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Jueves 19 de Agosto de 1999
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LOS QUE TRABAJAN A LA HORA EN QUE (CASI) TODOS DUERMEN



Ellos deben estar con los ojos abiertos, viven a contramano del resto, salen y se mueven por calles vacías, recopilan anécdotas, no saben de jefes, se hunden en profundas charlas, bostezan. Son los jóvenes que ganan su salario en el horario menos pensado. Y hablan de los particulares personajes de la noche, pero, ¿acaso ellos no lo son?

BRUNO MASSARE
FOTOS: TAMARA PINCO

CLIPPING No se trata de un nuevo deporte de riesgo. Tampoco de una variante de piercing. Lo que hace cada madrugada Marisa (25) es recortar (clip) diarios y revistas. ¿Para qué? ¿Para quién? Marisa trabaja para una agencia que, a pedido de ciertos clientes, envía diariamente un resumen de recortes de las noticias aparecidas en los medios, donde por cualquier razón aparece el nombre del abonado al servicio (Techint, el Grupo Exxel, la Secretaría de Medios o políticos como Cavallo). “También se graban los programas de radio y televisión, y se hacen seguimientos especiales durante un tiempo determinado”, explica quien tiene un horario no muy convencional: de 3 a 9 de la mañana.
“Es todo un tema tener que viajar todos los días a la madrugada. Te encontrás una colección de personajes a esa hora... Cada tanto me cruzo con exhibicionistas o gente que se quiere mucho (léase: parejitas haciendo el amor en el banco de una plaza). Hace un tiempo iba caminando con mi walkman y veo a dos chicos peleándose, uno de ellos tenía una guitarra y la golpeaba contra el piso. ¡Qué lástima!, me dije. Sigo caminando y caigo en que no es una guitarra sino una pala de cavar y que había empezado a golpear al otro con eso. Entré corriendo a la agencia, estaba aterrorizada”, recuerda.
Café, café y más café es la receta de Marisa para resistir dos trabajos igual de desgastantes. “Mientras en el primero leo, fotocopio, recorto, pego y ensobro, en el segundo atiendo por teléfono a clientes enojados, un laburo que te quema la cabeza –trabaja además de 10 a 16 en atención al cliente de una compañía de telefonía celular. Duermo un promedio de cinco horas diarias, pero hay veces que no resisto más y me quedo dormida en cualquier lado. Ya no leo libros, como muy poco. Igual trato de salir, de ir a muestras, y a veces sigo de largo, pero después no existo, quedo destrozada.”

VENUS El nombre de la diosa del amor resultó el ideal para bautizar a una señal de cable que hace las delicias de codificados trasnochadores. “La mayoría llama cuando tiene algún problema para verlo, por desperfectos técnicos o baja señal”, dice Mariano D’Aquila (21), uno de los encargados de atender los reclamos telefónicos de los clientes de una empresa de televisión por cable. “Una vez me llamó un señor de por lo menos 70 años, le digo: ‘Buenas noches, habla Mariano, ¿en qué lo puedo ayudar?’ Y me dice: ‘Marianito, escucháme loco... ¿Qué pasa? Estoy acá haciendo el precalentamiento con las chicas y me cortan la señal’. O te llaman borrachos y no podés cortarles, te tienen media hora o más y vos tenés que escucharlos, te dicen ‘disculpáme, pasa que estoy medio borracho’.”
Mariano entra a la medianoche y sigue hasta las seis de la mañana, pero a partir del mediodía trabaja en el negocio familiar, una fábrica de ropa. “Duermo un promedio de cuatro horas por día, te acostumbrás, pero cada tanto el cuerpo te pide que aflojes, antes pedía los jueves y dormía todo el día”, dice. “Cuando empecé a trabajar estaba de novio y la rutina era laburar, dormir un poco y estar con ella, no veía nunca a mis viejos.Cuando cortamos volví a estar con ellos, pero no se puede hacer todo, es casi imposible mantener una pareja con este ritmo”, explica.
A la madrugada por supuesto que el cansancio dice presente y en invierno los relojes parecen congelados. “Cada vez que mirás la hora te querés morir, te pone loco sentir que no se pasa el tiempo. Antes nos colgábamos con Venus, pero ya no. La única fija son ‘Los Simpson’ a la una y media. Después charlamos, en realidad discutimos, porque ya nos cansamos de hablar. A esta altura cada uno conoce los problemas de todos, es inevitable”, dice. Afortunadamente, siempre hay gente que se encarga de acompañarlos telefónicamente. “Algunos llaman siempre. Hay uno que no sabemos qué es. Le decís ‘buen día señor’ y te dice ‘¡señora!’, y cuando vuelve a llamar le decís ‘señora’ y te dice ‘¡señor!’. Es horrible, te pone muy incómodo. También llama gente para saludarnos, algunos a los que les resolvimos algún problema y ahora nos llaman a cualquier hora para preguntarnos ‘¿todo bien?’.

EL RETROVISOR La noche y sus puertas. O mejor, existe una noche puertas adentro y otra del lado de afuera. Cristian Gutiérrez (25) recorre las calles todas las noches, se siente afuera, mientras mira desde adentro de su taxi. Y la puerta de atrás siempre tiene puesto el seguro. “Depende la guita que haya juntado decido seguir o no hasta el mediodía”, dice Cristian, que ocho meses atrás dormía “cuando se debe dormir o hacer cualquier otra cosa menos estar arriba de un auto”. “Si la noche viene demasiado tranquila paro un rato para descansar. El momento más difícil es entre las 3 y las 5, a esa hora, salvo los fines de semana, no pasa nada”, dice.
Cristian escucha a Creedence y señala la estación de Constitución. “Ahí sí que hay movimiento toda la noche, pero tenés que andar con cuidado y mirar bien al que sube. Antes no me fijaba quién subía al auto, pero con que una vez que te lleves un susto se te hace una costumbre mirar el espejo retrovisor para ver de quién se trata”, explica. El susto en cuestión fue por dos pibes de no más de 20 años. “Se subieron por Congreso y me llevaron hasta Barracas. Cerca de la autopista me pusieron el chumbo en la cabeza y me dijeron que no me hiciera el pelotudo, que me iban a limpiar. Era temprano, no tenía mucha plata y se enojaron, me sacaron hasta la campera y las zapatillas. Por suerte no pasó de ahí”, se consuela. Cristian sabe que a ciertos lugares no le conviene ir de noche, porque “son una boca de lobo”, pero no se siente seguro en ninguna parte. “A un amigo lo asaltó una pareja a las 10 de la noche, por Devoto. Le sacaron todo y después lo tiraron del auto. ¿Sabés lo único que le dijo la policía? ‘¡Qué suerte que no te pasó nada!’ Para peor, el auto apareció varios días después, chocado y con agujeros de bala. Lo habían usado para asaltar un banco.”
“De noche laburás más tranquilo, no te joden los embotellamientos ni las manifestaciones. Pero sentís una desprotección muy grande, sos vos y un mundo muy marginal que no tiene nada que ver con el que podés ver de día. De todas formas lo prefiero, a veces te cruzás con gente muy divertida o con minitas que te tiran onda y en una de esas robás algún teléfono. Es una elección que tiene sus riesgos pero me hago cargo, aunque a mi vieja no le guste”, dice mirando (de reojo) por el espejo.

DE ROPY “Me gusta la noche y sobre todo no me gusta levantarme temprano”, dice Gastón Torres (22), encargado de una farmacia de Corrientes y Callao que nunca cierra. “Por acá pasa mucha gente, pero salvo los fines de semana, después de las 2 (trabaja de 0 a 8, un solo franco) vienen muy pocos y me aburro, me pongo a ordenar la mercadería para no dormirme”, explica. Gastón viaja todos los días durante más de una hora desde Florencio Varela, pero, a diferencia de lo que suele ocurrirles a los que trabajan de noche, él intenta no privarse de sus nueve horas de sueño, aunque eso muchas veces genera roces. “Ahora puedo dormir porque mi novia está de viaje, pero cuando ella está no duermo más de cuatro. Ya hemos discutido varias veces porque no me deja dormir, y yo lo necesito, porque al otro día estoy como un zombie”, justifica.
Los hábitos de consumo no son los mismos a esas horas. “Preservativos y pañales son lo que más se vende, también cepillos de dientes y calmantes”, explica Gastón. Y agrega: “Varias veces al mes llegan unos flaquitos pidiendo Rohypnol, vienen con recetas truchas o me ofrecen pagar el doble de lo que vale con tal que se los venda. Yo tengo prohibido venderlo, con o sin receta. Los pibes lo mezclan con el vino y se dan vuelta”, informa. “También vienen muchos turistas, tengo que tratar de entender las señas que hacen porque me hablan en cualquier idioma y no les entiendo nada. La otra noche vino una pareja y la mujer empezó a frotarse y recién ahí entendí que necesitaba un jabón”, cuenta con una sonrisa.
Los fines de semana cambia la gente y también aparecen otras anécdotas. “Es común que cuando salen de algún boliche medio borrachos vengan a golpearme la persiana, a veces parece que van a tirar todo abajo, me agarra bastante miedo.” Pero también hay de las buenas. “El otro día vinieron dos brasileñas que estaban infartantes. ‘Qué lindo es vocé’, me dijo una, mientras la otra se ponía a bailar enfrente mío. En ese momento detesté más que nunca tener que estar trabajando de noche, encima estaba medio dormido y me quedé con las ganas de sacarles un teléfono.”

LA SHELL Con o sin auto, las estaciones de servicio son un lugar de paso casi obligado para los habitantes de la noche. “Desfilan toda clase de personajes porque acá está abierto para que entre cualquiera”, dice Mauro mientras señala las puertas corredizas que no discriminan al momento de abrirse. Sobre la avenida del Libertador, en el barrio de Núñez, Mauro Taboas (23) se ubica todas las noches detrás del mostrador hasta las 6 de la mañana. “Cuando empezás a trabajar de noche pasás a formar parte de un submundo, andás a contramano de todos y sos una suerte de marginal”, dice. Y ese submundo del revés tiene sus abonados: “Nos visitan todos: borrachos, prostitutas, chorros. Tipos que vienen con tarjetas de crédito gemelas. Los borrachos te caen tipo tres o cuatro de la madrugada, arruinados, te quieren pedir algo y apenas balbucean, a veces es imposible entender lo que dicen. O cirujas, que te piden servilletas porque tienen que evacuar, cuenta.
Aun así, el cansancio suele ser el verdadero enemigo a vencer: “Al principio era más difícil, a veces el cuerpo no me respondía, pero después terminás acostumbrándote a manejar los tiempos. Pero se puede dar que tengas que trabajar 15 noches seguidas para cubrir a alguien y, ahí sí, te transformás en una momia”. Las seis horas de sueño que sueña con poder mantener muchas veces se reducen a la mitad. Pero el precio no sólo lo paga él. “Los que más se perjudican son los que te rodean, te alejás de tus amigos porque es muy difícil ponerse de acuerdo para encontrarse. Encima yo me casé hace cinco meses y a mi mujer, que está embarazada, casi no la veo. Cuando vos estás libre todos los demás tienen algo que hacer”, se lamenta. Y un poco de acción nunca viene mal para despejarse, aunque Mauro ya tuvo suficiente para su galería de anécdotas. “En los nueve meses que llevo trabajando hubo siete asaltos y tres destrucciones del local. Se pelean en algún boliche o en Obras y se vienen corriendo para acá pensando que van a estar seguros y es peor, porque se encierran. La otra vez eran diez contra diez acá adentro, no quedó nada sano. Yo prefiero un asalto, porque ya sabés cómo viene la mano, salvo que te toque algún descontrolado”, asegura. Y termina con una de sus preferidas: “Hace un tiempo entró uno preguntando de quién era el auto estacionado en la playa. ‘Del señor que está comiendo ahí’, le dijimos. El tipo fue, le pidió muy amablemente las llaves mientras lo encañonaba y se subió al auto lo más tranquilo. Esas cosas creo que sólo las ves de noche”.

EN GUARDIA Si de actividad nocturna diaria se tratase, la esquina de Pueyrredón y Santa Fe encabezaría un hipotético ranking porteño. A pocos metros de ahí, Ramón Jáuregui (29) pasa sus noches en la guardia de una coqueta clínica prepaga. “El tema social es un problema, la noche tiene ciertas cosas que el día no tiene. No es muy estimulante ir a las tres de la tarde a tomar un café para hablar sobre algo medianamente profundo. Y si tenés pareja, los reclamos se hacen cada vez más reiterados”, explica. Sin embargo, Ramón no piensa en cambiar. “A pesar de todo tiene un montón de ventajas, sobre todo para mí, que trabajo noche por medio y de esa forma no resulta tan traumático. El trabajo es más relajado y si lográs organizarte y no dormir como una marmota durante todo el día, te queda tiempo libre para estudiar o hacer deportes”, dice.
Ramón viste una prolija camisa blanca con chaqueta y pantalones azules. “Los fines de semana pasan algunos y me gritan ¡muñeco de torta!... Los personajes que se ven a la noche son de lo más variados, algunos ya se pasan de bizarros. A Jacobo Winograd y Luciano Garbellano los veo siempre, vienen muy seguido.” Y como siempre, de noche los empleados siempre son menos y eso tiene sus cosas. “Te toca hacer de todo, sos camillero, enfermero y hasta paño de lágrimas de la gente que viene. Hace unos días vino un tipo que se había querido suicidar, que había tomado Alplax, un psico. Lo trajo la esposa. Había que sujetarlo para sacarle sangre yencima nos quería pegar. Eramos siete y no podíamos con él, el tipo era un rugbier”, recuerda.
Para Ramón el encanto de la noche reside en los cambios que puede operar en los estados de ánimo de la gente. “Los jefes no son los mismos de día que de noche, podés sentarte a hablar con ellos. Y las conversaciones con tus compañeros tienen otro nivel de profundidad, es casi inevitable que uno termine haciendo amigos, es un ambiente muy propicio para confesarse, para las intimidades. ¿Romances? Y... la noche te invita. Somos pocos y estamos muy juntos. Si no arreglás acá es probable que lo hagas afuera, pero algo de eso hay”, se sonríe.