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Jueves 14 de Abril de 2001

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Emisor, una rareza electrónica del conurbano bonaerense

Bochini y la invención de la música biónica

Desde su búnker de Adrogué, el ex baterista de grupos fallidos como El Corte, Mimilocos y Resonantes ha concebido un disco de características bien particulares. Música cibernética y biológica con sello unipersonal, pensada para ambientar una posible resurrección del viejo y querido Mazinger. Así de extraño.

POR SANTIAGO RIAL UNGARO

+Como si se tratara de un Eternauta cyberpunk, Leo Ramella –cerebro y cuerpo que da alma y vida a Emisor– atravesó intacto las últimas dos décadas de la escena rock & pop nacional, y ha logrado desarrollar una propuesta musical auténticamente personal. Luego de protagonizar múltiples anécdotas tóxicas y varios discos en proyectos diversos (como integrante de El Corte, Mimilocos y Los Resonantes) Tramo, primer disco firmado bajo el rótulo Emisor, lo confirma como un creador obsesivo, ambicioso e intrincado, trazando serpenteantes caminos musicales que conducen... hacia lo desconocido. Inclasificable y radical, bien puede merecer un lugar entre los discos más destacados editados durante el pasado año y contrasta, con sus formas lujuriosas e impredecibles, con la mayoría de la música electrónica editada en ese período. Si los Dj’s y la escena dance en general (Dr. Trincado sería la excepción) hacen su música pensando exclusivamente en la pista, y los trabajos editados por el sello Frágil mantienen cierta intención de generar un ambiente chill out, la música de Emisor exigiría un cambio de diseño hacia una nueva arquitectura. La discoteca como una jungla cibernética o un laboratorio devastado por sus propios experimentos. Inspirado en las ideas del pensador francés Gilles Deleuze, el Emisor Ramella hace música biónica. “La otra vez un amigo mío, cuando escuchaba el disco, comparaba el ritmo de uno de los temas con el andar de Mazinger Z”, dice Ramella. Y es que si bien Emisor puede ser disperso e hipercomplejo, cuando confluye en un ritmo avanza de forma pesada e imparable: un sonido maquinal de tractor o topadora, pero a la vez sumamente orgánico. “No sé que otra banda puede sonar con una onda Mazinger”, reflexiona sumergido en el humo que inunda su estudio.
Un rato después acepta volver hacia atrás, cuando era un baterista “con onda” en los ahora lejanos años ‘80. Hijo de un ingeniero metalúrgico (“siempre me causó horror y fascinación el sonido de las chapas y los metales de la fábrica de mi viejo”), el pequeño Leo le tenía que pedir por favor a su madre “que sacara los discos de Roberto Carlos, porque me hacían llorar desconsoladamente. No estaba preparado para oír eso”. Inevitable fue que la hipersensibilidad se convirtiera en un arma de doble filo y pronto contrajera el virus de la música. Que a su vez lo iniciaría en otros virus iniciáticos. Luego de una breve experiencia a principios de aquella década, instalado como baterista en una banda en la que “hacíamos dub sin saber que esa música existía”, Ramella se incorporó a Capulco Gold, un grupo de rock-steady y ska integrado por los hermanos Morales (luego en El Lado Salvaje) de la zona sur. El introvertido y delgado joven, por entonces ya fan del tecno-pop (Gary Numan, Y.M.O. y Brian Eno eran su santísima trinidad) se convirtió en un baterista minimalista que “no tenía un concepto progresivo de la batería sino que más bien me dedicaba a armar patterns (diseños) mecánicos. Los hermanos Morales eran mis amigos, y con ellos aprendí a fumar (de hecho el nombre es una variedad de marihuana). Por entonces conocí en un bar de Quilmes a Flavio (Etcheto, ahora Flavius), que por entonces todavía tocaba el saxo. Y le pasé los discos que yo escuchaba en ese entonces, que él no conocía”. Recomendado por la misteriosamente desaparecida Mónica Vidal como un baterista “con onda”, Leo entró a El Corte, donde compartió una experiencia con Calamaro, Javier. “Con El Corte hicimos dos discos que para mí son buenos. Hay canciones que son geniales y, para mí, Hernán Reyna es un artista.” Aunque luego de la edición de El camino contrario (1987, su segundo disco), la banda sufrió un corte interno: luego del dark preciosista de este álbum, el menor de los Calamaro se despachó con Los Guarros. “A Javier la belleza le dio pudor. A veces la belleza da miedo. De golpe y porrazo a la gente le ocurre algo que no sé que es. Suena muy antipático decir eso, pero para mí Javier no se bancó esa situación y prefirió esa realidad económica, material y mediática que describían LosGuarros.” La ruptura, planteada por Ramella a Federico Oldenburg y a Reyna en Pinamar en un lúcido estado lisérgico, era inevitable: “Con Javier con Los Guarros en la cabeza yo no podía aguantar un segundo más. La situación era insostenible: hasta llegó a hacernos ensayar temas del primer disco de Los Guarros”. Más coherente en su itinerario artístico, Ramella terminó incorporándose a Mimilocos, trío de tecnopop delirante en el que muchos vieron a unos posibles sucesores de Virus. Del ‘88 al ‘90 compartió junto al glamoroso Alfredo Pellía una experiencia límite, marcada por los excesos nasales que signaron esa década y que culminó con un disco editado a principios de la década del ‘90. “La verdad es que no recuerdo el nombre del disco, pero sí que tenía una producción onda Jennifer Lopez y no captaba la esencia del grupo.” Silencio. “La verdad es que el narco-tecno nos volatilizó: eramos todos junkies. La influencia de Alvarez fue nefasta y viéndolo ahora la situación era demencial, con la compañía dándonos plata para grabar demos y más demos en ION, y nosotros haciendo cualquier delirio. Terminamos planteándonos seriamente hacer cumbia, cosa que tal vez hubiera sucedido si las reuniones que tuvimos no hubieran sido tan siniestras.” Después vino su experiencia con Los Resonantes, probablemente el grupo más sofisticado de la llamada movida sónica y del cual quedó un Ep (Los Resonantes, de 1994) y dos Cd’s: Sumergible (pop glamoroso y ambiental, de 1995) y Simultáneo, un trabajo más ambicioso (de 1997) en el que aparecen los conceptos que cada uno desarrollará luego por su parte: Ramella con Emisor, y Etcheto –que ya había trabajado solo en Trineo, con una clara intención bailable– con Gustavo Cerati en Ocio.
Instalado en la casa de sus padres, en un cuartucho en que apenas si hay espacio para él y su computadora, lo menos que se puede decir del Emisor Ramella es que sea ocioso. Tramo, el resultado de su búsqueda, tiene una ambigüedad de fuertes contrastes. “El disco tiene la contradicción del efecto de la heroína, con la que uno puede estar vomitando y en poder de la mente, pero a la vez estar internamente perfecto.” Ahora bien: ¿cómo se explica la situación marginal de Emisor, incluso dentro de una escena supuestamente “pro” como la electrónica? “A mí me rechazaron mi disco del sello Frágil por que dijeron que sonaba funky. No sé. La otra vez vi un documental sobre Hitler, donde mostraba cómo había prohibido a ciertos artistas por una cuestión estética. Pero, en definitiva, el oportunismo del resto de los ‘artistas’ había hecho el resto. Acá pasa lo mismo y se llevó a un nivel de obsecuencia terrible, con el periodista hablando bien del músico, y el músico hablando bien del productor, y el productor componiendo con el periodista. Acá los rockeros no plantean nunca nada y no creo que sean pasivos. Son activos, pero para transar. Yo me siento orgulloso de carecer de ese tipo de oportunismo, y a la vez sé que siempre tuve mis fans. Eso me compromete y me permite atreverme a hacer algo hiperambicioso.” Ese algo tiene nombre: Música Biónica. “Si describo la hipertecnología que uso, queda claro que es biónico. Están los dos componentes de la biónica: lo cibernético y lo biológico.” Instalado desde su cuartel cerebral de Adrogué, vendiendo sus discos por mail ([email protected]), Emisor es la primera usina de Música Biónica argentina. “Ahora tengo la idea de hacer algún tema que se llame Bochini, porque lo que hago tiene que ver con el bocho, y con lo que sería la computación intuitiva, algo de lo que Bochini tenía mucho. Uno no está tocando ni transpirando, pero a la vez es algo muy visceral: la inteligencia no subyace sólo en el cerebro sino que está en todo el cuerpo.”