resto, sobrevive los sábados tocando para no más de 60 personas por noche.

“Todo el interior está limitado en lugares para tocar. Los tenés que inventar vos, tenés que abrir la cabeza el doble que en Baires, porque no te dan ni cinco de bola. No hay una estructura adecuada para el rock y te tenés que pelar el tujes para hacer algo. Si bien las disquerías se mueven, los consumidores son siempre los mismos. En los shows ves las mismas caras de siempre. Nosotros conocemos al 70 por ciento de la gente que nos viene a ver”, dice Rodrigo González, cantante de La Cruda, banda de rock “crudo” y sin ataduras nacida en Guadalupe, un barrio bien de la capital.

Cuentan los que conocen que la provincia estuvo de fiesta cuando irrumpió el grunge a principios de los ‘90. Pero pronto la moda terminó y todo volvió a la normalidad. Sólo resistió el público de culto. Javier Farelli, baterista de La Cruda, piensa en la situación y rastrea las causas “el rock en Santa Fe es resistido por gente que tiene poder de decisión e influencia social. La clase política acá es muy conservadora, ligan mucho al rock con la violencia y las piñas”. “Son unos cara de verga”, completa Rodrigo.

A pesar de las contramarchas, la oferta de estilos es bastante variada. Tras la estela de Carneviva, máximo exponente histórico, conviven -y compiten- grupos de contrapuestas influencias: Flor Mostaza, que lidera la cruza de hardcore y hip-hop, Hard Faces and The Villa California Rastaman, el reggae nativo; Descarga, que apunta al funk; Contragolpe, al punk-rock, Apocalipsis -de Reconquista, la ciudad natal de Batistuta- es heavy y Anacrusa aún insiste con el grunge. Pero la delantera, al menos en cuanto a difusión, trayectoria y estructura, la lleva Cabezones (Electroshock, 1995; Hijos de una nueva tierra, 1997) banda hardcorealternativa apadrinada por el ex ANIMAL, Martín Carrizo. César Andino, su cantante, agrega más de lo mismo: “Esta es una plaza problemática para tocar. Hay dos o tres lugares establecidos. Uno es Patio Catedral, pero la Subsecretaría de Cultura se lo presta al que se le canta. Para tocar ahí tenés que cumplir una serie de requisitos, que nadie sabe cuáles son. A nosotros, por ejemplo, después de un show para 800 personas en el ‘95, no nos dejaron tocar más. Todavía me pregunto por qué”.

CRISTIAN VITALE