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Jueves 1 de Julio de 1999
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Por estos días está sesionando la Conferencia Mundial de Población de las Naciones Unidas, cinco años después de que por primera vez se reunieran para reflexionar sobre estos temas en El Cairo. Y hoy como ayer, la Argentina sigue haciendo gala de la ceguera que caracteriza a sus gobernantes. Ya no se trata de discutir sobre la cantidad y la calidad de la pobreza en los márgenes del Primer Mundo que se propone en los discursos oficiales, ahora lo que intentan es volver a quedar bien con la Iglesia, cueste lo que cueste. La verdad es que no termino de entender cuál es la necesidad de exhibir las condecoraciones recibidas de manos de la Santa Sede, cuando se trata con tanto desprecio a los religiosos que todos los días se enfrentan con una dolorosa realidad. Pero lo cierto es que la cruzada antiaborto de nuestro Presidente no parece tener más sentido que una obsecuencia sin límites. En esta segunda Conferencia los delegados argentinos tienen como misión ir más allá todavía: deben oponerse a las propuestas que recomiendan programas de salud reproductiva que incluyan métodos que, a juicio de la Iglesia, son abortivos –llámese DIU o espiral– e insistir con que lo único recomendable es el método que cuenta los días (billing). Claro que no tienen en cuenta que son miles las mujeres que apenas pueden expresar su consentimiento o no a la hora de tener relaciones sexuales con hombres que descargan la violencia que reciben en la calle sobre ellas o por tantas otras razones. Pero eso no es lo peor. La avanzada moralista pretende plantear su desacuerdo con que los menores puedan tener acceso a métodos anticonceptivos en hospitales y centros de salud sin consentimiento de sus padres. Esto no es grave, es tremendo, es anacrónico y es negar otra vez la realidad. Los chicos tienen relaciones sexuales con o sin consentimiento de sus padres, sufren embarazos no deseados, experiencias de mierda por no poder hablar libremente con los adultos responsables que en teoría deberían acompañarlos y educarlos en su vida sexual. Y además corren el riesgo de contagiarse vih. ¿O cómo creen sino que se sigue extendiendo la cantidad de gente que vive con el virus? ¿Por arte de magia? Estamos hartos de palabras necias y en estos casos no se puede hacer oídos sordos. Casi mil mujeres mueren por año por abortos mal hechos, cientos de personas se contagian vih cuando un forro –un método anticonceptivo barato y seguro si se consigue que el caballero se lo coloque, otro tema difícil para muchas mujeres– podría evitarlo. ¿Por qué? Por ignorancia y desinterés de quienes tienen en sus manos la posibilidad de brindar herramientas para la salud. Si están tan preocupados por la vida como dicen cuando se llenan la boca hablando de su protección desde la concepción, sería bueno que se note.

MARTA DILLON