Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche

Convivir con virus

Fue

Será

Ediciones anteriores

 

Jueves 4 de Noviembre de 1999
tapa tapa del no

convivir con virus

MARTA DILLON

Miro en mis manos. Las miro y busco en el cuenco que forman el rastro de lo que contuvieron. No veo nada. Si las cierro sólo el aire se escapa entre los dedos, aunque en ellas habite un rumor de vidas vividas a fuerza de voluntad y deseo. Manos peregrinas que todo lo aferran y todo, inevitablemente, lo sueltan. O se escapa de ellas. Destino inexorable el de dejar partir aquello que alguna vez completó cada forma vacía, cada hueco, cada grieta por la que se escurre el tiempo. Nada dura tanto como para poder poseerlo. Nada queda entre estos dedos más que el rastro de un perfume como la imagen de un sueño, borrosa y esquiva, deformada por el cincel de las intenciones que todo intentan modelarlo a imagen y semejanza del deseo. Estas manos dieron forma al dolor y la alegría y sin embargo no son más que dos manos que corren tras las teclas como el único refugio posible para tanta ausencia. Tanta ausencia que no es más ni menos que la necesaria para seguir en el camino, descorriendo los telones de la noche, rasgando con paciencia los muros que adivinan mis ojos ciegos cuando ciegos están de ver siempre lo mismo. Hoy todo me habla del fulgor y la decadencia, las calas en el jardín se ajan bajo la lluvia que en plena primavera nos devuelve al invierno. Y en otra esquina de este mismo jardín en el que me miro como en un espejo, una flor que nunca había florecido se yergue sobre las cañas a una altura inexplicable. En esta espiral infinita acomodo mis únicas seguridades, lo único que permanece es este ritmo de las cosas que viven y mueren, que florecen y se pudren, que alumbran y se ocultan detrás de los velos negros que estas manos, siempre, intentan derribar. Yo misma cambio y me someto al cambio no sin rebeldía. Aunque haya en el aire un perfume que dice mi nombre y los nombres de los que me precedieron y me seguirán, el duelo sin fin de no poder permanecer siempre de pie es la constante y la fuga. Aprender a soltar de estas manos los jirones de lo que creía mío para siempre es como un despertar violento que me deja en el camino, otra vez, como una huérfana, como huérfanos todos alguna vez dimos nuestro primer paso. Nada se retiene, ni siquiera la experiencia. Los mismo errores acechan a pesar de lo aprendido y también los mismos gozos nos besan de tanto en tanto con la boca fresca de quien por primera vez entrega sus jugos. Aquí, de pie y con las manos vacías, intento una vez más un recuento de mis posesiones. No tengo nada y lo tengo todo. Porque en el vaivén de esta marea se acuna el mar del que a veces soy la espuma y otras la violencia de las olas. Aunque alguna voz, algún amor, me susurre al oído que tampoco es posible ni justo decir que nada queda cuando la experiencia me ha puesto en este lugar en el mundo, móvil e impreciso, pero mío al fin y al cabo.