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Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo

VICENTE ZITO LEMA

Contraolvidos: �Los cantos de Mater�

Contraolvidos
Han pasado 25 años. Qué de nosotros. Qué de aquellos grandes sueños...
Ya nadie podrá refugiarse en la inocencia. El aliento de la muerte se nos pegó en la nuca.
Todos conocimos el rostro de los asesinos.
Bien sabemos quiénes les pusieron las armas en las manos y para qué.
Aún suenan en nuestros oídos las bendiciones religiosas, las justificaciones judiciales y los silencios políticos acallando los alaridos del horror.
Si los asesinos se cobijaron en sus cuarteles, sus cómplices –de vestiduras civiles, cotidianas– gozan de la buena lumbre del hogar. (Ellos todavía duermen entre nosotros.)
Han pasado 25 años. Miedo, desesperanza, sálvese quien pueda y corrupción son algunos de los caballos del Poder que hoy galopan desatados donde ayer florecieron deseos de hermosura, solidaridad y justicia.
Ciega y muda, temerosa y sin proyectos, sin fuerzas para abrir las puertas del mañana, buena parte de la sociedad civil (y a la cabeza una dirigencia política perversa, y desde la solemnidad del privilegio las vacas sagradas del periodismo, el arte y la intelectualidad), se amparan en la renegación de la realidad, exaltan los fetichismos de la democracia (en la democracia como poder de los trabajadores, en eso sí que no creen) y con mala conciencia convalidan –conscientes o no, ya da lo mismo– un sistema económico y cultural de representaciones sociales que condena a la animalidad de la exclusión y a la peor pobreza.
Sin mirar al que cae, pisoteando al que cae, a horcajadas del discurso usurero de lo posible dan la espalda a los desafíos de la vida, a la urgencia de los que más sufren, y con más grosería que malicia buscan reflejarse en los espejos del Poder.
Para ello, y en un desvarío que no los redime, arriman una gruesa soga a su cuello y ruegan de rodillas por el gran milagro: que el verdugo ante tamaño servilismo se apiade de sus víctimas y no aplique el tirón final.
Han pasado 25 años. Qué será de la vida de nuestros muertos. Quién escuchará la voz del deseo que era de ellos...
¿Otra vez en la inmensidad del silencio que oscurece nuestros días, serás tú, Mater?
¿A solas, tú, Mater?
¿O ahora, otra vez como antes, al fin y para siempre, muchos?

Vicente Zito Lema
Buenos Aires, marzo de 2001

Canto I
Anunciación en la noche enemiga
¿...He de ser yo, la maldecida apenas separadas la luz de
las tinieblas y alguien tuvo el poder de maldecir;
yo, en igual humillación la más humillada y la que cerrará
los postigos cuando el último perseguido deje de serlo
en la noche del corazón;
yo, que mal he leído los libros de los vivos y mal escucho
el silencio en los labios de los muertos;
yo, que apenas balbuceo y deambulo por entre tierras áridas
y sombrías lejos de armonía y gracia;
yo, que visto luto por amar y lavo mis heridas con sales
gruesas y siento que crepita mi cabeza como un leño
en aguas frías de cristal;
yo, de enojo tardío y perdón difícil a quien los años no han
mejorado su carácter ni raído la memoria –aún veo esa cinta
de raso azul dejada sobre una rama florida en el patio de
mi infancia, aún siento a esa calandria que se acercó con
una ráfaga iluminada hacia mis manos–;
yo, la avara entre las peores –avara en la alegría–, que
aprendió a estar sin risa y no escucharán cantar ahora,
llena de miedo tantas veces y otras sin fuerzas para
alejar las pesadillas de acorralada que rondan mi reposo
como las voraces zarzas mi jardín pequeño, donde nace la
luna por el este y el alba es puntual;
yo, con el alma de filo en vilo, reptando sobre las alturas
y abajo un lecho de violencia que se alza, un remolino
turbio que turba, pone al rojo vivo la carne, hace crecer
en desvarío de trópico las fiebres y las flores más malignas
(que el dolor no es imagen de serenas lluvias ni trae
paciencia bajo el brazo);
yo, que nunca tuve buena voz ni elocuencia clara ni el
tiempo para acompañar con mi conciencia el mundo, y no
supe de mover otra piedra que la doméstica piedra negra
que tapiaba la entrada de mi casa, lo que no fue un festín,
y no quedaban deseos de nombrar estrellas en los cielos
profundos y diáfanos del verano;
yo, la de huesos de fatiga y tan perdida en la tormenta
de aullidos que no cesan, tendré que arreglármelas como
pueda y sea,
ahora que mi tierra se muere con sus muertos,
muertos severos y asombrados todavía que no convertirán
sus huesos en semillas,
y gritar porque el silencio me duele,
y andar y andar porque la quietud me daña,
y explicar lo que ha pasado aún con labios infantiles,
y defender la poca vida, nunca tan poca, cuando todo lo
brotado se derrumba bajo el invierno, rápido,
y ya no están los héroes ni aparecen los dioses ni en
bandadas sus ángeles,
porque ya he desfallecido de gemir mucho,
porque mis ojos se consumen de tristezas,
porque envejezco de encontrar tantos enemigos,
y al mirar al país sólo veo desgracias,
y la luz que desaparece entre las sombras,
y a mis hijos que siguen allí detrás
de lo más profundo y oscuro de esa sombra...?

Canto II
El cansancio y una canción de cuna
...Estoy cansada, pesa mi cuerpo más que una red
colmada de espeso mar, una red que se hunde en
esas fosas sin sol ni misericordia;
y están hinchados mis pies y húmedas y brillantes
las palmas de mis manos,
quizás hasta mohosas –dije que escarbaría con
mis manos la tierra–, y tengo la lengua seca,
como un vidrio,
¿cuántos años llevo de aquí para allá, sólo sabiendo
que debe ser así y alentándome con la sombra de mis
propios pasos?
¿no soy la boca de demencias que dice lo oculto y
nadie escucha cuando sopla el viento?
¿la que interroga frente a ese tosco desierto de
piedra donde se alza en marejada que aturde el viento?
¿quién ha visto al viento que habla y ciega?
¿quién puede pedirle que se calle, apenas lo que dura
un soplo en llevarse una luz de vela, para que pueda
oírse una respuesta humana?
no, nada más que el muro que parte en dos el cielo y
esos perros sueltos en la noche que nos desnuda con
sus dedos helados,
¿cuántas puertas de la ciudad he golpeado para verlas
cerrar con llaves y de prisa?
¿cuántas escaleras he subido que terminaban en el espejo
de otras escaleras o en una roca de punta y de boca
el precipicio?

sí que estoy cansada, lo que se ve como una bolsa
sin formas es mi cuerpo,
de quien se dice molida a palos como el ganado
en el camino del matadero, esa soy yo, sucia y
torpe,
pero aunque sea horrible mi vestidura y grueso el
cansancio que se hace sopor, ya nadie me arrea ni
cosa alguna inmoviliza los labios,
mis ojos resisten cegarse ante los que arrastran
la maldad con la cuerda de sus engaños,
mis oídos no soportan otras músicas marciales ni
leyes de ceniza, y mi estómago está harto de amenazas,
voy a vomitar como un veneno la mentira y
el miedo, voy a expulsarlos de mis entrañas,
y mi viejo cuerpo estará más sano y mis piernas
débiles mejor se afirmarán en el suelo,
¡que me pase lo que sea!
¡agarro y muerdo mi carne con los dientes
y mi raíz se alarga hacia las aguas!

muy pronto subirán las Tres Marías desde el
río, me sentaré para esperarlas en el banco de
esta plaza sin amantes ni niños,
esta plaza peor que desdichada: ni una lagartija
todavía salvaje, ni una mariposa sedosa y
transparente que altere este orden de
quietud terrible,
¿no fue aquí donde se encendieron sin pausa
contra el insondable misterio y la tristeza
las antorchas de la fiesta?
¿no fue aquí mismo ayer que la primavera nos mostró
todas las hojas engalanadas? ¿por qué se teje con
hilos tan frágiles la felicidad? ¿cómo puede galopar
tan aprisa y clavar hondo como clava sus dientes
la desgracia?
siento que todas las tormentas de este largo viaje
están ahora en mis piernas –¡vaya tablones carcomidos
los de mi barcaza!–
(pero no te ensañes, no te apures en hundirme, mar)
me sacaré los zapatos pero sin descuidarme,
yo vigilándolos,
yo acosándolos (la que no es nada ni tiene retaguardia),
yo persiguiéndolos aún en mi descanso, en duermevela y
en mi vigilia sin paradas cuando recobro
la agilidad de una pantera
que desde el follaje
salta a la garganta;
debo descansar y no soñar,
pero mi cuerpo ya está pasado de dolor,
mis ojos han visto todo pero no los que buscaban,
mi boca demasiado lastimada no podrá cerrarse,
no hay en mi alma espacio para las serenas músicas,
quizás sólo pueda ahora, hambrienta y a escondidas,
comerme una manzana –¿cuánto hace que llevo esta
roja y delicada manzana?, ¿cómo es que no se machucó
su piel?, ¿por qué su aroma de paraíso no se ha
borrado?–;
voy a refugiar mi fatiga en tu recuerdo, hijo,
en vos cuando aún no caminabas y te movías en la
cuna con infinita gracia,
te movías como una hojita que no sabe del otoño,
sonriendo como si la vida fuera una perpetua llama,
y me tendías tus brazos para que te levantara
y hacías del aire un remolino mágico,
y yo te nombraba el nombre de las cosas,
yo te construía tu primer ventana:
ésta es la flor que mueve la montaña
ésta es la espuma para que hable el agua,
y ésta es la crisálida que a la belleza ala,
y ésta es la calandria y su blanco nido de paja,
y éste es el pan y ésta la manteca y los granos
de azúcar y de sal para una isla de viento
en la mesa,
y éste es el libro donde duerme el poema,
y ésta es la antigua campana de las dichas,
y más lejos queda la mirada del tigre
que vive y mata en la selva,
pero tú, mi niño, no temas...
y después te cantaba, muy despacio, buscando el sueño,
mientras el agua fresca de la noche perfumaba aquella
pieza que era el universo,
ay niño mío de tierra,
ojos del alma que velas,
mira,
crecido fuego una estrella,
es la dicha,
¡ve por ella!
si duermes tendrás pronto el sueño/sueña,
camino de ángel la estrella,
la estrella cuida la vida,
la vida es el alba entera,
¡ve por ella!
ay niño mío de cielo
ojos del alma que velas,
duerme / sueña
¡ve por ella!

Canto III
Oración
Señor, qué largo tiempo que no vengo con calma
de espíritu hacia vos,
he dejado de entrar en tu casa del verbo y
oraciones donde hoy no se recibe la lágrima
amarga ni la pasión del que mucho desespera,
sabes que dolerse con dolor de otro nunca es
fácil y menos cuando el crepúsculo se extiende
como garra sin joyas,
has visto que las bocas tardan en abrirse
más que en cerrarse la luna sobre el fondo
de un lago,
aunque ya nos toque la espalda el aliento espeso
del crimen,
por eso he de buscarte aquí en la plaza,
mediando una claridad que pronto sucumbe,
lejos todavía de puerto o de cualquier fugaz arribo,
sin distinguir de qué mano llegará el otro día,
por cuál sendero de guijarros se arrimará el silencio,
de qué garganta con tules será la mentira,
y mientras el hacha bien afilada silba sin pausas
sobre mi cabeza,
te hablo aquí donde soy testigo y a boca llena
testimonio,
te anhelo como quien anhela una constelación amiga
en la planicie sin fin,
y sondeo, antes de que el hielo ahogue las últimas
rosas del estanque,
en necesidad de vos mi conciencia

ya ves, estoy recordando tu palabra
igual que en las mañanas de capilla,
y absolviendo por quien quizás no sea más
que una melodía extenuada,
el tintineo de un astro errante que se apaga
al pie de las viejas brumas;
...¿el que le dio consuelo al asesino de un
amoroso cuerpo,
el que se calzó la venda morada de los justos
para no mirar a los que repetían piedra sobre
piedra tu camino de temblor,
y calló mientras los arrastraban y se consumían,
y te tomó, Señor, con labios sombríos,
sin fineza,
te tomó o no vanamente en vano?
pero ella que limpiaba las palabras con temprana
pasión, nunca te llamó con usura,
ella no llevaba la máscara del ruin sobre
su lengua;

¡qué altas de júbilo serán Señor las campanas
del domingo! la vuelta del trabajo, pesada igual
que ayer la jornada, ligero el espinel,
pero se levantará la mirada y allí estarán los
cielos sorprendentes de prístinos y calmos, y no
las furtivas pisadas,
y el aroma de la miel y las magnolias serán un
único éxtasis,
y una misma de todos la música del ruiseñor y
de la flauta, ¡entero el rosa mundo ante las
manos!
y mi hija que se nacía a sí humanamente viva,
ella que avanzaba nueva mujer con el paso seguro y
ligero de una danzarina de auroras,
jamás dejó de santificar con gozo puro
la eterna fiesta de la creación;

¿Señor, quieres también saber si a su padre y a
mí su madre ella nos honraba?
la idea que rastreó con fijeza y le costaba,
esa correntada que superó con paciencia y no nadaba,
las noches que no durmió buscando
en la muchedumbre agónica del desamparo su
gran sueño,
el manzano rojo y el lapacho negro que plantó
para la floresta de su gran sueño,
cada mano que estrechó, cada mano que rechazó en la
agobiante travesía de su gran sueño,
cada pálpito feroz de su corazón ante el golpe feroz
que soportó por su gran sueño,
cada pedazo de su cuerpo que vio sangrar con
los ojos abiertos
por no renunciar a su gran sueño,
son su honra que nos honró y es la brisa que me acaricia y
me mantiene erguida,
¡como a una niña ciega mi niña de luz me va guiando!

Señor, pongo salvaje mis manos en el fuego: el placer
de la muerte nunca echó raíces en su espíritu,
no sentó en su mesa a la mentira,
ni quitó lo justo de alguien para sí,
en su cuerpo el amor tuvo siempre una sábana limpia,
y no deseó ni conoció otra pasión que la de vivir
para los otros;

Señor, ella no era más que una muchacha
que escribía por los muros su himno en desafío,
como quien escribe: se hará terrena la celeste alegría,
quedará sin malas hierbas de una punta a la otra
el gran baldío,
o mejor, como quien siente que la vida es una sed
tremenda, un ardor que no cesa,
unos brazos agitados en el final de un andén,
un murmullo y un suspiro que quiebran la pacífica tarde,
una arena que se queda eternamente en los dedos;

Señor, la habrás visto como yo en mi vigilia de
párpados fijos,
cuando en aquel abismo tapiado y negado ella
se subía a la ventana,
y a pesar de sus cicatrices y de la penumbra tocaba
en un frágil rayo de sol todo el inmenso día,
y tocaba la muerte que podría arrimarse pronto,
y sus propios pasos que enteros no daría,
y ese mar de rocas dormidas que la esperaba;

Señor, yo la imagino donde fuera su morada
perdida,
acomodando su poca ropa, recordando en voz alta una
canción de amor,
avivando la llama de otros con su tenue sonrisa,
Señor, tú conoces la historia de cómo se la llevaron,
una casa violentada en la mitad de la noche,
la destrucción como un gallo enloquecido que embiste
con su pico contra las paredes,
la desesperación de una familia que no basta,
mis brazos en alto y la mirada de mi hija que se
quedó en mí,
(¿has visto a un pájaro cuando suspende su vuelo
en el aire?),
y yo podría ahora reconstruir su suerte semejante
a tantas,
un cuerpo maniatado, herido, arrojado, escondido,
un cuerpo que se martiriza sin piedad y se viola
sin belleza (mientras la belleza duerme en silencio,
piadosamente),
y una animalidad espesa de años, mal contenida, peor
maquillada que muestra sus fauces,
y mi hija con la cabeza inclinada, su cabeza de
lucero, su cabeza de niña,
esperando con temblor las pisadas hambrientas que
se acercarán,
para saquearla de nuevo o para el tiro de gracia,
Señor, para esas madrugadas ya no quedan voces ni
llorar puedo,
no tengo en mí más que la fuerza para encontrar su cuerpo,
su cuerpo es la verdad de estos años, Señor,
su rostro sin frío o su máscara de muerte es la
única verdad de estos años, Señor,
la verdad de quien escribía por los muros
su grito de desafío,
su grito por lo que nunca gritarán,
su grito en el país de labios enfermos, un país
que se dejó llevar a sus vivos y no
enterró a sus muertos;

Señor, la joven viajera conoció tu bóveda más oscura,
ya no se resigna ni se resignará,
¿cómo piden de mí el olvido?,
¿el olvido y perder así su grito que no se ahoga y
su amor que nos abraza y su sueño que nos mantiene?
¿el olvido y quitarle la vida a la propia vida?
quien olvida hiela su sombra, traiciona sus latidos,
siembra nuevas cizañas, escupe contra el viento bien
se sabe,
una gran memoria, una ardiente memoria, Señor, que
nos sostenga,
y mi hija, donde sea su espacio de penumbras, como una
gota de luz libre aún destella.
Canto IV
Blasfemia
Vos lúgubre que desataste los caballos de la muerte
y te subiste a ellos con la máscara más ruin y el
deseo más oscuro y negado pero igual procaz
te prendiste a ellos galopaste en las praderas
sin bordes lunático y cruel sin fatigar la conciencia
como si la muerte fuera tu líquido que se enturbia
rápido el aire que contigo se envilece el fuego que
te precede y continúa y la tierra que te abrazará
aunque sólo sea para deshacerte

¿cuál de nosotras quién ciega o humillada en perversa
madrugada fue la que te dio cabida en su cuerpo?
¿cómo un cuerpo de mujer pudo parir la muerte y no
morir con ella?
¿o no hubo antes un cuerpo? ¿o acaso vos no naciste
de mujer sino de pura muerte?
cierra los oídos cierra los ojos cierra la boca y los
postigos de tu corazón mientras la ciudad se guarece
tras un miedo nefasto y grueso mientras la ciudad se
encoge se baja se seca se disminuye se ensucia se
degrada se convierte en un enorme basural que hiere
la atmósfera que apesta los sentidos y crece bola
siniestra sin pudor crece a tu imagen maligna padre
de miserias y catástrofes crece con los vómitos y
los jugos y las defecaciones hasta confundirse con
restos de humanidad muerta con señales de humanidad
destrozada en una masa lujuriosa y voraz que bulle
en una pústula que brota amarilla y estalla de frente a
unos astros fríos a unos ángeles como nunca mustios y
lejanos

tus oídos están para el quejido que inicia el rezo
que sigue el aullido que aumenta y rompe las ataduras
retumba contra las piedras desborda las esclusas mueve
de un lado a otro las arenas y vuelve al cuerpo que
padece y vuelve a saltar tremendo porque tanto dolor
el cuerpo no lo contiene y levanta los pisos y perfora
los vidrios agrieta las paredes sacude los cimientos
hunde los techos se cuela por las alcantarillas se
desliza por los desagües y se transforma en el gruñido
horroroso del animal al que se desangra y cae el que se
mutila y aún se arrastra al que se descuartiza y se sirve
caliente en la mesa de todos los días y de las mejores
excusas y de las peores mentiras y de las cuidadas
tranquilidades
y no me escucharás a mí.

tus ojos son para ese alguien que atado a una cadena
todavía respira y por entre el humo de una respiración
violenta persiste en observarlo todo en no renunciar a nada
rasga las nubes de un temible sueño descubre los escondrijos
de los cielos como si allí estuvieran las respuestas de
su realidad sin respuestas
pero vos lo mirás y lo golpeás lo mirás y lo lastimás fácil
lo hacés caer y lo mirás lo pisoteás y lo mirás
lo insultás lo escupís le quitas el agua le quitás el aire
para que no se reconozca ni tenga nombre ni sea nombrado
y lo mirás y él te mira y lo mirás y te mirás
y no me verás a mí

tu boca cuándo se pudrió tu boca en qué momento se
hinchó negra se llenó de gusanos se hizo rapiñosa y
amarga sin músicas se hizo bárbara y canalla sin poesía
una boca para comer mierdas para beber meos para gozar
tormentos para inventar suplicios para levantar hogueras
una boca de turro, una boca de chivato, una boca de
fisgón, una boca de cafishio, una boca de cáncer, una
boca de culo, una boca que condenó, calumnió, pervirtió,
una boca que alejó la dicha y acercó la muerte,
una boca para ser silencio,
y no me llamarás a mí

tu corazón sellado a cal y canto nunca dejará asomar
una pizca de amor o de piedad
y aunque mi voz se pierda en semejante abismo
y sean mis fuerzas menores que mi causa
no te dejará de señalar y maldecir desde el propio
nacimiento del odio y de la cólera
y no me espantarás con los caballos que desataste
caballos del crimen de la ruina y de la peste más gorda
y del pavor que no ahoga
y de la traición mal cubierta

yo mujer de pasión por alimento y tan ofendida
la del cuerpo abierto y abusado que a palos comprendió
y en lo peor de las tinieblas
se puso a andar cuando nadie se movía y la parca
reinaba en el aire y en las almas
ya no me pondré vendas ni sepultaré mi rencor ni
puliré la lengua
yo a plena cara bien metida en la corriente
pongo al asesino frente al espejo
de todo lo que ha tocado y muerto
y espero su pasión y su castigo y su desgracia
que será más terrible por definitiva
que el luto que hoy cargo sobre mi corazón
voy a arrojar por la borda los pudores y piedades
quien esperaba cubrirme con raída belleza o raída
sumisión está perdido
¡vean a una mujer sin tapujos desnuda y herida
bien abierta en sus huesos y en sus carnes!

vos que con tus sombrías alas del terror volaste
por encima del sol
y te arrogaste eterno más allá de las plegarias
y de la razón y del misterio
y rompiste los cántaros y profanaste los féretros
y robaste el júbilo
y la locura y el suicidio fueron un consuelo

vos que te dabas los gustos del discurso, ¡bocaza!
jeta fruncida que pervertiste desde la raíz el verbo
coro mórbido de lo más oscuro del planeta de la superstición
más brutal de su selva más hambrienta
hediendo gran apestoso así de fétido como los cadáveres
que escondés bajo tu cama, hínchate en tu oculta
contranatura
ahógate con tus gases sóbate en tu carne de cloaca ninguna
caricia aliviará tus llagas ningún paño amante socorrerá
tu fiebre sabrás en tu cuerpo monstruo torturador
que la tortura no paga

vos que de cualquier pureza de la menor alegría fuiste
violador grosero copulador de establos insatisfecho siempre
babosa impotente más que estéril con una mujer a
solas mirándole los ojos y perro masturbador gozoso impío
y rabioso frente a mi niña que sufría atada y desnuda
delicada azucena que era temblando en su temblor de edad
primera guardándose como sea en su pudor que pese a vos
sobrevivió en su canto de dulzura y de la alta estrella en
ese sueño que vos nunca conociste profanador raquítico del
sueño ajeno acechando husmeando nocturno y reprimido tu
obscena risa tu llanto bestial y último será tu último
ultraje a la inocencia

¡qué caiga sobre vos el estigma de la palabra!
conviértete en la tierra más seca en la ceniza
más sucia y solitaria
cierro mi útero con sangre destrozo mi útero con piedras
y yo mujer yo madre te ahogo dentro de mí
¡que se pudra tu semilla!

Canto V
Vals de una rosa
¿Qué ha sido mi vida en estos años?
¿qué ha sido nuestra vida en el tiempo de la muerte?
cada uno tendrá que desnudarse y rendir cuentas
porque nada de buena eternidad puede levantarse
sobre tierra podrida
y deberá ser puro de roca el espejo y fértil de sinceridad
la lengua
y todos veremos nuestro rostro culpable pero no todas las
culpas son iguales...
el que huyó por no soportar los vientos del terror
el que tapíó su casa para no escuchar más sollozos
el que se creyó seguro porque a él no lo tocaban
y hasta ocupó la silla vacía del que se llevaron
él no tiene en su frente el estigma de la sangre
y aunque el silencio de los buenos haya dañado tanto
como la cuchilla del asesino
será el asesino quien habrá de pagar primero
y lo repito: no me pidan piedad ni que regale el perdón
ni que conduzca la paz hasta el umbral de mi enemigo
yo no soy la dueña de la vida de mis hijos
yo no soy la dueña de la aventura y el martirio de mis hijos
sólo ellos podrán tener piedad y perdonar
de ellos es la paz porque de ellos fue la fortaleza.

ha sido por nuestra debilidad que esta tierra se pudrió
y esta agua se alzaron y nuestras alegrías se corrompieron
ha sido por nuestra debilidad que tocamos fondo en el horror
y el horror bailó sobre los corazones
ha sido por debilidad que la memoria es hoy real peligro
pero a pesar del peligro ya no se desvanece ni declina
como declina mansamente la luz en esta plaza.

aún no los he encontrado hijos
pero buscándolos vuestra madre se ha encontrado
mis hijos me han madurado mis hijos me han enseñado
mis hijos me han hecho una mujer

no se dejen vencer el calor de mi cuerpo ya los envuelve
resistan la pesada eternidad del frío
rechacen esa quietud que los invita
hagan retroceder de sus bocas amadas el silencio
yo los espero
yo no los voy a dejar de esperar
porque están vivos en mi espera
porque para creerlos muertos tendrían que mostrarme
sus cadáveres
cadáveres que yo besaría y enterraría junto a una flor pero
no junto a sus sueños
y yo los llevaría enteros otra vez en mí
hasta que pague lo suyo el asesino
hasta que no vuelva a nacer otro asesino

¡de esta devastación casi infinita
la nueva vida tiene que surgir!


no siempre serán estos días
una obligada tristeza
y perfumará
perfumarás vida como la sabia rosa
más allá de nuestra precariedad
y alumbrará
alumbrarás vida como rosa de armonía
en infinita provincia de luz / que protege / y calma
hasta que la tormenta cebada
cribada y negrase pierda de prisa tras la primera luna
sin pena ni tampoco gloria

vida sí que aún entre agonías
te prolongas
nos invades
¡crece!
no te detengas vida
y todo corazón que envejece
y todo corazón cargado de duelos y fatigas
se abrirá a ti
les guste o se resistan los perros
de su pena y los del odio
crece vida continúa rosa
crece árbol del rosal entero crece
aunque ya no sea mi mano
la que te arrime el agua

y podrán los cuerpos y sus nombres ser apenas
un destello o un humo
y podrán las ilusiones estrellarse contra el piso
y en la boca secarse las palabras
y convertirse en veneno la soledad
pero tú vida seguirás con loca dulzura
llamando a nuestra puerta
seguirás obstinada y obstinada en esta plaza
o en aquel jardín
quitando las piedras y malezas
para la nueva y siempre
la erguida / breve / humilde y alta
la tan fragante
tenue muy tenue
eterna rosa.

(escrito durante mi exilio en Amsterdam. Completado y revisado a mi retorno, en Buenos Aires)

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema

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