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Yo me pregunto

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En octubre de 1956, cuando los editores de The Anchor Review negociaban con Vladimir Nabokov la publicación de un fragmento de la novela que estaba escribiendo, a alguien se le ocurrió preguntarle cómo sabía tanto sobre niñas adolescentes. Vera, su mujer, respondió que Nabokov había recorrido patios de colegio como “trabajo de campo”. Ahora, con la publicación de Vera: Mrs. Nabokov, de Stacy Schiff, parece salir a la luz información que permitiría reconstruir la lista de niñas que inspiraron Lolita. Cuando los Nabokov huyeron de Berlín a París en 1937 (ya llevaban doce años de casados), Vladimir le confesó a Vera un desmesurado y tortuoso affaire con Irina Yurievna Guadanini, una rusa bastante menor que ella. Aparentemente, Nabokov “no podía vivir sin Irina”, pero aprovechó la confesión para blanquear otras aventuras: con una alemana y una francesa durante el ‘33 y “otros tres o cuatro encuentros sin trascendencia”. Los Nabokov emigraron a Nueva York cuando los nazis ocuparon Francia y el escritor empezó a enseñar en el Wellesley College. El libro de Schiff se dedica a recoger testimonios de ex alumnas, muchas de las cuales confirmaron los rumores de coqueteos y romances con ellas: “Todas estábamos enamoradas de él”, dice una, “aunque la atención de él estaba reservada para las alumnas más lindas”. En 1943, una alumna llamada Katherine Reese Peebles le hizo una entrevista para la revista del college y terminó caminando durante meses de la mano y a los arrumacos por el campus (“Yo era una chica perceptiva y los hombres eran mi tema. Me gustaba Nabokov porque no podía leerlo”, dice ahora Katherine en el libro). A fin de ese año, cuando Nabokov cometió un exabrupto (escribió Te amo en ruso en el pizarrón), Peebles abandonó la clase y a él. En el ‘47 Nabokov empezó Lolita y en el ‘48 ya había intentado quemar la única versión que tenía. Tres años después, instalado en la Universidad de Cornell, Vera desalentaba a Nabokov, entusiasmado con escribir sobre una relación amorosa entre hermanos siameses, y lo obligaba a trabajar 16 horas por día en Lolita, mientras ella tipeaba los originales. En el ‘53, la novela estaba lista y ya había sido rechazada por todas las editoriales norteamericanas. Aparentemente, con Lolita terminada, Nabokov dio por terminadas sus aventuras con adolescentes. Cinco años después, con el éxito subterráneo de la edición de Olympia Press, Lolita se editó en Estados Unidos. Se presentó con un cocktail en el Club Harvard. Cuando los periodistas le confesaron a Nabokov que no esperaban verlo llegar con “una mujer tan distinguida”, Vera sólo respondió: “Claro, ése es el motivo principal por el que estoy acá”.


potencia Weimar

Declarada este año Ciudad Europea de la Cultura, Weimar inauguró hace dos semanas una exposición llamada “La colección de arte de Adolf Hitler”. Los cuadros, exhibidos por primera vez, provienen de la pinacoteca personal de Hitler, encontrada por soldados norteamericanos en un túnel ferroviario austríaco a fines de 1949. Según declararon algunos críticos, el propósito consiste en mostrar cómo sería el arte europeo actual de haber ganado los nazis la Segunda Guerra: paisajes de cumbres borrascosas, tormentas marítimas, desnudos clásicos y escenas mitológicas de convencionalismo supremo. En 1930, el partido nazi ganó las elecciones en la región de Turingia (donde se encuentra la ciudad de Weimar) y nombró a Paul Shultze Naumburg (autor del libro Arte y raza) como cerebro de la política cultural. Su primera decisión fue descolgar todo rastro de Kandinsky, Klee, la Bauhaus y demás arte modernista de los museos de la ciudad. En el ‘37, tuvo lugar en Munich la muestra de “Arte degenerado”, en la que Hitler explicó a dos millones de personas los nocivos efectos que gente como Picasso causaba en el pueblo alemán y cómo la conspiración judía intentaba ahogarlos con una oleada de cubismos, dadaísmos, surrealismos, etcétera. Desde que accedió al poder en 1933, Hitler solventó anualmente las Grandes Exhibiciones de Arte Alemanas, de las que seleccionaba sus preferidas para engrosar las paredes de su colección personal, actualmente expuesta en Weimar. Cabe agregar que este año los habitantes de Weimar protestaron y consiguieron remover una escultura encargada por la ciudad al conceptualista francés Daniel Buren, aunque hasta ahora no se registran reclamos por esta exhibición. Según muchos de los críticos enviados especialmente “a una muestra que sería imposible en París o Londres”, mostrar la colección de Hitler hoy es como mostrar el modernismo “degenerado” en la Alemania nazi. Pero, a diferencia de entonces, “mientras el arte degenerado ofendía a los artistas expuestos, esta muestra no intenta tomar partido, ya que muestra los cuadros en tándem con una continuación histórica del avant-garde alemán de principios de siglo, expuesto a pocas cuadras de ahí”. Otros críticos sostienen que “la muestra es terrible porque esos cuadros pueden llegar a gustarnos, así como hay gente que colecciona arte kitsch”. Aunque Hitler nunca incluyó cuadros propios en su colección, tampoco parece haberlos considerado tan malos, según se supo a principios de julio, cuando reaparecieron dos de sus acuarelas, que le habría regalado al embajador de Irán en Alemania (habían sido descubiertas en 1979 y vueltas a ocultar en un altillo iraní). Las acuarelas hoy pertenecen, por esas cosas de la vida, a la Fundación de los Desposeídos.