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Jueves 5 de Agosto de 1999
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Una banda que graba su primer cd en Ushuaia
no deja de provocar un (pequeño) acontecimiento.
Con ganas de aparecer en el mapa rocker argentino,
los pibes de Vodevil cantan en la ciudad fría
que hace del fin su carnet de identidad universal.

En Ushuaia se ocupan de que no pase inadvertido eso del fin del mundo. La estación del fin del mundo, el tren del fin del mundo, el fin de la Ruta 3, la ciudad más austral del mundo y así. Además, como si no bastara con el paisaje de desolación, el frío y la puesta del sol a las cuatro de la tarde, un cartel electrónico marca con alarma de Juicio Final la cuenta regresiva hacia el 2000. Al borde del Canal de Beagle, una señal con flecha al norte pone un poco de sensatez a la paranoia de confinamiento: Buenos Aires 3040-La Quiaca 5171. Esto es el planeta Tierra, después de todo.
Jueves a la noche y en la orilla sur de Tierra del Fuego, Argentina y América, sopla un viento capaz de voltear a un toro. O al menos a uno de esos pingüinos de yeso tamaño natural que se congelan en las puertas de las tiendas de souvenirs. Nevó mucho en los últimos días y eso se ve en las calles, en los parabrisas y los techos de zinc. Sobre la avenida Maipú –así se llama la Ruta 3 en esta parte–, un pibe abrigado como un esquimal hace dedo en dirección a Cronos, la disco de la ciudad, donde esta noche se presenta en vivo el primer cd de rock registrado en Tierra del Fuego, Sancti Spiritu.
Vodevil es un trío que se gestó en 1992 en un colegio secundario local. Dos chicos inquietos –Martín Gunter (bajo y voz) y Maximiliano Pizarro (guitarra y voz)– componen y ensayan en una habitación calentada a salamandra, bajo el nombre UBM y acompañados de un baterista que unos meses después deja la banda para ir a estudiar a Buenos Aires. Pasa un tiempo en que la dupla compositora experimenta junto a otros músicos con suerte despareja, hasta que dan con el baterista definitivo: Walter Olivo. Desde fines de 1995 Vodevil toca en todos los sótanos posibles del lugar, pueblos vecinos, polideportivos, shoppings, bares, radios. Lo que sea. La historia sigue hasta la creación de un sello propio –Yamana Sounds–, y la edición de Sancti Spiritu, un disco artesanal de canciones que planean por la tradición del pop rock argentino de raíces, con una lírica decididamente localista. “Al final/ todo es calmo en la ciudad/ el sol la tiñe en un tibio carmesí/ Nada más me hace falta/ esto es la gloria/ todo fluye y confluye en torno a aquí/ Ushuauaia en rojo/ Amanece”, canta Martín en el tema que abre el disco. Entonces se nota la influencia de Spinetta y Páez, pero también la de la montaña, la noche larga y el reflejo del sol en la nieve.
Aunque desde el turismo se insista tanto con eso de la ciudad donde termina el mundo (se prevé la transmisión internacional en vivo y en directo en “el día del milenio” con la actuación de Julio Bocca sobre un escenario flotante), los Vodevil prefieren llamarla “el principio del mundo”. “Creemos que acá están empezando un montón de cosas”, le dice al No el cantante. “Y nuestra intención no es ir a Buenos Aires y triunfar. Queremos seguir grabando discos, crear una movida patagónica, y si a Buenos Aires le interesa, que venga para acá. Nuestro sueño no es tocar en Obras. Para nosotros sería mucho más importante que la Patagonia tuviera una presencia cultural como la de Rosario, o Córdoba, por ejemplo”. Sí que es un poco raro ser una banda de rock en esta ciudad donde los héroes todavía son navegantes expedicionarios. Acá Fitz Roy, Vito Dumas y el Capitán Cook gozan de mejor prensa que Kurt Cobain o Hendrix. Pero existe una escenita local –Braunekuhen, Animal de Pueblo, Los Ojos del Duende, la Gorda Cristina–, algunos visitantes ilustres –Los Auténticos Decadentes, Fun People, Fabulosos Cadillacs–, y un par de disquerías donde conseguir los discos de Beck, Chemical Brothers y bandas porteñas independientes como El Otro Yo o Suárez.
Aunque el viernes Cronos arda con Ricky Martin y la vida loca, el show de Vodevil –la noche anterior– tiene cierto status de acontecimiento. Los coches de vidrios empañados avanzan por la costanera y estacionan en la entrada del lugar, sobre el barro salpicado de escarcha. La disco sepuebla de un público calmo como un perro San Bernardo, que aplaude después de cada canción y corea bajito “Cecilia”, todo un hit fueguino. Afuera no queda nadie. Todavía no son las 12, pero la noche cayó hace unas ¡siete horas! y esto recién empieza. Sobre el escenario los Vodevil cantan que el alma de Ushuaia debe ser violeta, y todos parecen estar de acuerdo.

PABLO PLOTKIN
desde Ushuaia