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Jueves 09 de Marzo de 2000
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Camilo Carabajal, percusionista todo terreno: del folklore al trip hop
El joven manos
de chacarera

En la semana de gloria de su comprovinciano Moreno, el No presenta a otro joven santiagueño con algo que mostrar. He aquí un pibe con un apellido ilustre en la música popular argentina, que creció en el patio de la casa de su abuela en La Banda y después formó parte de una brigada anti-skinhead en Berlín. Aunque parezca mentira, es así. Leer para creer.

TEXTO:ROQUE CASCIERO


Para él, los sonidos de la tierra pueden remitir a la percusión mozambiqueña, a las pistas pregrabadas del pop industrial o a un patio de chacarera santiagueña. En su sangre hay, evidentemente, un cruce anárquico de informaciones que incluye aportes de un árbol genealógico-folklórico riquísimo (ver recuadro), cierta predisposición por la aventura y un espíritu libre. En la práctica, estas referencias se canalizan en dos proyectos aparentemente incompatibles. Es percusionista del conjunto Cuti y Roberto, con el que vive –especialmente en verano– de festival en festival y por el interior del país. Menos adrenalínica (aunque no menos comprometida) es su condición de baterista de Intelectual Forma, la banda que comparte con Maxi Castro y que recientemente tocó en El Dorado.
“Mi ideal como percusionista está entre Stewart Copeland y Chango Farías Gómez”, cita Camilo en la entrevista con el No. En su discman lleva un cd de Tool y espera turno otro de Ghorwane (de Mozambique). “A mí me encanta hacer sonar un parche, que es de alguna manera hacer sonar lo que tengo adentro. En Cuti y Roberto meto cortes rockeros, y al revés, en Intelectual Forma, se me escapa alguna cosa folklórica. Pero no invento nada, son golpes, y todos los golpes percusivos vienen de Africa.” Su eclecticismo es espontáneo y resume, de algún modo, una cronología de vida que le debe tanto a la tradición familiar como a su iniciativa de romper los moldes artísticos preestablecidos. Habrá que decir también que es hijo de Cuti Carabajal y que nació de casualidad en Barcelona, durante una gira del grupo familiar.
Por cuestiones familiares, vivió su adolescencia en Alemania. “Llegué a Berlín a los 14 años, recién había caído el Muro y vivíamos en el ex lado comunista, en Marzahn, un barrio plagado de skinheads. Allá, el Estado subvencionaba la formación de clubes para que los pibes no estuvieran tanto en la calle. Pero de cinco clubes, cuatro eran re-fachos. Con unos pibes alemanes, zurdos, armamos una barrita anti-skinhead, y con ellos nos fuimos por Europa agitando en contra de los nazis. Iban los pibes con banderas alemanas, pero le sacaban la franja amarilla y quedaba la bandera anarquista. Eramos algo así como una patota progre, y fueron más las veces que nos cagaron a trompadas que las que pudimos embocar a algún facho. En los trenes siempre se armaba, nos cruzábamos con los hooligans del equipo de fútbol de allá, el Hertha, y se pudría siempre.”
Como en Berlín no se conocía el bombo, empezó a tocar la batería. Armó con unos amigos un grupo de folk-punk, que bautizaron I.D.S. (“nunca aprendí a pronunciar el nombre completo en alemán”, reconoce, y prefiere decir sólo la sigla). El padre, que seguía con Los Carabajal en la Argentina, le grababa discos de los Redondos, Divididos, Peteco, y se los mandaba. “A mí me flasheaban, y a mis amigos alemanes también. Pero allá en Berlín vivía en un mundo aparte. Me acuerdo que mi viejo me llamó una vez para darme una mala noticia: la muerte en un accidente automovilístico de Jacinto Piedra (una leyenda para el folklore argentino), y yo le dije: ‘¿Y sabés quién se murió también? Freddie Mercury...’.”
En Alemania terminó la secundaria, trabajó en una panadería, en una disquería, y en el ‘95 se volvió. “Me vine para hacer música con mi viejo”, explica. Unos amigos le dijeron que había una banda que andaba buscando un baterista, pero Camilo se colgó y se fue a Santiago del Estero. Después se enteró de que el grupo que buscaba músico era Hermética. Su vida comenzó a bifurcarse, y a medida que conocía mejor el ambiente del folklore y el del rock se afianzaba una personalidad desprejuiciada que, al mismo tiempo, invitaba al desprejuicio. “A veces me cruzo con algún representante que me dice, cuando me ve pintado todo mal: ‘¿Qué te pusiste? ¿Así vas a salir al escenario?’. Pero mi viejo y los amigos de mi viejo tienen la mejor onda conmigo, saben que soy así, que tengo la chacarera en el pecho desde que nací y que también hay otros sonidos que me vuelven loco. En Intelectual Forma, Maxi también me entiende. A mí me encanta el manejo que hace de las bases computarizadas, porque es un campo de acción que todavía está por desarrollarse. Lo buenoes poder combinar los adelantos tecnológicos con la sensibilidad que le puede dar uno a la música. Lo que hacemos es una especie de mezcla que tiene un poco de Portishead, otro poco de Cerati, pero con un perfil muy personal.”
Admite, de todos modos, que los dos mundos que frecuenta son distintos entre sí. Del folklore no rescata sólo la música sino que se le vienen encima imágenes de la infancia: “Lo que recuerdo de mi niñez en Santiago es que siempre había mucha gente, de día y de noche, tomando, comiendo. Ollas con litros de locro, asado a full, y todos tocando el bombo, la guitarra, bailando. Yo ya hacía el ritmo del bombo contra mi pecho. Los Carabajal somos más de 200, y para el cumpleaños de la abuela siempre nos reunimos. La abuela murió cuando yo estaba en Berlín, pero después de que falleció se siguió festejando su cumpleaños igual, en su homenaje. Cuando volví, esa mística se mantenía. Es increíble y por ahí el que no lo vive, no lo entiende; pero el que va, no se lo olvida más”. Dice que la noche porteña, la que conoce a través de su “costado pop”, es “más hermética, oscura, se viven otras cosas”. En el folklore, en cambio, “recién salió el sol y todavía tenés ganas de comerte unas empanadas”. Si pudiera definirse la dicotomía por penales, la definición correría por cuenta de las mujeres de uno y otro ambiente. “Ahí ganan las del folklore –remata–. Son más lindas, tienen más onda y son menos histéricas.”

Dinastía

La dinastía Carabajal tiene hoy alrededor de 200 miembros desperdigados por todo el país, pero con base de operaciones en Santiago del Estero. Hay un árbol genealógico envidiable por lo prolífico de sus ramificaciones, pero el tronco principal tiene su origen en los doce hijos varones que tuvieron allá lejos (barrio de los Lagos, en La Banda, localidad pegada a Santiago) y hace tiempo María Luisa Paz y Rosario Carabajal. Cinco de ellos, Héctor, Enrique, Agustín, Carlos y Cuti, cimentaron el futuro musical de la familia. El hijo de Héctor (Roberto) se unió a Cuti y formaron Cuti y Roberto, uno de los conjuntos que promovieron la renovación folklórica de la década pasada. Kali y Musha (hijos de Enrique) son la columna vertebral de Los Carabajal, una banda que lleva más de treinta años en la ruta. Peteco, en tanto, es hijo de Carlos, y después de haberse destacado en Los Carabajal inició una brillante carrera solista, con canciones que ya son clásicos del folklore moderno. Pero hay una nueva generación musical, que integran, entre otros, Camilo, Demi y Roxana, con un estilo de vida que le debe más a la esencia rockera que a las tradiciones telúricas. Más allá de las dotes artísticas del clan Carabajal, su elemento distintivo es el fanatismo por el fútbol. El equipo de la familia es prácticamente invencible en el ámbito folklórico y hace poco demostraron su capacidad como visitantes, goleando nada menos que a Los Piojos.