Un joven cualquiera, una ciudad cualquiera. Infinitos segundos han pasado ya desde que llegué a una curiosa ciudad del Pacífico. Todo era extremo. Temperaturas superiores a 30 grados, humedad entre el 90 y 95 por ciento, delincuencia exagerada, agujeros en forma de carretera y demás paranoias típicas de urbe. Me di cuenta de que mi vida seguía girando y continuaba sin saber alrededor de qué. Pero algo percibía, no quería pasar más tiempo en Guayaquil city, como la denominó Mano Negra en una de sus canciones o GuayaKill como la bautizamos nosotros.
Así que un día de explosión por consecuencia directa del trabajo (cómo no), decidí irme a la selva amazónica ecuatoriana. En ese momento no sabía ni comprendía el porqué de esta decisión e incluso pensé que algo me llamaba, una fuerza me atraía sin motivo y sin motivo me despedía de mi pasada vida. Aquella del trabajo forzado a ritmo de electricidad visionaria, en insensibles computadoras y supuestas ideas creativas. Aquella que fomentaba la vida social en una moneda.