Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las12
Volver 




Vale decir



Volver

La colección de Jacques y Natasha Gelman en Proa

Asunto de familia

Él era ruso, ella checoslovaca, pero fue en México donde armaron su impresionante colección de obras de arte. A la muerte de ambos, la colección se convirtió en una eterna muestra itinerante que ahora llega a Buenos Aires. Hasta el 1º de agosto pueden verse en la Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929, frente a Caminito) cuarenta y dos piezas de la Colección Gelman, desde Diego Rivera y Frida Kahlo a Leonora Carrington, pasando por David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo y José Clemente Orozco.

Por DOLORES GRAÑA

El calificativo “vida de novela” muchas veces es usado con facilismo. La de Jacques Gelman es una de las pocas que acepta con soltura tal definición. Tenía ocho años cuando estalló la Revolución de Octubre y unos pocos más cuando sus padres decidieron enviarlo a Berlín, acompañado únicamente por el ama de llaves y un surtido de valiosos bibelots firmados por Fabergé –el renombrado orfebre del zar– escondidos amorosamente entre sus ropas. Pero, a diferencia de la gran mayoría de emigrados rusos, Gelman no tuvo mayores problemas para dedicarse a lo que había sido su pasatiempo preferido en Rusia: el cine. En el curso de los tres años que permaneció en Berlín, consiguió un trabajo en la poderosísima distribuidora Pathé Films, haciendo foto fija (la fotografía de rodaje que luego se coloca en las vidrieras de los cines para mostrar escenas de la película o de sus protagonistas). El joven Gelman, sin embargo, prefería dar órdenes antes que recibirlas y seguía considerando al cine un pasatiempo, no su actividad principal. Por esa razón decidió instalarse en París, donde fundó precozmente una distribuidora cinematográfica y logró dar rienda suelta a su verdadera pasión: coleccionar obras de arte. “Existen dos categorías de coleccionistas: aquellos que poseen y aquellos que son poseídos. Jacques Gelman pertenecía a esta última categoría”, dice Pierre Schneider.

Luego de conseguir unos valiosos dibujos de Renoir (que se consideran perdidos en la actualidad, por haber sido vendidos o confiscados por la ocupación nazi), en 1938 viaja a México huyendo nuevamente de la guerra e intentando ampliar su red de distribución a América latina. En el hotel en donde se hospeda observa con asombro a una hermosa mujer rubia que lee un diario en francés. Milagrosamente –ya que nadie puede darle alguna pista de su identidad en el hotel– vuelve a encontrarla unos días después en la avenida Juárez, mientras la exótica mujer está embarcada en una nada exótica tarea: intentar estacionar su auto. Su nombre es Natasha Zahalka y es checoslovaca. Luego de que Gelman logre llevar a cabo la proeza iniciarán un romance que culminará, tres años después, en casamiento. La guerra parece no terminar nunca y sus países de origen están ocupados por los nazis: los Gelman se quedan en México para siempre.


LA PRIMERA OBRA DE LA COLECCIÓN: RETRATO DE LA SEÑORA NATASHA GELMAN (1943), DE DIEGO RIVERA.

FRIDA KAHLO: DIEGO EN MI PENSAMIENTO (1943)

 

La feliz pareja se convierte rápidamente en protagonista de la vida nocturna en el DF. Un sábado a la noche llegan al Follies Bergères de la Plaza Garibaldi, en donde se presentaba un cómico que hacía chistes políticos dentro de una carpa. El petiso de bigotes caídos, pensó Gelman, podría funcionar muy bien en el cine, y decidió ofrecerle un contrato tentador que el cómico aceptó de inmediato. A los pocos meses se estrenaba Ni sangre ni arena, una parodia de las películas hollywoodenses de toreros. A partir de ese momento, Cantinflas nunca más necesitó del Follies Bergères y Gelman pudo dedicarse sin distracciones a su pasión de coleccionista. En 1943, con Cantinflas rodando dos películas por año que eran éxitos seguros ya antes de su estreno, el matrimonio decide encargar un retrato de Natasha a Diego Rivera. Éste la pinta de frente, recostada en un sofá, lo que no hace sino reforzar esa imagen de diva de Hollywood y aristócrata en el exilio que cultivaba sin esfuerzos. Según Sylvia Navarrete, en esa tela “Rivera cae en cierto convencionalismo rayano en lo kitsch”. Pero de todos sus retratos, es el que Natasha prefiere: “Diego se tardó un año en entregármelo. En ese momento había mucho teatro en México. La troupe de Louis Jouvet había llegado de una gira por Sudamérica y en Bellas Artes había un evento cada noche. Era muy divertida esa época. Por supuesto, él no tenía tiempo de trabajar en mi retrato”. Con ese retrato –sumado a otros seis óleos, un gouache, una acuarela y un dibujo de Rivera fechados entre 1915 y 1943– la colección Gelman comenzó a tomar forma. En realidad, debería hablarse de las colecciones, ya que el interés del matrimonio por el arte y su solvencia económica les permitió reunir una de las colecciones más sólidas del mundo sobre la escuela de París (actualmente en el Metropolitan de Nueva York) así como de las vanguardias de los ‘60 y el arte precolombino. Pero debe aclararse que la situación del mercado del arte no alcanzaba las cifras exorbitantes de hoy en día: “No hay que olvidar que un Picasso o un Monet, después de la guerra, no costaban más de tres mil dólares. Y Jacques me contó que un día, caminando por la calle 57 de Nueva York, vio un Frida Kahlo en el aparador de una galería. Se lo dieron en trescientos dólares”, recuerda Günther Gerzso, íntimo amigo de los Gelman y autor de cuarenta de los noventa y nueve cuadros mexicanos de la colección.


RUFINO TAMAYO: RETRATO DE CANTINFLAS (1948)

LEONORA CARRINGTON: AUTORRETRATO EN EL ALBERGUE DEL CABALLO DEL ALBA (1936-37)

En 1943 Frida Kahlo (que para entonces ya había sido tapa de la revista Vogue y expuesto en París y Nueva York) conoce al matrimonio por medio de Rivera y casi inmediatamente realiza ella también un retrato de Natasha. “Poco tiempo después, Frida nos invitó a un cóctel en la casa del modisto Henri de Chatillon, donde presentaba una pequeña exposición. Apenas entramos vi Diego en mi pensamiento y le supliqué a Jacques que me lo comprara. Él se quedó estupefacto: Pero Natasha, ¿cómo vas a comprar un Frida Kahlo? ¡Si hace tres meses en París estabas enloquecida con Braque!”. Ninguna de las once obras de Kahlo en la colección Gelman (entre las que se destacan Autorretrato con monos, La novia que se espanta de ver la vida abierta, ambas de 1943, y El abrazo de amor del universo, la tierra, yo, Diego y el señor Xolotl, de 1949) refleja el calvario de su enfermedad, elección que las diferencia nítidamente de las de museos. Sin embargo, cuando se proyectó la primera gran retrospectiva de Frida Kahlo, la tapa del catálogo pertenecía a un cuadro de la colección del matrimonio. Los Gelman se inclinaban por los artistas mexicanos que ya tenían una reputación en los Estados Unidos (como era el caso de Rivera, Kahlo, Orozco y Tamayo), lo que no hizo sino aumentar su prestigio y fomentar la fiebre del arte latinoamericano en los Estados Unidos a partir de los años ‘30. “Cuando los Gelman se enamoraban de un artista, se esforzaban por apuntalar su convicción comprándole numerosas obras. A Frida Kahlo y Diego Rivera les compraron cuando sus obras apenas se vendían, por ejemplo”, recuerda Robert Littman, curador de la muestra y amigo personal del matrimonio.

David Alfaro Siqueiros realizó el último retrato figurativo de la colección Gelman (Mujer con rebozo, de 1949). A pesar de haber redactado el manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores (que repudiaba “todo cenáculo ultra-intelectual por aristocrático” y exaltaba “las manifestaciones del arte monumental por ser de utilidad pública”), Siqueiros nunca dejó de pintar al caballete, su segunda pasión después de las discusiones. “Siqueiros vino una tarde a tomar el té. Allí se encontró con Diego. Y empezaron las discusiones. Dieron las dos de la mañana y ellos seguían con el té”, recordaría después Natasha. Otro de los afiliados al sindicato, José Clemente Orozco –el mismo que pregonaba que “hay que pintar con mierda”– nunca congenió con los Gelman, ni se prestó a pintar a la dueña de casa, a diferencia de Rufino Tamayo, que conoció a los Gelman cuando se le encargó el Retrato de la señora Natasha Gelman en 1948. Aunque el matrimonio adquirió cinco piezas de Orozco, lo más parecido a un retrato que consiguieron del irascible y vanidoso pintor fue su Autorretrato de 1932, adquirido a fines de los setenta, en donde puede apreciarse “el temperamento taciturno y arisco del autor a través de sus trazos imperativos”.

En la muestra de Proa también puede apreciarse el único cuadro de Leonora Carrington que pertenece a la colección Gelman: Autorretrato en el albergue del caballo del alba (1936-37). Carrington no recibió de los Gelman un apoyo tan intenso como otros artistas residentes en México, pero su autorretrato resume metafóricamente su accidentada vida: nacida en 1917 en Lancashire (Inglaterra), Carrington conoció a Max Ernst en 1936, vivió durante dos años en Francia, en pleno auge del surrealismo y, con la llegada de la guerra, terminó internada en una clínica psiquiátrica en España, de donde consiguió escapar rumbo a Lisboa y casarse con Renato Leduc, diplomático y escritor mexicano que la llevó a México en 1942. “El verdadero fanático era Jacques. Hicieron juntos la colección pero quien se quedaba sin dormir hasta obtener el cuadro anhelado era él”, dice Günther Gerzso. De hecho, luego de la muerte de Jacques, en 1986, son pocas las piezas que se suman. Cuando Natasha murió, en 1998, la colección mexicana de los Gelman comenzó a ser codiciada por todos los museos del mundo, pero terminó convertida en una perenne muestra itinerante: viene de presentarse en París y luego partirá hacia Río de Janeiro y Madrid. Lo que distingue a esta colección de las colecciones estables de museos es el toque personal y arbitrario (“Los Gelman no dieron jamás las razones de sus elecciones”, dice Pierre Schneider) de una pareja de coleccionistas por amor al arte y a los artistas, no al dinero. Impertérritos ante las modas pero no a los caprichos y amistades personales. Capaces de descubrir talentos e ignorar otros con la misma pericia con la que descubrieron a Cantinflas y supieron conservar los bibelots de Fabergé.