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Clara de noche

Convivir con virus

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Jueves 5 Agosto de 1999
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convivir con virus


Otra vez estoy como al principio, allí donde de todos modos es imposible volver. Un desgarro de parto se confunde con el desconcierto de haber nacido, de haber caído donde el dolor hace la experiencia y quiebra las cáscaras del huevo del que nunca queremos salir por las buenas. Crecer es cada vez un nacimiento, como muñecas rusas que se esconden a sí mismas, guardo mi fuerza para cuando pueda de verdad quedarme desnuda, para que la luz me pinte sin filtros con la cara que estoy construyendo. Los límites son más concretos ahora. Soy Marta, sé llorar. Como se llora el bien perdido dentro de la historia de mis sensaciones. Algo ya no va a pasar. Algo es ahora indefectible recuerdo. ¿Cómo seguir entonces con esta sonaja de escenas a cuestas que golpean sobre el pavimento como si recién me hubiera casado con esta vida? O con esta forma de mirar. No puedo separarme de lo que llevo adentro sin que la operación me desangre, sin que el hueco que dejó su forma pegue alaridos de ausencia. Y a la vez, este empezar de nuevo a caminar trae la ilusión de caminos desconocidos que esperan la huella de mi paso. Pero ¿dónde voy a descansar ahora que las palabras abrieron tajos en la tela del amor? ¿Dónde se va a perder mi cabeza si no puedo oler eso que subía de tu pecho? Y me mareaba y me dejaba balbuceando como una niña que busca el seno de su madre, la ilusión de volver a ser una con ella, una en el abrazo, en el consuelo, en este dolor de respirar y que el aire igual se pierda porque retenerlo también es la muerte. Vivir, cita Adriana, es desde el principio aprender a separarse. Pero eso es algo que apenas se soporta con la muerte de las pequeñas cosas. Aprendemos por resignación y en mi caso porque entiendo que nada se va del todo. Algo queda adentro, algo de tu piel vive conmigo para siempre, hasta que tu olor y el mío se confundan en el constante cambio de las estaciones y seamos nada más que néctar o agua sobre el césped filtrando y alimentando esta tierra sobre la que seguimos creciendo pero ya con un piso que nunca más nos permitirá amar a medias. No soy una mujer valiente, siempre estoy jugando a las escondidas, pero lentamente aprendo a separarme. Y ahora que la ausencia es la manta que me cubre por las noches y que es mi latido el único sonido que me acompaña, entiendo que también estoy aprendiendo a vivir. Y a morir, otra vez.

MARTA DILLON