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Jueves 3 de Enero de 2001

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convivir con virus

MARTA DILLON

No puedo evitarlo, todo lo que sucede durante esos atroces días de fiesta se me ocurre simbólico. Aunque en ese terreno incierto entre el 31 y el 1º nunca sé si interpretar los hechos como símbolos de lo que pasó o de lo que va a venir. Por supuesto el dilema se resuelve según mi más secreta conveniencia. Por ejemplo, cuando el 24 de diciembre uno de los dos globos de papel que habíamos lanzado al infinito, con todos los deseos que pudimos anotar en esa superficie, se quemó antes de levantar vuelo lo único que pude pensar fue que esos deseos se cumplirían más rápido que aquellos que sí habían remontado al cielo y esquivaban con éxito las cañitas voladoras. Claro que ni mis amigos ni yo supimos nunca cuáles serían esos pedidos urgentes que ardieron sin poder esperar. En Año Nuevo todo empeora. Quiero decir, Navidad tiene esa carga melodramática y la tensión familiar como marca registrada, para esa fecha se hacen las fiestas solidarias, es una preocupación que nadie esté solo, que no se note la ausencia de familia. En Año Nuevo, en cambio, pasa de todo, es para festejar –¿lo que se va o lo que viene?–, es con los amigos y es una convención de la que participamos todos, por fuera de la religión. Eso sí, en mi culto privado todo pesa. Ese llamado que recibí y que deseaba ¿debo ponerlo en la cuenta del 2000 o del 2001? Que se me haya roto el auto a las diez de la noche, dejándonos varadas a mi hija y a mí a 40 kilómetros de donde nos esperaban para festejar, ¿de qué lado del calendario lo pongo?, ¿y haber conseguido un remís a esa hora? ¿Y dudar de donde lo íbamos a pasar hasta el atardecer del último día? ¿Y estas dudas inútiles? ¿Y haberme olvidado de tomar las pastillas tanto el 31 a la noche como el 1º a la mañana? Todo el tiempo tuve la sensación de estar a la deriva, después de seis años de hacer fiesta en mi casa para esa fecha, esta vez cerré la puerta con candado y me dejé conducir. No tuve que manejar, no tenía intenciones preestablecidas para la noche, no organicé la comida, no tenía más lugar donde ir que al encuentro con la gente que quiero. Y la fiesta fue en la calle, a cielo abierto, bailamos hasta que nos dolieron los pies y el sol se nos metió en los ojos. Con la luz llegó otra vez la incertidumbre, por un momento dudé, otra vez, qué quería decir eso de no estar en ningún lugar y no saber cómo volver a casa. Pero no puedo dudar de mi buena suerte; tres caballeros me acompañaron en el tren para disimular un poco el vestidito blanco que de día no se veía igual que de noche. Tengo la certeza de que estuve a la deriva y como símbolo no me parece mal. Por una vez no sé lo que me espera, todo está por ser escrito y caminado y vivido, en cambio sé otras cosas, sé que tengo redes donde caer y que vaya a donde vaya siempre puedo volver. Todo eso ¿puedo anotarlo para el 2001 o es sólo una estúpida moraleja más de lo que ya pasó?

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