Emisor,
una rareza electrónica del conurbano bonaerense
Bochini
y la invención de la música biónica
Desde
su búnker de Adrogué, el ex baterista de grupos fallidos
como El Corte, Mimilocos y Resonantes ha concebido un disco de características
bien particulares. Música cibernética y biológica
con sello unipersonal, pensada para ambientar una posible resurrección
del viejo y querido Mazinger. Así de extraño.
POR
SANTIAGO RIAL UNGARO
+Como
si se tratara de un Eternauta cyberpunk, Leo Ramella cerebro y cuerpo
que da alma y vida a Emisor atravesó intacto las últimas
dos décadas de la escena rock & pop nacional, y ha logrado
desarrollar una propuesta musical auténticamente personal. Luego
de protagonizar múltiples anécdotas tóxicas y varios
discos en proyectos diversos (como integrante de El Corte, Mimilocos y
Los Resonantes) Tramo, primer disco firmado bajo el rótulo Emisor,
lo confirma como un creador obsesivo, ambicioso e intrincado, trazando
serpenteantes caminos musicales que conducen... hacia lo desconocido.
Inclasificable y radical, bien puede merecer un lugar entre los discos
más destacados editados durante el pasado año y contrasta,
con sus formas lujuriosas e impredecibles, con la mayoría de la
música electrónica editada en ese período. Si los
Djs y la escena dance en general (Dr. Trincado sería la excepción)
hacen su música pensando exclusivamente en la pista, y los trabajos
editados por el sello Frágil mantienen cierta intención
de generar un ambiente chill out, la música de Emisor exigiría
un cambio de diseño hacia una nueva arquitectura. La discoteca
como una jungla cibernética o un laboratorio devastado por sus
propios experimentos. Inspirado en las ideas del pensador francés
Gilles Deleuze, el Emisor Ramella hace música biónica. La
otra vez un amigo mío, cuando escuchaba el disco, comparaba el
ritmo de uno de los temas con el andar de Mazinger Z, dice Ramella.
Y es que si bien Emisor puede ser disperso e hipercomplejo, cuando confluye
en un ritmo avanza de forma pesada e imparable: un sonido maquinal de
tractor o topadora, pero a la vez sumamente orgánico. No
sé que otra banda puede sonar con una onda Mazinger, reflexiona
sumergido en el humo que inunda su estudio.
Un rato después acepta volver hacia atrás, cuando era un
baterista con onda en los ahora lejanos años 80.
Hijo de un ingeniero metalúrgico (siempre me causó
horror y fascinación el sonido de las chapas y los metales de la
fábrica de mi viejo), el pequeño Leo le tenía
que pedir por favor a su madre que sacara los discos de Roberto
Carlos, porque me hacían llorar desconsoladamente. No estaba preparado
para oír eso. Inevitable fue que la hipersensibilidad se
convirtiera en un arma de doble filo y pronto contrajera el virus de la
música. Que a su vez lo iniciaría en otros virus iniciáticos.
Luego de una breve experiencia a principios de aquella década,
instalado como baterista en una banda en la que hacíamos
dub sin saber que esa música existía, Ramella se incorporó
a Capulco Gold, un grupo de rock-steady y ska integrado por los hermanos
Morales (luego en El Lado Salvaje) de la zona sur. El introvertido y delgado
joven, por entonces ya fan del tecno-pop (Gary Numan, Y.M.O. y Brian Eno
eran su santísima trinidad) se convirtió en un baterista
minimalista que no tenía un concepto progresivo de la batería
sino que más bien me dedicaba a armar patterns (diseños)
mecánicos. Los hermanos Morales eran mis amigos, y con ellos aprendí
a fumar (de hecho el nombre es una variedad de marihuana). Por entonces
conocí en un bar de Quilmes a Flavio (Etcheto, ahora Flavius),
que por entonces todavía tocaba el saxo. Y le pasé los discos
que yo escuchaba en ese entonces, que él no conocía.
Recomendado por la misteriosamente desaparecida Mónica Vidal como
un baterista con onda, Leo entró a El Corte, donde
compartió una experiencia con Calamaro, Javier. Con El Corte
hicimos dos discos que para mí son buenos. Hay canciones que son
geniales y, para mí, Hernán Reyna es un artista. Aunque
luego de la edición de El camino contrario (1987, su segundo disco),
la banda sufrió un corte interno: luego del dark preciosista de
este álbum, el menor de los Calamaro se despachó con Los
Guarros. A Javier la belleza le dio pudor. A veces la belleza da
miedo. De golpe y porrazo a la gente le ocurre algo que no sé que
es. Suena muy antipático decir eso, pero para mí Javier
no se bancó esa situación y prefirió esa realidad
económica, material y mediática que describían LosGuarros.
La ruptura, planteada por Ramella a Federico Oldenburg y a Reyna en Pinamar
en un lúcido estado lisérgico, era inevitable: Con
Javier con Los Guarros en la cabeza yo no podía aguantar un segundo
más. La situación era insostenible: hasta llegó a
hacernos ensayar temas del primer disco de Los Guarros. Más
coherente en su itinerario artístico, Ramella terminó incorporándose
a Mimilocos, trío de tecnopop delirante en el que muchos vieron
a unos posibles sucesores de Virus. Del 88 al 90 compartió
junto al glamoroso Alfredo Pellía una experiencia límite,
marcada por los excesos nasales que signaron esa década y que culminó
con un disco editado a principios de la década del 90. La
verdad es que no recuerdo el nombre del disco, pero sí que tenía
una producción onda Jennifer Lopez y no captaba la esencia del
grupo. Silencio. La verdad es que el narco-tecno nos volatilizó:
eramos todos junkies. La influencia de Alvarez fue nefasta y viéndolo
ahora la situación era demencial, con la compañía
dándonos plata para grabar demos y más demos en ION, y nosotros
haciendo cualquier delirio. Terminamos planteándonos seriamente
hacer cumbia, cosa que tal vez hubiera sucedido si las reuniones que tuvimos
no hubieran sido tan siniestras. Después vino su experiencia
con Los Resonantes, probablemente el grupo más sofisticado de la
llamada movida sónica y del cual quedó un Ep (Los Resonantes,
de 1994) y dos Cds: Sumergible (pop glamoroso y ambiental, de 1995)
y Simultáneo, un trabajo más ambicioso (de 1997) en el que
aparecen los conceptos que cada uno desarrollará luego por su parte:
Ramella con Emisor, y Etcheto que ya había trabajado solo
en Trineo, con una clara intención bailable con Gustavo Cerati
en Ocio.
Instalado en la casa de sus padres, en un cuartucho en que apenas si hay
espacio para él y su computadora, lo menos que se puede decir del
Emisor Ramella es que sea ocioso. Tramo, el resultado de su búsqueda,
tiene una ambigüedad de fuertes contrastes. El disco tiene
la contradicción del efecto de la heroína, con la que uno
puede estar vomitando y en poder de la mente, pero a la vez estar internamente
perfecto. Ahora bien: ¿cómo se explica la situación
marginal de Emisor, incluso dentro de una escena supuestamente pro
como la electrónica? A mí me rechazaron mi disco del
sello Frágil por que dijeron que sonaba funky. No sé. La
otra vez vi un documental sobre Hitler, donde mostraba cómo había
prohibido a ciertos artistas por una cuestión estética.
Pero, en definitiva, el oportunismo del resto de los artistas
había hecho el resto. Acá pasa lo mismo y se llevó
a un nivel de obsecuencia terrible, con el periodista hablando bien del
músico, y el músico hablando bien del productor, y el productor
componiendo con el periodista. Acá los rockeros no plantean nunca
nada y no creo que sean pasivos. Son activos, pero para transar. Yo me
siento orgulloso de carecer de ese tipo de oportunismo, y a la vez sé
que siempre tuve mis fans. Eso me compromete y me permite atreverme a
hacer algo hiperambicioso. Ese algo tiene nombre: Música
Biónica. Si describo la hipertecnología que uso, queda
claro que es biónico. Están los dos componentes de la biónica:
lo cibernético y lo biológico. Instalado desde su
cuartel cerebral de Adrogué, vendiendo sus discos por mail ([email protected]),
Emisor es la primera usina de Música Biónica argentina.
Ahora tengo la idea de hacer algún tema que se llame Bochini,
porque lo que hago tiene que ver con el bocho, y con lo que sería
la computación intuitiva, algo de lo que Bochini tenía mucho.
Uno no está tocando ni transpirando, pero a la vez es algo muy
visceral: la inteligencia no subyace sólo en el cerebro sino que
está en todo el cuerpo.
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