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Jueves 27 de Mayo de 1999
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Ahora que ya pasó me doy cuenta de lo cobarde que soy. Y eso que no fue nada. Apenas 48 horas de fiebre. Alta, eso sí: llegué a tener más de 39. Lo digo para que se den una mínima idea del susto que me pegué. Sí, ya sé, no es tan terrible, hay gripe por todos lados, todo el mundo la tiene, etc., etc. Pero la mía es distinta, pensaba, muerta de miedo por lo que me pasaba en el cuerpo, que no me respondía, que me podía arrastrar a un abismo en el que la cabeza no me respondiera como yo quiero, que las manos no me den, que se me pasen las cosas, las ideas, las imágenes. Esta gripe no es como las demás, por ejemplo no estoy resfriada, ni siquiera me duele la garganta, sólo esta fiebre, esta fiebre que te lleva a otros mundos, te tienta con escenas de terror, 48 horas después del primer termómetro no puede ser que siga así, me digo. NO puede ser, esto no es una gripe, esto es algo peor. Esto es sida. NO, perdón, es un chiste. Pero puede ser varicela. Alba tiene y la vi el día anterior a que cayera en cama, compartimos cigarrillos, como siempre. Se lo digo al médico que me viene a ver: “El día anterior al que cayera en cana, perdón, en cama”. Yo ya tuve varicela, pero como tengo hiv, a lo mejor... Terror pánico, una vergüenza. No soporto sentirme mal, a esta altura del partido todavía no puedo tomarlo como un hecho aislado. En algún lado siempre me pega como un presagio. Me acuerdo de mis amigos, en cama durante meses, y mientras estoy ahí con esa fiebre de mierda, digo no lo voy a soportar. Y esa idea es insoportable. Ahora que me siento mejor me da risa la dimensión del miedo. Pero mi ego está herido de muerte (y el cuerpo como si me hubiera caído una lluvia de piedras). No me lamento. Algo quedó desnudo otra vez y tengo que mirar allí. Limpiarse las larvas del miedo es un trabajo diario que no puedo enfrentar todos los días. Reconocer el miedo es también reconocer un problema que no quiero recordar. Las pastillas traen la ilusión de que está todo resuelto. Pero el imaginario de la enfermedad no se cura con pastillas. Es un espectro con aliento de perro muerto que a veces respira en mi nuca. Y bueno, tendré que empezar a buscar nuevas anclas para que no me corran tan fácilmente de mi centro. Al fin y al cabo no fue nada, una gripe, eso es todo (¿o un ensayo general?). Pero me sentí atrapada por el cuerpo, esa cárcel. Lo sentí ajeno, este cuerpo no soy yo que quiere salir de la cama o entrar sólo en busca de placer. Y sin embargo es el mío. El mismo que me hace gozar. No hay nada que temer en él. Y si algo me preocupa podría ir al médico y dejarme de joder. Hay que ver lo práctico que resulta a veces el sentido común.


MARTA DILLON