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Ecografías

En la página anterior: Ilustración de los Evangelios (Constantinopla, siglo XI). De izquierda a derecha: mosaico dEl emperador Justiniano (527-565) y su corte, Ruinas del Monasterio de cristo pantocrátor construido por encargo del emperador juan II comneno en 1136, Ezequías enfermo y el profeta Isaías en el Florilegio de Juan Damasceno (Sacra Parallela). Al pie: El rey Salomón (Constantinopla, siglo X)

POR DANIEL LINK
En 1982, el profesor Umberto Eco (1932), conocidísimo en los ambientes académicos por su erudición medievalista, sus obsesiones semiológicas y sus agudos análisis de la cultura mediática (ver recuadro aparte), publicó un novelón imposible. “Había pensado darle a Franco Maria Ricci El nombre de la rosa para su collana blu (colección azul). Hacer de él un objeto escogido. Pero después lo leyó el entonces director editorial de Bompiani, Di Giuro. Se quedó entusiasmado y declaró: ‘¡Voy a hacer 30 mil copias!’. Yo pensé que estaba loco”, declara ahora que comienza a circular en Occidente Baudolino, su cuarta novela.

UN AUTOR APOCALIPTICO
Todo el mundo sabe lo que pasó después de El nombre de la rosa. El éxito inesperado en Italia, Francia, España, Inglaterra. Cientos de millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Una adaptación a la pantalla grande protagonizada por Sean Connery y Christian Slater. Umberto Eco triunfaba allí donde no debería haber triunfado. Todavía no se han explicado las razones de un suceso semejante para un libro que, careciendo de toda sofisticación, de todos modos sigue estando bastante por encima de los estándares de la literatura de la tierra media (del “bestsellerismo”). Novela cultísima, El nombre de la rosa examinaba las relaciones entre saber y poder en el corazón mismo de la Edad Media occidental a partir de una serie de crímenes que se sucedían en una misteriosa y rica abadía. Si, por un lado, Eco se proponía abonar las corrientes historiográficas que, desde mediados del siglo pasado, se empeñaron en desmentir el carácter sólo “bárbaro” del medioevo católico, por el otro su novela incorporaba, a partir de una trama sencilla y deliciosa, el gran tema de su época. El fin de la modernidad, debatido filosóficamente entre Lyotard, Habermas y una cohorte de “pensadores” de distinta inserción teórica (Daniel Bell, Fredric Jameson, Andreas Huyssen), encontraba en El nombre de la rosa su definitiva formulación novelesca. Esa persecución imposible de un saber (el perdido segundo libro de la Poética de Aristóteles), la decadencia de la cultura monástica y la quema de libros de la riquísima biblioteca de la abadía que circula como escenario de la novela, funcionan como metáfora exacta del derrumbe de un mundo: el mundo de la cultura letrada definitivamente desplazado por la cultura industrial.
El propio Eco había reflexionado sobre las tensiones entre esos dos mundos en un célebre artículo de la década del sesenta, “Apocalípticos e integrados”. El nombre de la rosa, de ahí su importancia, arrasaba en el universo de la cultura industrial, demostrando su carácter perfectamente integrado a los mecanismos industriales de producción cultural, precisamente a partir de la tematización del Apocalipsis. Son precisamente las versiones del Apocalipsis que Jorge de Burgos, el siniestro ex bibliotecario ciego, incorpora al catálogo de la “mayor biblioteca de la Cristiandad” lo que fundamenta su poder dentro de la abadía. Y los versos del Apocalipsis (como la Ideología, por otra parte) encubren (a la vez que ordenan) los sucesivos asesinatos. “Apocalíptica” por su tema (y por la melancolía de su punto de vista), “integrada” por su efectiva circulación por el mundo, El nombre de la rosa venía a plantear, por primera vez, un objeto literario de un orden nuevo, sin ningún tipo de inocencia (de allí la reivindicación política que ciertos jóvenes rojos boloñeses hacen hoy de su obra: ver recuadro).
Después, ni la aburrida El péndulo de Foucault (1988) ni la mediocre La isla del día de antes (1994) consiguieron repetir el suceso. Parecía que Eco había sido, simplemente, un profesor con suerte: había estado en el lugar indicado, con el saber indicado, y nada más. Ahora, Baudolino, que vuelve a la Edad Media por diferentes caminos, nos obliga a pensar todo de nuevo.

UN AUTOR INTEGRADO
“Baudolino –ha declarado Umberto Eco– es un chico que vive en el campo, en Marengo, más o menos donde en 1168 nacerá la ciudad deAlejandría, cuyo patrono será precisamente San Baudolino. Baudolino es un granuja, parecido a los que existen en muchas mitologías autóctonas: en Alemania lo llaman Schelm; en Inglaterra, Trikster God. El libro, que en este aspecto es una novela picaresca, cuenta sus aventuras por diversos territorios. El padre de Baudolino es el mítico Gagliaudo Aulari, que salva a Alejandría del asedio de Federico I Barbarroja.”
Para los argentinos, Baudolino es un pichón de Don Mateo, aquel genial peluquero televisivo desempeñado por Fidel Pintos, un mentiroso patológico de cuyo capricho dependía la historia entera de la humanidad. Así como Don Mateo era amigo íntimo de todos los presidentes del mundo, del Papa y las grandes estrellas del cine mundial (como quien dice “¿Bin Laden? Yo le enseñé a leer el Corán”), así Baudolino se convierte, por esos azares de la vida de un pícaro y por su propia fantasía (queda claro que a Baudolino no hay que creerle nada de lo que dice), en hijo adoptivo de Federico I Barbarroja (1152-1190), el emperador germánico que, habiendo conseguido un precario equilibrio de poder entre los Hohenstaufen y los Güelfos, restablece la autoridad imperial sobre las comunas italianas que, durante largo tiempo (desde los tiempos de Carlomagno), habían gozado de autonomía, y vuelve a imponer la hegemonía imperial frente a la influencia del Papado.
Según su propio relato, las cuatro campañas italianas de Federico Barbarroja resultan de la inspiración política de Baudolino (que es también su involuntario asesino). Pero no sólo eso: en el fondo, Eco relee la historia de ese período como fruto de las invenciones de un muchachito que después crece y junto a una pandilla de amigos –astutamente, el profesor de Bolonia incluye a un musulmán rubio y a un judío en la pandilla de mentirosos– inventa la legitimación del imperio por parte de los juristas boloñeses, parte del epistolario de Abelardo y Eloísa, la leyenda del Grial (como la contará más tarde Wolfram von Eschenbach). Son él y sus amigos los que inventan la mítica carta del preste Juan, que realmente circuló en aquella época, describiendo un legendario reino cristiano en Extremo Oriente, que será lo que Marco Polo sale infructuosamente a buscar por el mundo.
Como si todo esto fuera poco, nos enteramos de que la historia oficial del Occidente católico es la invención de un antepasado de Don Mateo a través del relato que Baudolino hace de su vida y sus aventuras a Nicetas Coniates, probablemente el más grande historiador bizantino, durante los penosos sucesos de abril de 1204.

UNA RECAPITULACIóN HISTóRICA Los hechos que cuenta Baudolino son inmediatamente anteriores a los que tematiza El nombre de la rosa (que, aunque guarda deliberadamente silencio sobre la fecha exacta de la semana fatídica que narra, cuenta hechos necesariamente posteriores a 1231, cuando el Papa confía el Santo Oficio de la Inquisición a la orden de los Dominicos, fundada en 1216). Pero, además, el punto de vista es muy diferente. “El nombre de la rosa hablaba del mundo monástico, éste habla del mundo laico, de la corte imperial de Federico Barbarroja, los enfrentamientos entre imperio y comunes, la Tercera Cruzada (a la que él mismo le empuja), y así sucesivamente. El nombre de la rosa es culta, Baudolino es popular. El nombre de la rosa está escrita en estilo elevado; Baudolino, en estilo vulgar. El lenguaje es el de los campesinos de la época o el de los estudiantes parisinos que hablan como los ladrones. Nada de latín, salvo alguna palabra suelta”, dice Umberto Eco.
Lo que no dice es precisamente lo que hace de Baudolino un libro tan oportuno como El nombre de la rosa. Si su primera novela puede leerse como una intervención en la definición del presente (esos años ochenta que habrían aniquilado para siempre las utopías modernas), ésta puede leersecomo una interpretación de las relaciones entre un cualquiera (Baudolino) y un representante de un gigantesco y decadente imperio (Nicetas).
Rápidamente: en 476 cae el Imperio Romano de Occidente, que es sustituido por un mosaico de reinos germánicos con arreglo a su propio derecho pero respetando, en general, la cultura romano-cristiana. Lo que se salva del derrumbe es una gigantesca unidad administrativa y cultural, el Imperio Romano de Oriente, que sobrevivirá casi milagrosamente hasta el 29 de mayo de 1453, cuando Constantinopla (defendida por bizantinos, genoveses y venecianos) cae en poder de los turcos.
El fin de Bizancio marca el fin de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento. Los doctos bizantinos emigrados llevan a Italia la cultura antigua, provocando el florecimiento del Humanismo; la dirección de la Iglesia ortodoxa pasa al zar y a Moscú (“tercera Roma”) y, perdido el acceso al mar Negro y la vía de comunicación con la India, los europeos se ven forzados a buscar un nuevo camino que conducirá al descubrimiento de América en 1492.
En el corazón de esa historia “bizantina”, el 14 de abril de 1204, Baudolino se encuentra con Nicetas Coniantes, discípulo de la gran historiadora Ana Comnena. Ese día, los aventureros de la cuarta cruzada, que por segunda vez en dos años invadían la ciudad, a la que odiaban desde el gran cisma de 1054 (provocado por doctrinas encontradas sobre la naturaleza de Cristo), incendiaban Constantinopla y se entregaban al mayor saqueo de reliquias y objetos artísticos de toda la Edad Media.
Encerrados por necesidad, Baudolino y Nicetas conversan y cada uno le cuenta al otro su historia y su punto de vista: el punto de vista de un pícaro de pueblo italiano, el punto de vista de un docto señor “grecano” de Bizancio. Por supuesto, pronto quedará claro que Baudolino es, según su relato, también responsable de muchos de los sucesos y vaivenes de fortuna del último de los imperios clásicos (como quien dice: “el ántrax, ah sí: yo les enseñé cómo fabricarlo”).
Un poco más allá del vandalismo de los caballeros católicos, los turcos y los árabes se preparan para acabar con Bizancio que, después de los acontecimientos de 1204, ya no podrá recuperar su antiguo esplendor.

Y UNA NOVELA
No importa si nuestro presente es una nueva Edad Media. Lo que importa es que Umberto Eco, desde La estrategia de la ilusión, nos ha convencido de que ésa es una analogía posible (así como, desde el Tratado de semiótica general, nos ha convencido de que un signo es eso que sirve para mentir). Más allá de las interpretaciones, Baudolino se refiere a un imperio decadente. Su protagonista, el joven mentiroso, es sucesivamente un eficaz agente de prensa y propaganda gubernamental y el inventor de la máquina narrativa de la cultura industrial: todo lo que Baudolino cuenta haber hecho después de la muerte de Federico Barbarroja (su viaje en busca del reino mítico del Preste Juan, los seres con los que entabla relación en el principado de Pndapetzim) sólo puede compararse con una sobredosis de Disneylandia o de La guerra de las galaxias (se trata, de paso, de la parte más aburrida de la novela).
Como en Las mil y una noches, Baudolino sabe que su suerte pende de la eficacia de su relato. Nicetas seguirá ofreciéndole esas comidas sofisticadísimas mientras el joven lo mantenga entretenido, lejos del desastre de la Cuarta Cruzada.
Es que la destrucción de Constantinopla no es obra de ese Oriente amenazante sino de las propias fuerzas de una Europa atrapada en sus contradicciones económicas, políticas y doctrinarias. “Al estudiar aquella época –ha dicho Umberto Eco– he entendido muchas de las razones de la crisis política italiana de hoy.” Tal vez un poco más. Tal vez mucho más. Baudolino, más allá de las mentiras (o precisamente por eso), bien puede ser una ecografía del presente.

Las palabras de Umberto Eco citadas aparecieron en diferentes entrevistas que concedió a medios españoles cuando se distribuyó la primera edición de su novela.

Eco, S.A.

por Diego Bentivegna
En 1998 Einaudi publicó una novela de más de seiscientas páginas, acompañada de una atronadora campaña publicitaria, con el enigmático título Q, que Mondadori acaba de distribuir en castellano. La autoría de la novela, que narra las vicisitudes de un estudiante alemán del teología del siglo XVI (el propio Q) a través de una Europa desgarrada por las luchas de religión y la guerra de los campesinos desencadenadas por la Reforma protestante, fue asumida por un personaje muy conocido por los frecuentadores de los sitios de la red dedicados a repensar las relaciones entre arte, medios y política: Luther Blissett. Bajo ese nombre se nucleaba, en realidad, un grupo de jóvenes escritores residentes en Bolonia que pasaban sus días entre los debates políticos de la ciudad más roja de Italia, el trabajo en la industria cultural del próspero Norte y el otium intelectual. Esto, sin embargo, se sabría sólo luego de un largo debate público en torno de la “verdadera identidad” del autor de la novela, que no ahorraba la asimilación de Blissett con el Anticristo.
Apenas salida Q, algunos medios italianos señalaron a Umberto Eco (que, se sabe, dicta cátedra en Bolonia), sino como autor directo, al menos como instigador del proyecto Q, y, ya que estamos, como el Anticristo mismo. La hipótesis tenía sus fundamentos. Luther Blissett es un “nombre múltiple” que las erráticas multitudes que proliferan en el universo de la web tomaron de un mediocre jugador negro del Milan de los años 80 odiado por los neofascistas. La legión de Luther Blissett hizo manifiestas desde un principio sus afinidades electivas con el universo desplegado por Eco en El péndulo de Foucault (1988). Es más, la idea misma del nombre múltiple se inspira en ciertos planteos en torno al borgeano personaje de Milo Temesvar, que Eco hace funcionar en muchos puntos de su obra, ficcional y no ficcional, desde su primera aparición en 1964 en el celebérrimo Apocalípticos e integrados, en los años en que la semiótica se configuraba como brazo teórico de la neovanguardia poética conocida como Gruppo 63 (más allá de la ácida descalificación que Eco sufrió por aquellos años por parte del gigante neovanguardista Edoardo Sanguinetti).
A todo esto vino a agregarse, en 1997, la circulación en diarios y editoriales de un escrito paranoico, Il nome multiplo di Umberto Eco, firmado con la sigla K.M.A. Tomando como punto de partida el apoyo histórico de Eco a la sinistra italiana, el opúsculo afirma, además del éxito del evangelio semiótico del autor de El nombre de la rosa entre los jóvenes italianos:
- La responsabilidad de la “mente malata di Umberto Eco” y del entorno de semióticos y comunicólogos de Bolonia en el diseño de la campaña electoral que, explotando los mecanismos de la cultura de masas a los que dedican su actividad académica, provocó la derrota del zar mediático Silvio Berlusconi en manos de la izquierda en las elecciones de 1996.
- El lugar determinante de Eco (sobre todo como consecuencia del artículo “Para una guerrilla semiológica” de 1967, donde se postula la necesidad de abandonar la crítica distanciada de los medios, exasperar sus contradicciones internas y politizar su recepción) en la redefinición de la lucha por la hegemonía como lucha cultural (heredad de Gramsci) en términos de lucha en y por los medios masivos.
- La legitimación de las nuevas prácticas culturales de las juventudes urbanas (sobre todo de las nucleadas en los Centros Sociales, estigmatizados por la derecha italiana como reencarnación de la violencia política de los ‘70) en el “neoagnosticismo” propugnado por Eco en sus libros teóricos y ficcionales. En efecto, en la semiótica tal como es pensada por Eco en el Tratado de semiótica general (1975) y en Semiótica y filosofía del lenguaje (1984) no hay trascendencia, no hay un afuera de la semiosis, del proceso de sentido: un signo no hace sino remitir a otro signo, que a su vez remite a un tercero y así ad infinitum.
En los últimos tiempos las cosas han cambiado bastante. Los muchachos de Bolonia abandonaron a Luther Blissett y adoptaron, por fundamentadas razones geopolíticas, el nombre chino de Wu Ming. El colectivo, autodefinido como “una empresa de narraciones, política y autónoma” publicó ya varias novelas (como Libera Baku ora, Asce di guerra y Havana Glam) y un manifiesto en el que reconocen la afinidad entre su postura estética y el pensamiento de Toni Negri. Además, Bolonia ha dejado de ser una roca inexpugnable de la izquierda y desde 1999 la alcaldía de la ciudad permanece en manos de la derechista Forza Italia. Para colmo, Berlusconi, a pesar de las diatribas de Eco, ha vuelto a ocupar el cargo de presidente del Consejo de Ministros, aliado de la Liga del Norte y de los neofascistas.
Todo en la Península parece fluir rápida y caóticamente, como la Europa oscilante y en fuga desentrañada en Q: ese campo de tensiones semióticas que nunca llega a estabilizarse y en el que cada uno puede ser todos y, al mismo tiempo, nadie.

 

Webeando

El sitio oficial de Wu Ming es http://www.bambinidisatana.com/wuming.
Contiene la declaración programática del grupo y un completo archivo bibliográfico con la recepción de las obras del grupo en las páginas culturales de los diarios italianos y la versión descargable de todas las publicaciones del grupo, de Q (1998) a Havana Glam (2001). Imperdibles, los afiches de las presentaciones del grupo en diferentes ciudades italianas. Hay también un sitio dedicado al “caso Blissett”, que incluye la versión completa del opúsculo Il nome múltiplo di Umberto Eco: www.geocities.com/CapitolHill/Lobby/5999 y varios sitios dedicados a genio y figura de Umberto Eco. En inglés, lo más completo se halla en el sitio Semiotics (www.carbon.cudenver.edu/~mryder/itc_data/semiotics.html), de la Universidad de Colorado. Porta Ludovica (www.libyrinth.com/eco/index.html) contiene una surtida selección de reportajes y de otras intervenciones periodísticas del semiólogo italiano. Además del sitio de la Universidad de Bolonia (http://andromeda.dsc.unibo.it/), se puede consultar el de la revista Golem, codirigida por Umberto Eco, que se actualiza mensualmente (http://www.enel.it/it/enel/magazine/golem/).

 

La traducción no miente

Párrafo aparte merece la excelente traducción de Helena Lozano Miralles. Es que Eco, porque habla de su ciudad, intentó imitar su dialecto. “Me ha sorprendido encontrar en los documentos oficiales de la época –confesó el autor– los nombres de los alejandrinos que fundaron la ciudad: ¡son los mismos que los de mis compañeros de colegio! Me he divertido mucho. He inventado un italiano imaginario. No son páginas eruditas, son páginas cómicas.” La traductora declara, en un bello epígrafe a la novela, haber descartado “la idea de traducir variedades regionales italianas con variedades peninsulares de origen romance (gallego o catalán), o con desviaciones de la norma, que podría indicar una categoría social”. No es el único rasgo de lucidez de esta traducción, pero alcanza para caer de rodillas ante ella.

 

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