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Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo

JUAN CARLOS MARIN

�La conciliación de los victimarios: una larga historia a propósito del genocidio� (segunda parte)

Pero, aclaremos, la fe, la creencia como un valor sagrado en el deseo de un mundo cada vez más solidario y posible para todos no constituye un producto de la ignorancia y la ingenuidad sino por el contrario, constituye quizás el más profundo acto de reflexión inicial de una embrionaria y creciente humanización. Pero, la atribución de esta reflexión inicial a un origen exterior e indeterminado, ajeno a quien objetivamente lo realiza, constituye el comienzo de un grave error y el inicio de un proceso de indefensión creciente de los sectores más pauperizados (1).
¡A partir de la acumulación y articulación de ese error... se espera y se acepta de otros para conocer y con ello crece la incapacidad de comprender con mayor objetividad lo que explica y rodea al campo de lo inhumano y de la pobreza! Se pierde la autonomía en la libertad de reflexión, se pierde la capacidad de conocer de qué modo se producen las condiciones del sufrimiento humano, las formas de la pobreza genérica... Se pierde también la capacidad de comprender que la pobreza no es el estado natural de la humanidad ni un hecho “silvestre” sino que por el contrario, la pobreza es una formidable siembra y cada vez más compleja construcción de una expropiación sistemática con la cual se construye y acumula para otros, creando en ellos las más formidables fortunas.
¡Se pierde la capacidad de comprender que no hay fortunas sin producción de pobreza! ¡Que de allí nacen las riquezas!
Por supuesto, es necesario comprender que construir la ignorancia es mucho más costoso que educar, que construir la capacidad de ejercer y construir conocimiento genuino.
¡Se pierde la capacidad de comprender que la ignorancia es instrumental para crear pobreza y con ello a su vez generalizar las condiciones para explotar y expropiar!
A su vez, ¡la pobreza se convierte en la más fantasmal y poderosa amenaza para todos! ¡La pobreza se constituye en la amenaza más simple y generalizada con la que se controlan y ejercen viejas y nuevas formas del temor... que aterroriza!
Lograr que esa situación sea vivida por los más pobres como el resultado y el castigo merecido, de su propia identidad, es una formidable empresa que la Iglesia y los poderosos cultivaron con pasión y profundo interés. Que cada cual sienta que el ser elegido como pobre, desocupado, es algo atribuible al modo de ser y de actuar de cada uno y de allí –para cada uno– se vuelve a hacer presente la arbitrariedad insondable del axioma de “por algo será”.
Tarea de la Iglesia, crear una relación de extrañamiento y de ajeneidad con el uso de la fuerza corporal, subordinar el cuerpo de cada uno al mandato de una moral –una lógica de la acción errática, ambigua, confusay contradictoria– cuya complejidad escaparía a la determinación de la propia acción y decisión individual.
Sometiendo y orientando la reflexión personal a una forma de acción que esté permanentemente vigilada y subordinada a un poder espiritual que monopolice la reflexión; que establecerá el cómo reflexionar, pensar y decidir su valoración en cada nueva circunstancia: obedeciendo la decisión de dios que será desentrañada y expresada por sus representantes terrenales... ¡el personal de la Iglesia! (1)
La siembra de una moral crónicamente autoritaria que castiga todo intento de autonomía reflexiva constituyó un pilar de reproducción del poder moral de la Iglesia. Una infinita variedad de procesos, tácticas y estrategias corporales construyeron las iglesias para enfrentar la necesaria “cura de almas” del aluvión y desesperación de las masas empobrecidas. Construyeron nuevas formas y criterios del disciplinamiento y docilidad, para realizar castigos y penitencias adecuados y viables a la pobreza material de las mayorías más empobrecidas y desesperadas (2). Creación de un proceso histórico durante todo un período en que las sociedades precapitalistas europeas comenzaron a ser conmovidas por una profunda crisis de sus formas sociales y culturales preanunciando finalmente la resolución capitalista de dicha crisis; todo un período en que la lucha social se expresó como guerra de religiones en el continente europeo (3).
Finalmente, el capitalismo logró la conciliación de los victimarios –la Iglesia y las FF.AA. de las clases dominantes–, construyeron una cultura moral de manera vigilante, dominante y excluyente hasta quedar instalada como el sentido común de las víctimas... que aceptan su destino como una determinación inapelable: “Siempre habrá ricos y pobres” (4).
El contenido de ese sentido común es muy confuso, amplio y contradictorio, compromete e involucra un desarme intelectual y una convicción de impotencia, se comporta como un prejuicio de lo existente: una certidumbre acerca de la imposibilidad de cambiar las cosas.
A pesar de ser los portadores de ese sentido común, la mayoría de las víctimas y también los más explotados; a pesar de ser los que en su gran mayoría con el uso de su fuerza transforman y producen casi todo lo que nos rodea; a pesar de ser ellos quienes permanente y crecientemente expresan la capacidad de reproducir las condiciones materiales de todas las vidas que nos rodean... ¡a pesar de todo eso, el uso de la fuerza, su control y el conocimiento de la fuerza les es ajeno! “El trabajo alienado hace del ser genérico del hombre, tanto de la naturaleza como de su capacidad espiritual específica, un ser ajeno a él, un medio de su existencia indivi dual. Vuelve ajeno al hombre su propio cuerpo, así como la naturaleza exterior, y su ser espiritual, su ser humano”, K. Marx (5).

Argentina
La sociedad argentina está articulada e integrada de manera plena y sistémica al desarrollo del capitalismo mundial; es decir, la territorialidad social y cultural de Argentina forma parte de la formación social capitalista de manera inescindible.
La construcción de la formación social capitalista tiene una larga historia aún en proceso; no estamos en presencia de algo que ocurrió sino de algo que está sucediendo, de un proceso que comenzó en el mundo hace ya no menos de cinco siglos y que aún no ha terminado su desenvolvimiento plenamente capitalista. En realidad se trata de una formación social que se está desenvolviendo y extendiendo de una manera crecientemente cualitativa... es un modo de organización social que no tiene prefijado un tiempo y un límite territorial físico y poblacional ineluctable sino por el contrario: también avanza hacia el espacio exterior terrestre y lo incorpora de manera original.
Su único límite está instalado en el modo y desarrollo de su propia identidad.Al respecto es conveniente recordar uno de los descubrimientos más sustantivos de las investigaciones de K. Marx:
“Mi investigación me condujo a pensar que las relaciones jurídicas y las formas políticas no pueden ser comprendidas por sí mismas, ni pueden tampoco explicarse por el seudo desarrollo general del espíritu humano. Esas relaciones y esas formas toman sus raíces en las condiciones de la vida material cuyo conjunto constituye lo que Hegel llama, con los ingleses y los franceses del siglo XVIII, la `sociedad civil’. En la economía política hay que buscar la anatomía de la sociedad civil, en la producción social de la vida, los hombres contraen ciertas relaciones independientes de su voluntad, necesarias, determinadas. Estas relaciones de producción corresponden a cierto grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta una superestructura jurídica y política, y a la cual responden formas sociales y determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material determina, de una manera general, el proceso social, político e intelectual de la vida. No es la conciencia del hombre lo que determina su existencia sino su existencia social lo que determina su conciencia.
“En cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad están en contradicción con las relaciones de producción que entonces existen, o, en términos jurídicos, con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales esas fuerzas productivas se habían movido hasta entonces. Esas relaciones, que en otro tiempo constituían las formas de desarrollo de sus fuerzas productivas, se convierten en obstáculos para éstas. Entonces nace una época de revolución social. El cambio de la base económica mina más o menos rápidamente toda la superestructura.
“Cuando se estudian esos trastornos es preciso distinguir siempre entre la conmoción general que agita las condiciones económicas de la producción y que pueden comprobarse con exactitud científica, y la revolución que derriba las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas que sirven a los hombres para tener conciencia del conflicto y explicárselo.
“Si es imposible juzgar a un individuo por la idea que de sí mismo tiene, no puede juzgarse semejante época de revolución por la conciencia que tiene de sí misma.
“Es preciso explicar este conflicto por las contradicciones de la vida material, por el combate entre las fuerzas productivas de la sociedad y las relaciones de la producción.
“Un estado social jamás muere antes que en él se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que podía encerrar.
“Nuevas relaciones de producción, superiores a las antiguas, no ocupan su lugar antes de que sus razones de ser materiales se hayan desarrollado en el seno de la vieja sociedad.
“La humanidad jamás se plantea enigmas que no puede resolver; pues, considerando mejor las cosas, se notará que el enigma no es propuesto más que cuando las condiciones materiales de su solución existen ya o, al menos, se encuentran en curso de formación.
“En tesis general, se pueden considerar los modos de producción asiática, antigua, feudal y burguesa, como las épocas progresivas de la formación económica de la sociedad. Las relaciones de producción burguesas constituyen la última forma antagónica del proceso de producción de la sociedad.
“Este antagonismo no significa un antagonismo individual. Es un antagonismo que dimana de las condiciones de la vida social de los individuos. “Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al propio tiempo las condiciones materiales indispensables para resolver este antagonismo.
“Con este estado social se cierra la prehistoria de la sociedad humana.” (6)
Es decir, se trata de un modo de organización social que expropia las condiciones materiales de vida de los productores directos y las apropia concentrándolas al mismo tiempo en otras manos; una formación social cuyo crecimiento depende constante e incesantemente de resolver mediante procesos revolucionarios sus propias contradicciones inmanentes de su modo de ser y reproducirse (7).
Estas contradicciones tienen como origen una relación temporalmente asincrónica entre su siempre avanzada capacidad social de generar fuerzas de producción y su incapacidad de lograr simultáneamente su incorporación a su modo de sumar, articular y organizar el conjunto de las fuerzas productivas. Esta asincronía, este atraso social, entre el conjunto de las fuerzas y relaciones sociales productivas –es decir, entre las fuerzas de producción y el modo social de su reproducción– constituye un operador estructurante esencial del modo de reproducción de esta formación social. A su vez lo original, del carácter social de esta formación, es que las contradicciones inmanentes de su modo de ser no pueden ser resueltas directa e inmediatamente por su modo capitalista preexistente. Es en la lucha para enfrentar los efectos inhumanos de las contradicciones inmanentes del desarrollo capitalista en donde anida el territorio y la posibilidad del desarrollo revolucionario de esta formación social (8).
Recordemos que el modo capitalista de producción nació como formación social a partir del enfrentamiento revolucionario del pasado feudal –la formación social preexistente– y fue creando al mismo tiempo las precondiciones de una resolución revolucionaria de su presente.
La formación social capitalista avanza en cada territorio según las condiciones reales que allí encuentra, no lo hace de manera homogénea y simultánea, depende sobremanera de las condiciones socioproductivas y culturales que ella encuentra. En todos los lugares que ella avanza, construye e instala en los procesos productivos relaciones sociales capitalistas; lo que provoca que en el avance territorial de dicha formación social se produzcan crisis sociales, económicas y políticas de sus preexistentes formas sociales.
Las crisis llamadas capitalistas por referencia a un conjunto muy variado de procesos sociales en que se expresan de manera errática e imprevistas fuertes contradicciones, que obstaculizan el desenvolvimiento y el modo de crecimiento de la economía, se hacen presente para la vida de la inmensa mayoría de los seres de nuestras sociedades de manera adversa y catastrófica. Para los sectores más pobres, la desocupación y la inflación son quizá los dos procesos sociales ante los cuales su indefensión es enorme y los aísla y confronta los unos a los otros. Las relaciones solidarias construidas en períodos anteriores entran en crisis, ellas no son suficiente barrera para contener defensivamente la envergadura que asume la intensidad expropiatoria del desarrollo capitalista de ese período (9).
La Argentina ha transcurrido en estas últimas décadas su historia política y social de un modo en que se nos ha hecho presente de qué manera se producen estos períodos de crisis y de qué manera se han resuelto desde la perspectiva y acción de las diferentes clases sociales. Veamos durante el período 1969/76, que constituye desde nuestra perspectiva un período que hemos denominado “la acumulación primitiva del genocidio” (10).
“Todo intento por comprender la situación real de la Argentina, así como sus tendencias, nos conduce a una reflexión acerca del carácter social de su particular situación de ‘guerra’. Tradicionalmente la guerra fue unatributo de las clases dominantes y en esa medida –en la lucha por una territorialidad– de los Estados. Por supuesto que ‘represión’ y ‘terrorismo’ no tienen, al menos instrumentalmente, la capacidad para definir una situación de lucha armada como de guerra. Pero cuando la política armada estatal reemplaza la ‘represión’ por la ‘aniquilación’ como única relación con el adversario nos encontramos entonces en un espacio en el que las leyes de la guerra comienzan a hegemonizar las acciones y las relaciones entre las fuerzas sociales en pugna” (...) “a partir del 16 de setiembre de 1970 el promedio de secuestros y desapariciones había sido de uno cada 18 días”, en la actualidad la acción de los aparatos paramilitares de la política armada del Estado ha logrado un promedio no inferior a las cinco personas diarias desde julio de 1976. Las Fuerzas Armadas argentinas han definido como eje de su política estatal de reordenamiento del sistema institucional nacional la “aniquilación de la delincuencia subversiva”. Por otra parte, los “delincuentes subversivos” asumen la constitución de un “ejército popular” como el instrumento estratégico esencial en este período de la lucha de clases.
¿Por qué la lucha de clases asumió la forma de una guerra?
Así como la existencia de la lucha de clases no depende de ninguna voluntad subjetiva en particular, ya que refiere a una ley correspondiente a determinadas formaciones económico-sociales, la guerra tampoco está subordinada y constreñida al ámbito de una voluntad subjetiva. Ella puede ser conducida, pero su existencia sólo hace expresar la realidad que ha asumido la relación entre las clases durante un determinado período histórico.
El “secuestro”, la “desaparición”, comenzaron siendo los dos instrumentos típicos que fueron desplazando y subvirtiendo las formas institucionales tradicionales de la represión policial legítima del sistema. Se convirtió en una política sistemática de aniquilamiento de los cuadros más combativos del movimiento popular, cualesquiera fueran sus orientaciones políticas.

De hecho, se constituyó en una política “clandestina” en el seno del régimen. Valga como dato ilustrativo la participación civil con que contó la conducción militar de ese período:
“El 35.3 por ciento, o sea más de un tercio de los actuales intendentes con tendencias políticas definidas de todo el país son radicales; el 19,3 de esos intendentes son peronistas y el 12,4% son demócratas progresistas. Tan sugestivos porcentajes surgen de uno de los trabajos más minuciosos de relevamiento político interno que se conozcan en la actualidad. Ese trabajo, realizado palmo a palmo sobre la extensión total del territorio nacional por los servicios de inteligencia del Estado, demuestra sobre los 1697 municipios censados que sólo 170 intendentes, o sea el 10%, pertenecen a las Fuerzas Armadas; 649 intendentes, o sea el 38% carecen de militancia política definida y 878 intendentes, esto es, el 52%, están de un modo u otro adscriptos a una corriente política concreta. La primera de esas observaciones es que la Unión Cívica Radical aparece objetivamente prestigiada por el hecho de haber sido, entre todos los partidos políticos, aquel con el cual esté de un modo u otro vinculada el mayor número de intendentes designados por veintitrés gobiernos militares” (Hasta fines de 1978). Confrontar diario La Nación del 25 de marzo de 1979, columna La Semana Política titulada: “La participación civil”.

Una táctica política iba así ganando terreno en los aparatos armados del Estado; en la práctica, los cortó transversalmente y se fueron constituyendo fracciones internas que comenzaron a realizar tareas “parapoliciales”. En este sentido, es obvio que al menos una fracción dela burguesía comenzó las acciones “irregulares” aproximadamente a partir de 1969 contra la fuerza social que movilizaba el movimiento popular.
La burguesía siempre mantiene, claro está, una política armada, pero los instrumentos que manipula en la implementación de su dominación –así como también en los enfrentamientos sociales que ésta provoca– expresan y revelan una trama social que ayuda a comprender las condiciones específicas en que intenta mantener esa dominación.”
La decisión unánime e irreversible que había tomado la gran burguesía financiera respecto de la ejecución de una política de aniquilamiento de lo que denominaba “la subversión”, no fue clara y totalmente comprendida por las diferentes fracciones sociales y políticas que configuraban el movimiento de masas, ni por sus cuadros intelectuales, políticos y gremiales. Estos en su gran mayoría no se sentían involucrados en la denominación de “delincuentes subversivos”.

La subversión
¿Qué era la subversión?
La subversión era la tendencia creciente de las diferentes fracciones sociales del movimiento de masas a mantener la continuidad de las luchas planteadas e iniciadas –de muy diferentes maneras– durante el período de las dictaduras militares (1966/73). La transacción y la derrota habían sido en el pasado la tendencia tradicional y reiterativa ante las ofensivas del enemigo (las diferentes fracciones capitalistas); hasta ese momento siempre se había impuesto un cambio encubierto de política a todo intento por mantener la lucha y la combatividad. Por primera vez, la continuidad de la lucha encontraba una territorialidad social que la sostenía y asumía como propia, rechazando las tendencias que conducían al desarme político del movimiento de masas. (JCM) (11)
La crisis de la ideología burguesa en la conciencia obrera era algo que ya se reflejaba en su permeabilidad hacia los combatientes armados de los movimientos revolucionarios; así como también su decisión creciente de otorgarles a los enfrentamientos una fuerza y orientación que superaba la establecida por sus conducciones corporativas y políticas del peronismo. Se trataba de un período en que “la clase obrera comenzó a ver la posibilidad de una estrategia político-militar que no estuviera subordinada –como siempre lo había estado– a los cuadros profesionales del Estado. Le era posible realizar en su acción una reflexión que la condujera a evaluar la capacidad armada del régimen, asediado y debilitado por fuerzas a las cuales ella podía acaudillar de acuerdo a sus intereses de clase y tal como ella los definía en sus acciones inmediatas” (12).
Las fuertes y aparentes diferencias sociales entre quienes compartían la combatividad de la lucha libertaria, se mostrarían, cada vez más, y a partir de la crisis política de la dictadura militar (1973), como diferencias instaladas en una imagen virtual de la realidad, reproducida obstinada y reiterativamente por la moral de una conciencia burguesa. La ruptura, la crisis y el descentramiento de esa conciencia burguesa tendrían un efecto en las mayorías ciudadanas: la revelación de su pertenencia a una humanidad homogeneizada en su identidad de expropiados.
El enemigo impuso una táctica política a partir de la cual amenazó y coaccionó a todos los sectores sociales y les impuso como eje de la alineación de todas las políticas que se expresaban legítimamente en el seno del régimen: Definir sus posiciones respecto de la subversión. El desenlace de ese período aún lo padecemos.

La conciliación buscada por la sociedad genocida
Lo que el genocidio finalmente aniquiló fueron las infinitas relaciones sociales solidarias que se habían tejido entre quienes habían combatido a las dictaduras militares y habían compartido durante todo el períodoanterior, de muy diversas maneras, sus luchas contra las sistemáticas violaciones a los derechos políticos de su ciudadanía.
En respuesta a esas luchas, el conjunto de la sociedad capitalista en la Argentina aniquiló a miles de personas para destruir las relaciones de clase que a lo largo de los últimos cien años, trabajosa, contradictoria y largamente, habían logrado instalarse entre la mayoría de los obreros en la Argentina. El terror que sembró y cultivó la política genocida en el conjunto de la sociedad, dirigida por la oligarquía de los más grandes capitalistas, también sirvió más tarde para facilitar la tregua que necesitaron los cuadros de las FF.AA. de la sociedad capitalista (13).
Para el espíritu del conjunto de la sociedad capitalista asumir la decisión del genocidio y corresponzabilizarse no fue fácil, ciertamente no por razones morales, sino, sobre todo, por la complejidad que implicaba su implementación, ejecución y encubrimiento. La Iglesia Católica ayudó y templó el ánimo de la sociedad capitalista argentina para enfrentar las tareas genocidas mediante el silencio y la sistemática indulgencia de la confesión criminal de las FF.AA. No puede haber duda acerca del papel de la Iglesia Católica: fue un fiel guardián de la moral genocida y aún hoy lo sigue siendo; como así lo muestra ante la mirada de todos los católicos y de su masa de creyentes cada vez que administra la misa a los genocidas reiterando el misterio de un gran genocidio.
Pero también, no debemos olvidar, que gracias al desarrollo de las formas culturales que asumieron las luchas sociales y políticas, a lo largo de este último siglo, en el mundo capitalista, se impuso una lógica y se forjó una moral de inhumanidad que ayudó a la oligarquía de los grandes capitalistas a encontrar las soluciones instrumentales necesarias para llevar a cabo su decisión genocida (14).
El exterminio de poblaciones comenzó a ser cada vez más la lógica natural de los modos de resolución y recuperación de las crisis económicas y sociales desencadenadas por la expansión creciente a escala mundial de las relaciones sociales capitalistas, resueltas (!?) –todas ellas– desde la perspectiva, hegemonía y dominio impuestos por el uso de la violencia de los sectores propietarios más concentrados y monopólicos del capitalismo.
A partir de 1983, ante la crisis y el derrumbe de la dictadura militar, como consecuencia de su derrota militar por una potencia extranjera, sus jefes transfirieron el manejo del Estado a un proceso de recomposición constitucional; a cambio, el conjunto de la sociedad política otorgó a las FF.AA. la tregua y el perdón que necesitaban para su recuperación, evitando así la amenaza de una descomposición catastrófica y definitiva de su institucionalidad.
Los procesos de índole y complejidad diversa que se constituyeron con el fin de crear una ignorancia consciente, una justificación, un perdón, un olvido, un indulto y, finalmente, una glorificación de los genocidas, y de todas las aberraciones y actos de inhumanidad que protagonizó la sociedad capitalista, es un campo cuyo reconocimiento y análisis en profundidad apenas comienza a revelar sus oscuridades. Recordemos las palabras de Carlos Saúl Menem, “Nosotros gracias a la presencia de las FF.AA., en este caso el ejército –lo cortés no quita lo valiente–, triunfamos en esta guerra sucia que puso al borde de la disolución a nuestra comunidad”.
Lo que la sociedad capitalista otorgó involucró legalmente a toda la ciudadanía.
¡Pero no todos los ciudadanos aceptaron que ése fuera el carácter de su identidad ciudadana!
En realidad, la conciliación actual que busca la sociedad genocida es la integración y disciplinamiento del conjunto de la sociedad y su conversión a una sociedad política y ciudadana que comprenda y normalice el genocidio y en la que cada cual pueda interpretarlo como quiera en tanto asumaformar parte e integrarse con el conjunto de los argentinos, sean o no genocidas en una normalización moral de la sociedad capitalista.
En definitiva, debemos reconocer un nuevo esfuerzo patriótico de la Iglesia y las FF.AA. que buscan, una vez más, ayudar a reconstruir una nueva y creciente ciudadanía para que circulemos con libertad entre todos nosotros como una moneda de dos caras: capitalista y genocida.
Lograr la coherencia entre lo uno y lo otro en esta territorialidad primermundana del capitalismo argentino se encargarán ellos mediante la fuerza de su fe y si no con la fe en su fuerza.
Recordemos que: ¡Si la sociedad capitalista fracasa en el mantenimiento de la infantilización de la población... ella se autoconvocará sin pudor y sin culpa al gesto y la determinación de una cruzada, espada genocida!
¡A ellos lo mismo les da!
¡Pero a nosotros NO!

Notas
(1) En la actualidad, la máxima jerarquía de la Iglesia católica habla de capitalismo “salvaje” como modo de asumir y hacer una critica social a las actuales sociedades. Pero, cabe preguntarse, ¿la Iglesia lo dice porque está convencida que existe un capitalismo que no es salvaje? ¡El pez por la boca muere! (JCM)
(2) Por supuesto, en la larga de historia en que las clases dominantes han manipulado y monopolizado el conocimiento, muchas han sido las formas y los procesos mediante los que se expropió a los cuerpos del poder de la reflexión y se ejerció y prolongó estos monopolios de las iglesias. (JCM)
(3) La sacralización que la Iglesia había realizado de la sociedad feudal a favor del orden y poder social de los señores feudales entra en crisis a medida que las fuerzas productivas ya no son contenidas en esos modos. La lucha social que ello desencadena se expresa como una crisis de dicha sacralización y el comienzo y reemplazo de un nuevo ordenamiento moral. Ver F. Engels, La guerra campesina en Alemania, hay varias ediciones, 1870.
(4) “Del mismo modo que el cura y el señor feudal han marchado siempre de la mano, el socialismo clerical marcha unido con el socialismo feudal. Nada más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El socialismo cristiano no es más que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia”, K. Marx y F. Engels, Manifiesto Comunista, 1890.
(5) Este escrito de K. Marx es parte de los Manuscritos económico filosóficos (1844).
(6) K. Marx, “Para resolver las dudas que me asaltaban, emprendí un primer trabajo, la revisión crítica de la filosofía del derecho de Hegel, trabajo cuya introducción apareció en los Deutsch französische Jahrbücher editados en París en 1844. Continuaba en Bruselas el estudio de esta ciencia, que había comenzado en París, pero que debí interrumpir a causa de una orden de expulsión dada por M. Guizot. El resultado general al cual llegué y que, una vez encontrado, me sirvió de hilo conductor de mis estudios, puede formularse brevemente de la siguiente manera”.
(7) “Con el modelo explicativo de Karl Marx, encontramos el ejemplo de un análisis que tiene como objeto a las interacciones como tales, y que regula en forma distinta los elementos de causalidad y de implicación según sus diferentes tipos. El punto de partida de la explicación marxista es causal: los que determinan las primeras formas del grupo social son losfactores de producción, considerados como interacción estrecha entre el trabajo humano y la naturaleza. Sin embargo, ya desde este punto de partida se manifiesta un elemento de implicación: el trabajo, en efecto, está asociado con valores elementales y un sistema de valores es un sistema implicativo. Además, también, el trabajo es una acción y la eficacia de las acciones realizadas en común determina un elemento normativo. De este modo, y desde el principio, el modelo marxista se sitúa en el terreno de la explicación operatoria, ya que la conducta del hombre en sociedad determina su representación y no a la inversa, y la implicación se desprende poco a poco de un sistema causal y previo al que en parte supera, pero no reemplaza”; Jean Piaget, La explicación en Sociología; Introducción a la epistemología genética, Editorial Paidos, 1975.
(8) “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales...”, K. Marx y F. Engels, El Manifiesto Comunista, 1890.
(9) “¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas...”, K. Marx y F. Engels, obra citada, 1890.
(10) Juan Carlos Marín; Los hechos armados, Argentina 1973-1976, La acumulación primitiva del genocidio. Ediciones PICASO/La Rosa Blindada, 1996. Hay otras ediciones, la primera de Argentina fue del Centro de Investigaciones en Ciencias sociales (CICSO), mimeografiada en Buenos Aires, 1978.
(11) Los hechos armados; JCM, obra citada.
(12) En síntesis, ante la amenaza cierta de un proceso en marcha que evidenciaba una crisis de la conciencia moral de la ciudadanía de los obreros, se desencadenó una crisis de su anterior individualidad política, acelerándose de ese modo una crisis del doble carácter social y político del ejercicio de su ciudadanía, y, en consecuencia, una amenaza de crisis para el orden social dominante. (JCM)
(13) No creemos que el genocidio haya sido “una tarea de unos pocos en detrimento de una mayoría”; presumiblemente fue todo lo contrario, ¡una formidable e inmensa empresa de muchos en detrimento de unos pocos! (JCM)
(14) Las aniquiló mediante la destrucción de miles cuerpos de desaparecidos y la construcción de ese nuevo objeto epistémico que fue el desaparecimiento.
(15) “Ahora goza (la Argentina), añadió, de un gobierno de orden que tiene principios, una autoridad, que pone un poco de orden en los asuntos del país, que impide a los bandidos matar a otras personas y así la economía se recupera. Los obreros tienen trabajo y se pueden regresare a sus hogares sabiendo que no van a ser aporreados por quienes quieren que hagan huelga cuando ellos no desean hacerla.” Palabras de Marcel Lefebvre, publicadas por el periódico La Nación, Buenos Aires, 1º de septiembre de 1976. Posiblemente no todos se recuerden quién fue M. Lefebvre; por supuesto que el conjunto de los genocidas directos sí lo recordarán a este cura fascista, fundamentalista y cismático que apoyó de manera emblemática y directa las acciones genocidas del período 1969/1983. (JCM)

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema

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