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Yo me pregunto

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Raros peinados viejos
Nos gustaban las canciones de amor, nos gustaban esos raros peinados nuevos y entonces (1987) The Cure llegó a Buenos Aires y tocó en la cancha de Ferro. Velada inolvidable para todos los que estuvieron allí, aunque Robert Smith hoy no vacila en señalar, en todas las entrevistas que le hacen, que aquel concierto fue “el día más bizarro de mi bizarra vida”. Sus palabras, a la hora del recuerdo, adquieren la consistencia de un delirio febril: “En Argentina alguien murió por culpa de un show nuestro, pero fue afuera del estadio. Los edificios temblaban y los promotores vendieron entradas de más sin sospechar que éramos tan populares y, a la hora de empezar, había ciento diez mil personas donde entraban sesenta mil. Hubo una especie de motín y asesinaron a un vendedor de perros calientes. Y enseguida hubo perros calientes de verdad, porque la gente les prendió fuego a los perros de policía que les tiraron encima. Fue la única vez en que me asusté en serio con lo que The Cure podía llegar a provocar. Tardamos tres horas en llegar al estadio, escoltados por policías que desenfundaban sus armas y disparaban al aire. Nos encerraron en los sótanos del estadio mientras esperábamos para empezar, y los baños no funcionaban y olía a quemado y se oían sirenas y pensé que no íbamos a salir vivos de allí. La gente estaba llegando al lugar desde las diez de la mañana y nosotros recién tocábamos a los ocho de la noche. Cuando salimos al escenario y yo miré todos esos perros en llamas, tocamos una versión bestial de ‘Killing an Arab’ y salimos corriendo”. Los que estuvieron allí recordarán que algo de verdad hubo en todo eso, pero a) en Ferro no entran más de 45 mil personas y no había más de 30 mil esa noche; b) los “sótanos del estadio” son los camarines, es decir los coquetos vestuarios de Ferro; c) si bien fue uno de los recitales más desorganizados de la historia, reconocido por el mismo Grinbank, no murió nadie ni dentro ni fuera del estadio, y d) en cuanto a los perros calientes, la única baja verificable de la noche tuvo lugar cuando la cana tiró los perros a la gente y un espectador émulo de Bruce Lee mató a uno de una patada voladora. Se ve que Robert Smith tiene un recuerdo menos brumoso del concierto que dio The Cure en Brasil en esa misma gira: cuando tocaron al aire libre en una playa y, según Smith, si miraba a la lontananza a la altura de los hombros veía 40 mil darks, pero si miraba de la cintura para abajo, todos estaban con bermudas y ojotas. Lo que se dice el auténtico dark tropical.

No me llamen, soy Giordano
Basta la coincidencia fortuita de un peluquero, un publicista desafortunado y un actor norteamericano para que algo parecido a la verdad relumbre como oro líquido. El actor norteamericano es Seymour Cassel, actor fetiche de las películas de John Cassavettes, de visita en Buenos Aires con motivo del Festival de Cine Independiente. El peluquero es Roberto Giordano y el publicista desafortunado es quien diseñó la última campaña gráfica para su peluquería, cuyo nombre mejor será callar por pudor y bonhomía. El cartel de marras muestra a una modelo muy peinada. A uno de los costados del letrero se pregona el nombre del peluquero y, con otra tipografía, en posición central, se aclara el nombre de la modelo y el número de teléfono al que habría que llamar, sin aclarar bien para qué (salvo, por supuesto, que se lo lea en inglés, en cuyo caso el apellido de la modelo pasa a convertirse en verbo): Katya Fucks 4826-6194. Cuando vio el reclame, el actor norteamericano pegó un respingo. “¿Cóoooomo? ¿En Argentina las mujeres pueden anunciar sus servicios sexuales en la vía pública?”

El número de la bestia

Siguiendo en la línea de investigaciones telefónicas, esta sección reparó en que todos los números telefónicos que aparecen se dan, se anotan o se marcan en las películas norteamericanas tiene una característica común y omnipresente: 555. Esto no significa que todos los personajes de ficción cinematográfica vivan en el mismo barrio, sino que se trata de una característica inexistente y vacía que las telefónicas norteamericanas reservan para aquellos que no existen pero ahí están. El porqué de semejante medida es tan simple como atendible: evitar demandas legales o que un pobre hombre se vuelva loco recibiendo llamadas jadeantes para el último personaje de Angelina Jolie o amenazas procaces al pobre Bruce Willis. Pero, de vez en cuando, los productores y los publicistas se arriesgan con un número verdadero como parte de ingeniosas campañas promocionales. El último ejemplo tiene lugar en la formidable Magnolia cuando se muestran pantallas de televisores y páginas de clasificados de Hustler y Penthouse donde se promocionan los talleres de masculinidad del apocalíptico profeta del sexo que encarna Tom Cruise. El teléfono es 877TAME-HER (tame her significa “domestíquela”) y, si se marca ese número, uno se encontrará con la desbocada voz pregrabada de Cruise aullando cosas un poquito bestiales en un sermón no apto para menores o fans con ganas de hablar con aquel sensible y educado piloto de Top Gun. Ideal para chicos sometidos y chicas con ganas de ser sometidas.

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