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Jueves 23 de Noviembre de 2000

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Viaje al interior de los últimos potreros: usos, costumbres, sueños y reglas para entender este pequeño gran mundo

Juego, juego, juego... Huevo, huevo, huevo

Aquí no cuenta “el trabajo de la semana”, ni hay minuto cero ni misiones fútbol antes de cada partido. Pero sí jugadores, referís, goles, expulsados, caños y piñas. Todos los ingredientes del juego sagrado argentino, lejos de las luces (y las cámaras de televisión) del centro.

TEXTOS: CRISTIAN VITALE
FOTOS: TAMARA PINCO

”Los domingos más tristes son los domingos con lluvia.” El lugar común adquiere otra significación puesto en contexto. Quien lo dice se llama Agustín Jiménez, tiene 22 años y es volante izquierdo de Extremadura. Que no es ese equipo que hace un par de temporadas, en la Liga española, tuvo una pequeña legión argentina. Este Extremadura participa de un campeonato de fútbol amateur, el de la Liga AEFA de Burzaco. “Es increíble –apunta su compañero de equipo, Roberto–, en la semana no hacemos otra cosa que esperar que llegue el domingo para jugar este campeonato. Por eso, cuando salimos el sábado a la noche y vemos que el día pinta mal, nos agarra un bajón terrible. ¿Sabés lo que es para nosotros jugar al fútbol en serio? Es la vida”, dice el hombre. Los campeonatos que organiza AEFA nuclean a unos 400 jugadores, futboleros por amor a la camiseta que viven en diversos barrios de Adrogué a Longchamps, en el sur del Gran Buenos Aires. Los partidos son de hacha y tiza. Se juega fuerte, a veces leal y a veces no. Y las mayores calenturas se dan en los clásicos. “Es muy jodido si perdés con los de un barrio vecino. Las cargadas suelen durar un mes, te vuelven loco y encima te cruzás todos los días a los pibes que te ganaron”, sostiene Gastón de 22 años, volante de Parma, otro de los equipos que animan el torneo todos los domingos en la canchas de ATE, que están sobre la Avenida Espora, enfrente de un cementerio privado.
La jornada comienza muy temprano. Hay dos partidos a la mañana -empiezan cerca de las 11– y tres más a la tarde. Desde las 14 hasta las 18, hay continuado todos los domingos. El paisaje habitual es de ambiente familiar: madres, padres, hermanos y hasta hijos van a ver a sus ídolos, los jugadores. En cada equipo, innegable, hay dos o tres tipos que la mueven y otros, a la inversa, que destruyen todo lo que encuentran. Por lo general, aquellos que llevan la ventaja en cuestiones de taquitos y rabonas son los más jóvenes. Nicolás Obregón, 17 años, es uno de los ejemplos. De lunes a sábados entrena y juega en la sexta de Quilmes. Y los domingos se engancha al potrero para “tirar caños” representando a “El Triángulo”, otro de los equipos cuyo nombre, en este caso, tiene que ver con el rioba de origen de sus jugadores. “Si tirás un par de caños, el rival, sobre todo si es grande, piensa que lo estás bardeando y te pone de una. Es jodido, porque duele y lastima. Más yo, que me tengo que cuidar si quiero llegar a la primera de Quilmes”, razona el pibe.

Por él y otros tantos es que hay partidos que son un festival de lujos. Puro entretenimiento cuando los que se enfrentan se conocen desde hace mucho tiempo y juegan sólo para divertirse. Pero las patadas, se sabe, son lo más corriente en los campeonatos de este tipo. Si bien los que organizan los certámenes amateurs tratan de manejar el tema de la violencia con distintos métodos, muchas veces la cosa se les va de las manos. Alberto, el organizador de AEFA, es muy cuidadoso en este aspecto: “Acá tratamos de encaminar la cosa. Los partidos los dirigen árbitros de ASA –Asociación Sureña de Arbitros– y el reglamento es similar al de AFA, pero con la diferencia de que acá, por agresión mutua, los implicados pueden comerse de 5 a 6 fechas de suspensión. No queremos líos... Imaginate, si sos permisivo, tenés que tener cinco patrulleros todos los domingos alrededor de la cancha. Es más, cada equipo tiene un delegado, y ese delegado es el responsable del comportamiento de todos”. “Los árbitros se hacen fuertes acá, y vos sabés que tenés que respetar las reglas, si no te quedás sin jugar, aunque no llueva. Cuando se arma pelea, el árbitro se pone a un costado y mira. Después, informa y si te peleaste, cagaste”, agrega Agustín, volante de Extremadura. La tarjeta roja es temida. El árbitro, ante cualquier situación de juego brusco –patada de atrás, insulto o gesto obsceno– saca la roja y son tres fechas como mínimo. “Te querés matar... ¿Sabés lo que es para nosotros estar tres partidos sin jugar...? Por eso sabemos que tenemos que cuidar bien nuestros impulsos”, recomienda Mauricio Ramírez, 23 años, jugador de Barrio Ester. Los protagonistas hablan de dos niveles de campeonatos amateur. Muchos de ellos jugaron en Ligas amateur más organizadas y otras más de potrero, más ortodoxas si se quiere. Entre las primeras, están AEFA, de Burzaco; Estrada, de Adrogué; LIFA, de Lanús; Ateneo, de Villa Calzada o Delfín, de Lomas de Zamora, que garantizan cierta “paz” entre los participantes. Y tienen la estructura necesaria para hacerlo. Pero hay otras ligas, más vinculadas con el potrero clásico, que no pueden contener a los más “fervorosos” (por decirlo de alguna manera). “No sabés lo que es la Liga de Glew –cuenta Christian Núñez–, la rivalidad entre los barrios es tremenda. Los árbitros siempre pitan para el local, porque si no no salen. Yo entiendo que hay que tener picardía para jugar, pero a veces esa picardía se va al carajo. Y después... ¿cómo lo parás?” Formar parte de la competencia implica una decisión difícil. La mayoría de los jugadores, obvio, muere por ir a la cancha de Boca, River o Racing para ver a sus equipos preferidos. Pero casi nunca pueden ir: el compromiso en el potrero es obligado. En la semana, aquellos a los que ya se les pasó la edad de intentar suerte en el fútbol profesional, trabajan y/o estudian siempre pensando en que llegue el domingo para jugar. Y no para pagarse una general en la Bombonera.
“Nosotros estamos pasados por la edad para ir a probarnos a algún club, pero amamos el fútbol. Por eso, cuando salimos de trabajar en la semana, hacemos picados de papi, andamos en bicicleta o salimos a correr por la nuestra para seguir en estado”, explica Sergio Díaz Henriques, de 25 años. Juan José Juárez, su compañero de equipo –ambos juegan en Tenerife–, cuenta: “Estoy toda la semana armando radiadores en un taller mecánico y después, en vez de ir a joder con los vagos a la esquina, cazo la bicicleta y le doy por las calles del barrio. ¿Sabés qué bien me hace? Cuando juego, no siento pesadas las piernas”. Para jugar en esta Liga, los equipos deben desembolsar 170 pesos para la inscripción y después, 70 pesos por partido. Más o menos, 5 o 6 por cabeza. Los torneos más organizados, por otra parte, tratan de no dar premios con dinero “porque si no se matan”, sostiene uno de los organizadores. Los premios, entonces, son juegos de camisetas, pantalón y medias, trofeos o pelotas. “Está bueno así, nosotros cuando entramos teníamos que pedir camisetas prestadas hasta que ganamos un campeonato y nos dieron este hermoso juego”, dice Sergio, mostrando una flamante camiseta de Almagro. Otro de los premios –consuelo en este caso– que otorga AEFA es el de fair play. El juego limpio premia y castiga por igual. “Si ves que ya no tenés posibilidades de luchar por los primeros puestos, te tirás a portarte bien y por ahí ligás algo. También es una satisfacción”, admite el defensor de Barrio Ester, Claudio Pucharella, uno de los más veteranos de la Liga, con 38 años.

Otro tema son las hinchadas. Si bien el ambiente afuera de la línea de cal es, generalmente, familiar y tranquilo, no falta ocasión en que la chispa se enciende de afuera hacia adentro. Y se pudre todo. En las ligas más heavies –El Ceibo, de Lanús; el Torneo de la Barrera, de Villa Calzada– se cuenta que hay ciertos personajes que suelen ir “calzados” para presionar desde afuera: “Es complicado, cuando se pudre mal hay que tener cuidado. Generalmente la cosa se calma... Pero nunca falta el zarpado que arruina la fiesta”, cuenta otro de los jugadores, con bastante experiencia en los diferentes potreros del sur. Por lo general, los mayores problemas aparecen cuando se juega por plata. Hay ligas que prometen entre 2000 y 2500 pesos para el campeón. Y muchas veces son torneos relámpago que empiezan y terminan en el día. “¿Sabés qué...? Ahí te podés ir con la espalda en el hombro. Y yo me tengo que cuidar porque laburo al otro día. Es muy jodido. Yo prefiero no jugar por plata sino por el honor. Si bien, acá –en AEFA– también se juega a muerte y a veces terminamos a las piñas, por lo general todo es más tranquilo. Con decirte que nuestros familiares vienen a tomar mate...”, cuenta Mauricio, eldefensor veterano de Barrio Ester, uno de los equipos más viejos de la Liga. Los más chicos de las Ligas ratonean con que alguna vez pase un Griffa por la puerta y se los lleve para Boca. Gastón, compañero de Nicolás en El Triángulo, sin embargo nunca tuvo esa suerte. Intentó por las suyas probarse en Racing, pero no le fue bien. Le pedían plata para entrenar y no llegaba. Por eso decidió dedicarse al boxeo. Además del fútbol amateur, su otra actividad es boxear en el Club Atlético Longchamps. “Acá, los pibes del barrio no tenemos en mente llegar a la universidad. Son algunos nomás, el resto queremos probar suerte con el deporte... Estamos en esta onda. Ojalá alguien nos venga a ver algún domingo acá y nos lleve a un club grande.” Lo dice aun sabiendo que eso nunca sucederá.