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Todo por 1.99

Clara de noche

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Texto Nacho Ordoñez
(gracias a la Pandilla Basura)

Aquella que me hacía sentir profundamente culpable por no desear cumplir con una oficina para el resto de mi vida. Aquella que me persigue y continua acorralándome. Y, sin mirar atrás, supuestamente decidido, cogí la buseta al corazón de la selva. Quince horas saltando en el asiento, descifraban qué venía y qué había desaparecido para siempre en mi vida. La confusión interna se incrementó cuando bajé y observé a un indígena analizándome con una mirada tan intensa y poderosa que simulaba estar leyendo las toneladas de información desorganizadas que me confundían en caos. Se acercó, me miró y susurrando me dijo:

-Ven, mi abuelita tiene algo para ti.

La entropía mental se exterminó instantáneamente mientras seguía su sigiloso andar. Podría decir que su mirada me hipnotizó y a través de ella conocí la verdad de la selva como los antiguos chamanes la conocían a través de los ojos de la anaconda que les enroscaba en posición amenazadora. Llegamos a una calle oscura y se paró a hablar con un señor. Ambos dialogaban lenta y amistosamente en quichua. Hicieron el trato y se dirigió hacia mí diciendo:

-Ciento veinte lucas hasta el camino de la comunidad.

Y las solté sin más. Por primera vez hace mucho tiempo, no pensé en el engañó ni en el robo. Me fiaba totalmente de él, como un niño se fía de su madre. Notaba un sentir bonito y transparente. Se había plasmado sin previo aviso, la amistad más corta e importante de mi vida, auténtica vida. La humildad recorría las venas de mi cuerpo. Escuchá, me dije, sólo escuchá. El raído camioncito partió hacia Causa Llacta. La noche llamó a la puerta mientras dejábamos Tena rumbo a la oscuridad amazónica. Volvió a mirarme y espetó:

-Bladi, así me llamo.

Intercambiamos alguna palabras cuando me di cuenta del lema que debía seguir. Escuchá, volví a decirme y giré la cabeza hacia el cielo. El expresivo juego de colores del sol despidiéndose dejó paso a la estrella lunática. Quilla crecía hasta cuarto creciente cuando comenzamos la marcha a pie. La noche era densa y el camino se cerraba a cada paso. La humedad alertaba a los poros. Bladi nos paró frente a una aldea. Su abuela, tierna chamán, advirtió nuestra presencia horas antes. Simplemente con el cantar de los sapos aquella tarde sabía que unas mentes abiertas y agradecidas arrastraban su culo blanco hacia la comunidad. Su marido descansaba, ella cogió hierbas, ayahuasca y nos saludó intrigadamente marcándonos el camino con su arraigado andar. Y le dijo a Bladi:

-Pensé que era más alto.

Se refería a mí. Sabía que iba a verla, me estaba esperando o, es más, ella fue quien me había llamado. No veíamos, pero escuchábamos comosus suaves pasos no dejaban confusión a que sus ojos percibían luz donde no la había. Llegamos con paciencia a la cabaña donde conocimos a Tito. Hablamos con él, hasta que la chamán mandó a descansar nuestras mentes. Me tumbé y antes de cerrar los ojos definitivamente, observé cómo la luna iba a ser cómplice de nuestra entrada a la auténtica realidad.

Una linterna y dos velas me hicieron volver de un desastroso sueño con astuto carácter de pesadilla. Es la hora, susurró una voz indefinida. ¿Estás preparado? Mi respuesta fue clara, un simple movimiento corporal dijo todo lo que la sombra tras la luz quería oír. Salí a la sala, allí estaban todos al saber de una vela. La chamán comenzó a hablar. Nos recomendó no encender el tabaco con velas y no tirar la ceniza. El destino estaba escrito en ella y debíamos dejarlo fluir sin desengaños. Selló la casa de malos espíritus y purificó el primer cuenco de ayahuasca que le entregó a Bladi. De esta manera se produjeron todas las cataciones y correspondientes viajes. El color ocre de la ayahuasca se tradujo en un sabor amargo e incluso agrio, debido a la rápida fermentación. Una vez que todos con debida humildad saboreamos tan ancestral elixir, comenzaron las limpiezas corporales. El pibe inició el ritual al ritmo de un viejo cántico Quichua.

Por más que haya miles de mundos
ninguno será como este mundo de oro;
de allá viene una mujer de hielo,
es una mujer de nubes
es una mujer de viento.

Como caballo de oro viene saltando,
saltando y dándose las vueltas,
viene cruzando todos los cerros.

Viene ya, viene ya,
Y es una mujer hermosa.

Canto anunciando la venida del espíritu de la ayahuasca.
Chamán, Pablo López, bancuc yachac.
Mundos Amazónicos, Fundación Sinchi Sacha.

La yachac (Chamán en quichua) le limpiaba escupiendo puro y expresaba con hojas de chiripanga (Caphadis, sp) la depuración temporal de su alma. Nico estaba contaminado de la ciudad; la chamán lo notó y supuró arrastrando las malas vibraciones fuera del cuerpo absorbiendo a través de su cráneo. Vomitaba los temibles vampiros invisibles y purificaba el agujero de salida con humo blanco y denso que cumple la función de limpiar el ambiente de espíritus malos, de limpiar al paciente, alimentar a los espíritus auxiliares y clarificar las visiones del chamán.

Así, una y otra vez hasta que notó que estaba preparado para no rechazar el segundo vaso absorbente de la personalidad domada. Los demás fuimos eslabones de esa misma cadena, uno detrás de otro con la más absoluta de las cautelas. La chamán nos miró y observó nuestra palpitaciones de la misma forma y sentir que sus antepasados. Estaba en camino, la vibración visual fue clara, debíamos volver a acostarnos para notar el venir antes de irnos temporalmente.

Paralización del cuerpo físico
conmoción de la mente
viaje existencial al todo desarrollo humano
liberación del cuerpo astral

Libertad

Me encontraba en una habitación de madera que prescindía de puertas y ventanas. El pibe descansaba en la cama de al lado, aunque la mosquitera me impedía apreciarlo con claridad. Cerré los ojos sabiendo que nada iba a ser igual cuando los volviera a abrir. Noté a la chamán en trance junto al fuego, al tiempo que una sensación de lasitud y entumecimiento corporal poseían mi cuerpo sin intención de retroceder. Comencé a eructar, el estómago parecía hinchado. Las náuseas venían. Por suerte Tito me había enseñado el masaje de garganta para luchar contra el vómito. Logré vencerlo. Las ganas de vomitar se convirtieron en bostezos. Mi cerebro necesitaba más oxígeno y me lo estaba pidiendo. Llegué a la deducción de que mi cuerpo no me pertenecía. Ojos con picores como de sueño atrasado. Somnolencia. Mi cuerpo estaba sometido a nuevas sensaciones al agudizarse considerablemente mi aparato perceptual. Sentía todo mientras que la dimensión de lo psíquico superaba a lo físico; mi cuerpo se encontraba cada vez más dormido y la mente, cada vez más despierta. Fue ahí cuando descubrí que el efecto no era constante. Subía y bajaba según los caminos que escogiera el cerebro. La mente mandaba al cuerpo órdenes directas para que se diera la vuelta con la finalidad de observar a Nico que yacía en la otra cama de madera.

Estuve un rato insistiendo hasta que el cuerpo, en un espasmo, giró violentamente. Abrí los ojos y vi a mi compañero que había quitado el mosquitero. Su rostro deslumbraba entre sombras una expresión facial dura y crispada, reflejo claro de la batalla que se desarrollaba en su interior. Mantuve los ojos abiertos hasta que pude. Fue poco. De nuevo entré en mi viaje particular. La mente se disparó. Empezaron a aparecer serpientes de todos los tamaños, clases y colores. Jugaban alrededor mío. Poco a poco se acercaban al roce hasta que entraron por cualquier orificio de mi cuerpo y salían por otro. Así una y otra vez, hasta que una de ellas, la más grande, abrió la boca y me engulló para después expulsarme por su cola mientras se desintegraba. El viaje tuvo un buen inicio aunque todavía no había abierto ninguna puerta. Nada parecía la realidad ordinaria, sino que todo pertenecía a la realidad no ordinaria. Otra dimensión.

Cada instante era bastante más intenso, real y vívido que en la realidad de nuestro día a día. Y, por primera vez en mi existencia, sentí el desprendimiento de mi cuerpo astral como algunos lo llaman. Estaba en una esquina del techo de la habitación y desde ese punto analicé la situación. Vi a Nico tumbado en una cama y a mí en otra. ¿A mí? ¿Qué hacia yo allá abajo si observaba desde arriba? ¿No podía estar en dos lugares a la vez? ¿O sí?

Si Carlos Castaneda en el desierto de Sonora y Logsan Rampa en Nepal se habían desprendido de su cuerpo físico, uno mediante el arte de ensoñar y otro mediante la meditación y la conexión del cordón de plata, ¿no debería ser el mismo esquema cuerpo y alma en nuestro viaje? Por supuesto que sí. Ese fue mi primer gran error. Algo entró repentinamente en mi cuerpo causándome un salto brutal sobre la cama. Más de diez centímetros de altura me hicieron regresar a la realidad ordinaria. La unión de cuerpo y alma se consumó, cerrándome la primera puerta. Estar mirándome a mí mismo me asustó. Lamentablemente, tuve que volver. Durante esa noche muchos fueron los esfuerzos de mi mente por dar rienda libre a mi cuerpo astral. Todos en vano. Al alba abrí los ojos como si la luz los hubiera enfocado. Mi amigo me miraba desde el otro lado de la pieza. Sus ojos se veían grandes, muy grandes. Según Josep María Figueroa, en su ensayo Al transluz de la Ayhuasca, “según baja el efecto de la mixtura vegetal, los ojos seven enormes. No es midriasis, sino lo que los griegos denominaron ojos estáticos que han visto el más allá, representados artísticamente en el helenismo clásico”. Los rostros parecían cansados; la ropa estaba arrugadísima; las camas, deshechas y los pelos, alborotados. Era como si en vez de haber estado tumbados toda la noche, hubiéramos estado saltando y agitados. Aunque todo parecía excitantemente tranquilo. Las energías escaseaban; los efectos se dispersaban y el sueño atacaba con afán de conquista. Shsss...Todo acabó.

Maduro, el mono machín nos lanzaba todo lo que encontraba a su lado. Las aves ya no cantaban. Eran cerca de las once de la mañana. Desperté y salí con la intención de refrescarme. Tenía dos opciones: una el gran río Napo que bordeaba la casa y otra, andar un poco más y llegar a un pequeño riachuelo. Y sin saber por qué anduve hasta el afluente y me encontré a la chamán que lavaba las cacerolas en el río. La saludé como pude y comencé a ayudarla. Al rato me dijo algo parecido a esto:

-Tito acaba de salir de la casa.

Por mis cálculos, si era cierto, cosa que no dudaba, tardaría unos diez minutos en llegar y llegó. Cómo podía ella saber eso. Me intrigaba su sentir y deseaba comunicarme con ella. Tito me comentó que nos íbamos a Coca. Preparamos todo y nos despedimos de los miembros de la comunidad, menos de la chamán que no apareció. La balsa dejó tierra y navegó lentamente. Apenado eché un último vistazo a la comunidad y allí estaba, como escondida entre los árboles, la chamán. Batía su mano como en señal de despido. Yo batí la mía con la certeza de que volvería a verla, con el sentir de que debía irme pues ése no era mi lugar aunque quería que lo fuese. Durante el viaje en balsa no me hipnotizó el espléndido paisaje sino lo que sentía hacia él. Efecto directo de la ayahuasca. Era un elemento de la naturaleza, del ciclo de la vida. Todo mi entorno me comunicaba placer. Formas, colores, olores. Nubes sostenidas en el tiempo.

Esa noche paramos a dormir en una playa que formaba el caudaloso río Napo y antes de desembarcar las cosas, un silbido proveniente de la maleza nos alertó. Era un niño quichua que nos invitaba a acercarnos. Fue Tito quien habló con él y nos dijo que nos dejaba dormir en su casa. El niño se llamaba Juan, era quichua y vivía solo. Su casa estaba rodeaba de unas plantaciones de yuca, cacao y banano, entre las que habitaba un ejército de gallinas. Nos invitó a tomar chicha de Yuca en señal de bienvenida y abundancia. Cenamos en su compañía y le invitamos a fumar marihuana, planta muy apreciada por los indígenas aunque no sea autóctona. El pibe no hablaba, pero fumaba. Me ayudó a separar las semillas. Le enseñé a plantarlas, le expliqué a través de Tito la diferencia entre machos y hembras, el tiempo que tardaban en florecer, la influencia de la luna, etc. A partir de ese momento, no se separó de mí. Intercambiamos conocimientos hasta que partimos rumbo a Coca. El viaje fue largo, unas quince horas. Llegamos, tomamos una buseta rumbo a Tena y de Tena a la ciudad. En medio del trayecto, nos robaron una mochila con todo. Pero nacimos en una batalla continua y decidimos volver a buscarla ¿Dónde? Buena pregunta. El conductor nos llevó a la zona de sospecha a las cuatro de la mañana. Linternas y machetes en mano registramos varias casas hasta dar con el ladrón. Entramos a su casa al mismo tiempo que escapaba selva adentro. Recuperamos las cosas y volvimos al autobús, excitados por lo sucedido. El despertar fue penoso. Otra vez la ciudad.

Durante los siguientes meses leí bastante sobre el chamanismo asociado a los mitos y leyendas a través de la ayahuasca. Me interesaba, no simplemente para aprender más sino para sentir más. Mis sentimientos optimistas hacia la existencia aumentaron radicalmente gracias a la chamán y al uso de bejucos alucinógenos del género Banisteriopsis. Deseaba conocer sobre los quichuas del Napo y sobre otras etnias de la Amazonía ecuatoriana. Por ejemplo los quichuas lo denominan Ayahuasca (La liana delos muertos); los y secoyas, Yagé; los huaorani, Mii; los shuar y achuar, Natém; y así hasta cuarenta nombres que se conocen. Muchos arqueólogos afirman que los pueblos indígenas lo consumen, como mínimo, desde hace cinco mil años. Por otro lado, está regulado y prohibido el comercio de algunos de los componentes activos del ayahuasca en estado puro o sintético, aunque realmente la forma natural de este enteógeno paramazónico no está prohibida ni probablemente podría estarlo en ningún país iberoamericano. Sus usos son varios según la etnia que lo utilice. La forma común es hervir el bejuco en una olla durante horas al ritmo de viejos cánticos para purificarla. Entre los shuar y los achuar, la utilizan para encontrar mediante el desfogue social soluciones mediatas, para resolver problemas, para reafirmar su cosmovisión, para entrar en contacto con el mundo místico y, como mencionaba Josep María Figueroa, “... para canalizar procesos mentales en un sentido de oniromancia abierta a interpretaciones (lo que ven es parte de lo que tienen que hacer)”. Además lo usan para ver a Arútam, espíritu fundamental de la vida shuar y achuar, que aparece en el viaje de la forma más temida y que desde chicos suelen buscarlo en las cascadas sagradas, lugares míticos. Inician esta preparación cuando tiene unos seis años a la vez que hacen su primera toma de la ayahuasca. Arútam aparece ocasionalmente y sólo por menos de un minuto, aunque su espíritu existe en la persona eternamente una vez que fue creado. Por eso los shuar creen que, si poseen el espíritu de Arútam, no pueden morir por ninguna causa. Un ejemplo claro fue el de una chica chilena a quien le conté lo de la comunidad: fue a vivir con ellos unos días y tomó ayahuasca. Esa chica padecía aracnofobia. Veía una araña enana a cinco metros y entraba en un shock y respectivas paranoias. La noche que tomó ayahuasca viajó hasta que apareció delante suya una gran araña. No tuvo miedo y la tocó, la araña se transformó en un guerrero y entró en forma de energía en su cuerpo. Ese era Arútam. A partir de ese día, Daniela puede tocar e incluso jugar con las arañas. Ha superado el miedo en la realidad no ordinaria y borrado la aracnofobia de su mente para el resto de su vida. Arútam aparece en un estado de trance elevadísimo y ayuda a afrontar los miedos o, en el peor de los casos, a que éstos se hagan más grande.

Yo voy donde hay una gran cascada.
Emerge donde las montañas se hacen piedra.
Esta chorrera me dará fuerza
Espero que con este largo viaje
Tendré un encuentro
Para tener una vida muy larga.

(Del canto de un hombre que hace un viaje para encontrar a Arútam.)

Una práctica muy común entre los chamanes para tener premoniciones es que ayunan por dos o tres días y toman ayahuasca en grandes cantidades para ver, elucubrar e interpretar situaciones presentes y futuras. Actualmente existen varias iniciativas experimentales al estilo occidental de uso terapéutico sobre la ayahuasca como es el caso del centro de Rehabilitación de Toxicómanos de Takiwasi, en Perú. La ayahuasca produce efectos psíquicos causados principalmente por la harmina, principal alcaloide de la liana. Este alcaloide se ha usado desde principios de siglo científicamente. En 1929, K. Beninger y K. Williams lo utilizaron para combatir el Parkinson. Sus efectos psíquicos son claros: es acelerador emocional sin distorsión de la percepción del tiempo y espacio(al contrario que el LSD 25) y amplificador de las emociones y de la conciencia.

Podría seguir escribiendo sobre estos pocos conocimientos que voy adquiriendo como buen chela. Pero la cuestión es que después de varios meses escuché de nuevo la llamada y sin pensarlo dos veces volví a la comunidad. Esta vez acompañado de mi novia ecuatoriana. Llegamos de sorpresa a la comunidad. Los primeros días nadie hablaba más de la cuenta con nosotros. Eso me asustó en cierta manera y, cuando la confusión estaba a punto de encerrarme, los distintos miembros de la comunidad, poco a poco, fueron dialogando con nosotros y hubo una integración rápida. ¿Por qué ese vacío temporal? Tito me explicó que es costumbre dejar a los invitados unos días de adaptación y desahogo antes de su integración. Otra lección más.

El tercer día salimos a una comunidad huaorani. Tres días de camino por abruptos senderos y mágicos ríos. Tres días sin ver a nadie. Tres días acompañado por mariposas, mantas rayas, aves, reptiles, peces y amigos. Hicimos una balsa y bajamos por el Nushiño hasta la comunidad huaorari Gareno. Un nuevo asentamiento consecuencia del desplazamiento de las petroleras hacia varias etnias. Comimos venado y presenciamos indirectamente una cacería de monos. Lamentable o afortunadamente mis pensamientos se dirigían hacia la chamán. Pronto llegamos a la comunidad. Era día treinta y uno de diciembre, aunque a nadie le importaba ahí dentro. Esa noche hubo una sesión chamanica en la orilla del río Napo. El cielo era conquistado por la luna que menguaba y la silueta de los árboles nos hacían fundirnos a una noche inolvidable. La chamán procedió como la primera vez. La única diferencia era todo. Nuestro estado, el día de ayuno y lo más importante es que nos purificó a Patricia y a mí juntos durante mucho tiempo. Entramos en estado demasiado rápido. Los efectos surgían. Sudores externos y frío interno. Náuseas, bostezos. Entramos en el proceso del sueño. El estado de vigilia dudosa se plasmaba. La luna iba desapareciendo. Me tumbé, es todo lo que pude hacer. Pasó un tiempo indefinido, mi cuerpo giró y me vi solo junto al fuego. Los demás se iban a la casa. Llegué arrastrándome. No sé por qué tenía que ir a la casa, el hecho es que fui. Tardé un rato y me metí en la cama junto a Patricia. Ella ni se inmutó. La intenté abrazar, algo no me dejaba. Así que yací a su lado. Viajé. La primera puerta se abrió y vi, como la primera vez, la habitación, a Paty y a mí desde arriba. En esta ocasión no me asusté y continuó mi cuerpo astral visionando el lugar.

Observé a toda la comunidad como descansaba e incluso conocí casas que en la realidad ordinaria no me habían permitido el acceso. Pasé por ciudades con grandes edificios. Ciudades en las que nunca había estado. Pero estoy seguro de que algún día abriré un libro y veré una foto de ellas porque eran reales. Volé sobre la selva como un águila, divisándolo todo. Y durante largo tiempo compartí mis visones con Paty. Ambos caminábamos por una ciudad desconocida. Veíamos, observábamos e incluso fuimos a un bar. Paty desapareció, yo pensaba que se había ido al baño, pero había salido del viaje. Cuando volví a la realidad ordinaria, Paty estaba tumbada junto a mí y me observaba. Yo pensé que era mi mente que la introducía a ella en mis visiones. Ella pensaba lo mismo. La verdad es que después de dialogar con Paty, llegamos a la conclusión de que ambos anduvimos juntos, vimos juntos y estuvimos juntos. Eso fue lo que llamé la segunda compuerta. El poder compartir las visiones y sentimientos junto a alguien en la realidad no ordinaria. Esa noche aprendí más que en toda mi vida. Y hubo un momento de delirio en el que salí de la casa físicamente, me paré bajo el árbol más cercano a la casa y reí a carcajadas durante mucho tiempo. No podía mantenerme de pie. Tumbado reía y lloraba. La felicidad invadió mi armonía. Paz. El aprendizaje se consumaba lentamente. Estaba agradecido. Pasamos dos días más en la comunidad. Nos ofrecieron tomar más ayahuasca.Tenía muchas ganas, por eso no quise. Deseaba aprender más antes del siguiente viaje. Me notaba bien. La despedida fue como todas, emocionante. Realmente no fue una despedida, era como un hasta luego, como un te quiero. Y otra vez sin querer, abandoné la comunidad. Me tuve que ir. ¿Destino? Una ciudad cualquiera. Sabía que no aguantaría mucho, pero aguanté. Y hoy consumido por la contaminación, necesito depurarme. Por siempre. Me voy y no sé si volveré. La comunidad me llama. La luna me guía. Las palabras van a fluir. Escuchemos.