Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche

Convivir con virus
BoleteríaCerrado
Abierto

Fmérides Truchas 

 Bonjour x Liniers

Ediciones anteriores


Jueves 12 de Abril de 2001

tapa
tapa del no

convivir con virus

La hilera de luces nos arrastra en la noche como rastros de piedras brillantes que algún gigante dejó para señalar el camino de vuelta. Y nosotras somos un poco como Hansel y Gretel, algo perdidas, pero sujetas del brazo como única certeza. Está desierta la noche en la costanera sur, está desierto el paseo, si le damos la espalda, apenas sentimos la mordida de la ciudad sobre ese lugar que alguna vez fue verde, y fue nuestro. Pero están ahí todos esos edificios nuevos y un resplandor rojo, como de atardecer, tiñe la capota de nubes. El desafío es caminar hasta el principio de las luces. Y volver. Subir y bajar las escaleras hacia la orilla de un agua que arrastra basura, restos de picnics, botellas echadas sin ningún mensaje, sin destinatario. Nosotras llevamos nuestra botella bajo la campera, un vino tinto que se deja besar y que va de mano en mano. Tenemos también nuestras nostalgias y toda una arquitectura de deseos que se levantan y se destruyen en pocas palabras. Como fantasmas acuden a la escollera la imagen de mujeres de largas polleras que alguna vez mojaron sus tobillos en el Río de la Plata. El río que desde aquí ya no vemos. Es una noche de duelos imprecisos, la noche del ningún lugar. Estamos en tránsito, algo va a estar bueno, nos decimos, va a estar bueno. Algo estamos dejando atrás, de diversos modos, por distintas razones. Y allá vamos. Lanzamos el eco de nuestros pasos como ondas de radar, rebotan lejos, entre la copa de árboles ahora iluminadas desde abajo, una evolución de formas que se oscurecen en los bordes, como el hongo de una explosión verde. Hay un intenso placer en esta manera de estar a solas, de hurgar en las heridas, de resistir despiertas a las pesadillas, que entiendo que de estas cosas se trata. No es el vino, ni el lugar, nada de lo que fumamos, no hay nada fuera de lo que pueda tomar que me conmueva tanto como para pensar que la vida es bella. Es, en todo caso, cierta posibilidad de comunión, un enhebrarse de ideas y palabras que unen las luces como a un collar de perlas, el tiempo perdido, una carrera sobre las baldosas lisas como una mala parodia de la libertad. A esto me refiero, pienso, mientras en mi cabeza insiste alguna banda de sonido entre la tristeza y el abismo sentimental de las almas, cuando hablo de gozar de lo que tenemos, de la voluntad de seguir en el mundo, del destello del instante. Hablo de, por ejemplo, seguir el rastro de las luces en una noche desierta, un par de amigas que trajeron el vino escondido entre la ropa y el lugar del insomnio aplazando las pesadillas.

[email protected]