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Jueves 1 de Julio de 1999
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Viaje al interior de las picadas de los viernes en el Autódromo

Son el orgullo de sus dueños-pilotos amateurs y,
seguramente, los más veloces de la ciudad. Autos “tocados” con la
paciencia de un artesano para explotar todo en un cuarto de milla. Aquí, un par de vueltas al automovilismo
alternativo, el que no ve por la tele.


La mirada fija, impaciente, esperando el color verde. Los dientes apretados y el pie derecho a punto de explotar. Un cielo muy negro sin estrellas cubre la pista. Casi todos los sentidos están comprometidos: el olor de los neumáticos quemados por la fricción se expande hacia los costados y los oídos piden descanso cuando los motores son exigidos al tope de revoluciones. De repente, el amarillo pasa al verde y los dos autos, que segundos atrás se alineaban tensos detrás de la línea de partida, ya están muy lejos y lo único que queda de ellos es una pequeña estela de humo suspendida en el aire. No, no se trata de una escena de Crash, aquella película de Cronenberg donde un grupo de fanáticos se lanzaba a las pistas para chocar a gran velocidad. Pero el escenario, algo sórdido, se parece mucho más a ése que al de una mañana de Turismo Carretera o TC 2000. Las picadas que convocan a unos 150 “autos” –algunos son tan extraños que casi escapan a esa categoría–, todos los viernes a la noche en el Autódromo de Buenos Aires, no tienen rubias promotoras ni múltiples cámaras de televisión. La ubicación del autódromo contribuye a esta sensación: todo sucede muy cerca del Riachuelo y el famoso Puente La Noria, en una de las zonas más pobres de la Capital.
Una vez dentro de este pequeño mundo (veloz) está claro que no se trata de un lugar apto para peatones. Si algún intrépido pretendiera atravesar a pie el camino que va desde la entrada hasta la pista, debería llevar consigo un espejo retrovisor, porque choca con las luces altas de toda clase de vehículos al mando de ansiosos pilotos, dispuestos a probar sus orgullos. “Acá llega de todo, autos de calle preparados o no, pasando por camionetas y autos modificados especialmente para esto. Algunos son caños con motor”, cuenta el encargado de la organización, Víctor Bonano, por debajo de su gorra. Bonano –que también es director de carreras del autódromo– tiene 60 años y empezó con esta actividad a fines de los setenta. Desde su elevado puesto en la torre de control, el jefe de las picadas está atento a cada detalle de lo que sucede en el predio.

El frío se hace sentir. Camperas, guantes y bufandas son la vestimenta más común junto a los trajes antiflama y los cascos. Primero es el turno de las categorías menos veloces. Los que esperan, ajustan los últimos detalles y lucen vanidosamente junto a sus fierros, cuando algún curioso -este cronista, por ejemplo– se acerca. Fabián Caride (25) no pierde de vista su Fiat 128 rojo, modelo ‘75. “Corro desde hace cinco años y es una fija, no dejo pasar un solo viernes sin venir por acá”, dice. Y trata de justificarlo. “Tenés que sentirlo para poder entender lo que te genera correr, la sensación de la adrenalina es tan fuerte que se transforma en un vicio”. Fabián es de Villa Devoto y junto a su padre se dedican a la preparación de autos de carrera. “Tenemos unos 15 coches listos para correr. Este Fiat compite en la categoría siete. Tiene un equipo de nitrógeno y alcanza los 260 kilómetros por hora”, informa orgulloso.
Muy cerca de allí, Claudio Dominicetti (37) critica a los que usan otros combustibles. “Muchos le ponen nitro o metanol para andar más rápido, pero así es como enseguida se les rompe el motor. Yo prefiero no ponerle merca, me alcanza con la nafta”, informa Claudio, mecánico y piloto de un Fiat 128 campeón de la clase 6. Muchos pueden confundir a Andrea Otero (32) con una más de las chicas que llegan acompañando a sus novios pilotos. Pero ella es la excepción, por ser la única mujer que pisa el acelerador de un auto, su Chevrolet. Y no le preocupa ser la única mujer que por estos días corre en las picadas. “Empecé hace 4 años con un Peugeot 505 y después agarré éste –y señala un Chevrolet pintado de azul, negro y amarillo, donde se destaca en letras blancas el lugar de donde viene: Valentín Alsina–. Ahora estoy corriendo en la clase 5. A veces también voy a Benavídez, pero ésta es la mejor pista”, explica. Y agrega: “La pasión por los fierros la llevás adentro, yo me subo al auto y me olvido del resto del mundo”. Algo más retirados están los famosos Dragster, esos bólidos alargados que llevan grandes ruedas detrás y pequeñas adelante, ideales para un video de Babasónicos ¿no?. Mientras pilotos y mecánicos terminan de prepararlos para la competencia de clase libre –la más rápida–, la mayoría de los que están dando vueltas por el lugar se concentran allí. Gabriel Martínez (32) ya acumuló varios pergaminos en el tiempo que lleva corriendo. Alguna vez fue campeón argentino de motociclismo y ahora es el dueño del record en el cuarto de milla (ver Instrucciones...). “Desde el ‘90 corro en la clase libre. Este Dragster tiene un motor Chevrolet V8 naftero y supera los 280 kilómetros por hora en los 400 metros”, explica en su doble condición de piloto y mecánico.
Ya pasada la medianoche algunos van quedando eliminados y planean la vuelta, otros festejan y se preparan para las próximas rondas. El calor de los caños de escape lucha contra el frío y el público se amontona a los costados de la línea de largada. Las dos filas de autos que esperan su lugar generan una suerte de rugido consecuente con la aceleración de sus motores. La recta se pierde en la oscuridad y se confunde con el negro del cielo. Pero eso pasa inadvertido. Ellos sólo esperan la luz verde.
BRUNO MASSARE


Breve guía para iniciados

Instrucciones para ponerse el casco

Ser mayor de edad y tener registro de conductor son los únicos requisitos necesarios para “picar”, además de los 15 pesos que otorgan el derecho a recorrer los 400 metros de pista.
Los que llegan a título de espectador pagan entre 7 y 10 pesos, depende si eligen la tribuna o los boxes.
Todo empieza cada viernes alrededor de las 9 de la noche, cuando se organizan las rondas clasificatorias para los que se acercan por primera vez.
Los competidores son repartidos en 10 categorías de acuerdo al tiempo que demoran en cubrir el cuarto de milla.
La categoría más “lenta” es la número 1, con un tiempo de 18 segundos y 50 centésimas, y las que le siguen bajan de a 1 segundo cada una.
Para los más veloces hay una categoría libre, sin tope de tiempo (según el reglamento, el auto que se anota en una clase y hace menos del límite queda automáticamente descalificado).
El record está en manos de un Dragster con motor Chevrolet, que compite en la clase libre y logró “volar” por la pista en sólo 8 segundos y 90 centésimas.
Los ganadores se llevan trofeos y premios en efectivo, que en las categorías más altas llegan hasta los 600 pesos.
Todo comienza cerca de las 11 de la noche y cuando son muchos los autos en competencia –a veces superan los 150–, la luz del día suele sorprenderlos todavía con el pie en el acelerador.