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Jueves 29 de Julio de 1999
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No fueron tres días más de paz y amor. Hubo mucho del metal-rap que dominó la década del rock blanco, desnudos, barro y drogas para ver por la tele y un descontrol generalizado cuando los Red Hot Chili Peppers estaban terminando su show. Ahí fue cuando los Nerones rockeros hicieron su aparición.

EDUARDO FABREGAT
desde Rome, New York

Extraña situación: el lunes por la mañana, en los kioscos de New York podía verse una tapa que no parecía del Daily News sino de Crónica. Sobre una foto que reflejaba el aquelarre final de Woodstock 1999, en letras gigantescas, podía leerse “CHAOS!!”. Para ojos argentinos, la situación era familiar, y hasta podía preverse el tono espantado del reporte periodístico. Para el público norteamericano, las explicaciones (que comienzan con la afirmación de que “difícilmente algún Estado permita en el futuro la realización de un nuevo Woodstock”) llevarán un buen tiempo. Ellos no parecen estar tan acostumbrados al desborde irracional.
Entonces, ¿qué pasó en Woodstock? El germen de lo sucedido el domingo por la noche, cuando Red Hot Chili Peppers debió acortar el magnífico show que estaba ofreciendo a causa de los fuegos en el campo, estuvo en la tarde del sábado. En el escenario Oeste, el más grande, Limp Bizkit salió dispuesto a explotar al máximo su status de “banda del verano”, con más de un millón de copias vendidas de Significant Other, su segundo disco. En los días previos, el cantante Fred Durst anunció que haría cualquier cosa con tal de lograr que la performance de su grupo fuera recordada entre el malón de bandas de Woodstock. Y, sobre el escenario, no tuvo mejor idea que sugerirle a la monada “smash some stuff”, una variación en inglés de la más célebre frase de Billy Bond. La mud people fue la primera en hacerle caso. El muro de contención, ese “Woodstock panel” que intentaba disimular su función restrictiva con una decoración psicodélica, ya había sufrido varias bajas, pero a partir de allí sirvió de materia prima para que los embarrados hicieran surf sobre el lodazal. Y los mismos Bizkit debieron detener su show durante 15 minutos, mientras un integrante de la producción pedía cordura.
Al día siguiente, esas mismas placas de madera alimentaron los fuegos que obligaron a que se suspendiera toda actividad posterior (la fiesta iba a seguir hasta la madrugada del lunes) y se produjera la desconcentración. Las llamas comenzaron con algo tan simple como las “velas de la paz” que se distribuían libremente para despedir al festival, y siguieron como ceremonia tribal de gente danzando frente al fuego. Pero la cantidad de material combustible hizo que una simple fogata se convirtiera en una hoguera: cuando se advirtieron por lo menos seis focos de fuego demasiado grandes, los Peppers pararon y le cedieron el micrófono a un integrante de la organización, que imploró que dejaran entrar a los bomberos. Fue un pedido vano, tanto por la imposibilidad de abrirse camino entre la multitud como por el hecho de que no se preveía semejante complicación. El último tema de RHCP, nada casualmente, fue un cover de “Fire”, de Hendrix, al que casi ninguno de los asistentes, ya ganados por la paranoia de una posible catástrofe, prestó atención. Flea –quien salió a tocar totalmente desnudo, en sintonía con lo que se veía permanentemente en el campo– tiró con evidente disgusto su bajo, y los californianos se retiraron 40 minutos antes. Y ahí se desató el infierno.
Hasta ese domingo por la noche, Woodstock se había desarrollado en los carriles usuales. Pero la acumulación de adrenalina, el opresivo calor, la combinación de drogas de toda clase, el sentimiento de liberación que produce tomar por asalto un campo gigantesco, estallaron con los fuegos. No fue, sin embargo, un acto de vandalismo absolutamente irracional. Cuando las corridas se trasladaron a los puestos de comida, los grupos que saqueaban, rompían y quemaban lo hacían al grito de “This is what you get for selling 5 dollars soda!”, tomándose revancha de tres días de robo descarado en los comercios. Eso, claro, no sirve para justificar tamaña locura, que terminó alcanzando a varias carpas, los cajeros automáticos, un auto y media docena de semiremolques, y que tiró abajo varias columnas de audio y luces. Pero sí debe apuntarse que, a diferencia de las situaciones similares que se han vivido en Argentina, en ese escenario (en el que, como agregado, un grupo de cincuenta personas percutía en lostoneles metálicos para la basura, agregándole a la escena un adecuado soundtrack) no se vio ni una pelea entre la gente. Los que se acercaban con algo para agregar a las hogueras, incluso, se preocupaban específicamente de no lastimar a algún desprevenido en el camino.
Al cabo, un lamentable final para un encuentro que, pese a su gigantismo, nunca había pasado a complicaciones mayores que los desmayados, los contusos por el pogo, los deshidratados o los pasados de algo. Mientras la gente se desconcentraba, provocando un descomunal embotellamiento en toda el área, la carpa de prensa instalada a quinientos metros del escenario oeste se convirtió en tierra de nadie, con periodistas de todo el mundo reclamando que alguien de la organización diera datos precisos. Los rumores abundaban: que las llamas habían tomado el camping, que las hordas destrozaban todo a su paso, que el Ejército estaba llegando para tomar control de la situación. Las pantallas instaladas en el lugar se dedicaban a pasar resúmenes de los shows, y sólo en las imágenes de los Peppers aparecía –durante escasos segundos– el fuego.
Lamentablemente, Woodstock 1999 será recordado por las llamas. En lo artístico, el tercer festival sirvió como demostración de fuerza del casamiento entre la guitarra rockera y el ritmo hip hop, con buenos resultados como Rage Against the Machine o payasadas como Insane Clown Posse: los grupos que siguen ese camino fueron invariablemente festejados por una audiencia predominantemente blanca y joven, que encuentra atractivo el ritmo afroamericano pero lo prefiere tamizado por la cultura WASP. Este Woodstock no fue aglutinado por un único mensaje de paz y amor (como en 1969), o por el hecho consumado de no poder escaparle a la lluvia –y por lo tanto convertirla en un juego general– como en 1994. Quizá sea eso, más que el alto costo de las entradas y los alimentos (dato que, por supuesto, también influye), lo que provoque la idea general de que fue el más “comercial” de todos. Esta edición fue sólo un festival de rock, un muestrario de lo que la industria tiene para ofrecer y un escenario de exhibición para los músicos –muchos de los cuales actuaron más para el pay per view de televisión que para la gente que tenían delante–, y por ello menos “místico” que los anteriores. El fin de siglo se hizo presente, y si para esos pibes es natural prender la tele y ver cómo su gobierno impulsa bombardeos en Europa, no parece caprichoso que un día aparezcan ellos bombardeando Rome. La analogía es demasiado obvia, pero atractiva: como los romanos de Nerón, los asistentes al circo decidieron desatar su propia lluvia de fuego. Las cenizas quedarán por mucho tiempo.


CIFRAS
Costo del festival: 38 millones de dólares.
Costo de la entrada: 150 dólares los 3 días. El sábado se vendieron abonos por los dos días a 120.
Cantidad de escenarios: 3, el West, el East y el Emerging Acts Stage, sponsoreado por el sitio de Internet AMP3.
Distancia entre el escenario Este y Oeste: 2 kilómetros.
Asistencia: 225.000, sin contar a los colados.
Tamaño del lugar: 1500 hectáreas, cinco veces el tamaño de Woodstock 1994.
Se produjeron 37 arrestos, 15 de ellos por posesión de drogas.
La pizza cotizó a 12 dólares, los tacos mexicanos 10, el agua 4, la gaseosa y la cerveza 5.
Las drogas también tuvieron su escala de precios. Un porro se vendía a 5 dólares, y un paquetito de marihuana 20; el éxtasis y el LSD oscilaba entre 20 y 25; los hongos alucinógenos eran ofrecidos entre 25 y 30, al igual que el Special K, un calmante para caballos, cuyo antídoto en caso de sobredosis, –el medicamento Ativan–, se agotó en las carpas médicas el sábado por la tarde.
El centro “Paternidad Planeada” distribuyó 41 mil preservativos.
Hubo dos casamientos y un nacimiento, el sábado por la tarde, de un varón que pesó 3 kilos.
Fueron acreditados poco más de 3 mil periodistas de todo el mundo.

POSTALES
Lo mejor de Woodstock 1999 fue, a pesar del contexto piromaníaco, Red Hot Chili Peppers, nuevamente con Frusciante y con una demoledora mixtura de Blood Sugar Sex Magik y Californication. Pero también hubo palmas para Moby, que hizo estallar la rave del viernes combinando la electrónica con una banda de músicos; Fatboy Slim, uno de los protagonistas de la caótica noche del sábado en el mismo hangar; Rage Against the Machine y Metallica, que cerraron el sábado en el escenario Oeste con dos shows potentísimos; los Chemical Brothers, que le pusieron fuego electrónico a un escenario rockero; y Moe y Sevendust, dos que sobresalieron en el malón de desconocidos.
Uno de los momentos cumbre fue la reunión de Parliament/Funkadelic, que llegó a juntar 30 músicos en el escenario Oeste, en el cierre del viernes. George Clinton, Bootsy Collins, Bernie Worrell y compañía hicieron mover hasta a los desmayados, en una Biblia negra que había iniciado, el mismo día, James Brown.
El escenario de AMP3, el sitio de la Web dedicado a la difusión de canciones en formato MP3 de artistas nuevos, contó el domingo con un invitado de lujo. John Entwistle, bajista de The Who, sufrió la cancelación de dos shows de su gira, y pidió especialmente a los responsables del sitio que lo “dejaran” tocar allí. Entwistle fue así uno de los dos únicos músicos de 1969 presentes en el 30¼ aniversario. El otro fue Mickey Hart, ex Grateful Dead, que tocó junto a su grupo Planet Drum.
El ex Fugees Wyclef Jean hizo una de cal y una de arena: tras un emotivo “cover” del himno estadounidense según Jimi Hendrix, hizo subir a “Diane”, una chica con sombrero de cowboy blanco que le faltó el respeto a Janis Joplin y su “Piece of my Heart”. Un espanto.
Junto al hangar de AMP3 (el mismo que a la noche era escenario de la rave) había otro dedicado a un festival de cine que incluyó joyas como Trainspotting, Stop making sense, Quadrophenia, Repo man, Sid & Nancy y, claro, Woodstock. El “cine” pronto se transformó también en dormitorio bajo techo.
En las entradas al público, un cartel advertía: “Al entrar aquí, todo asistente acepta de hecho que su voz, su aspecto, su nombre y su imagenpuede ser utilizado en cualquier medio de difusión, a perpetuidad y sin derecho a reclamar compensación por ello”. Un signo de los tiempos.