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Jueves 19 de Abril de 2001

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convivir con virus

A veces los encuentros suceden. A veces nuestros ojos se instalan en otros ojos y el mundo echa a rodar de nuevo. A veces la risa se suelta como si se cortara el hilo de un collar de perlas y las esferas rebotan en el piso con su sonido de cristal en el caos. A veces se puede hacer algo para darle de comer al alma, recoger los puñales que lanzamos como limosna, cambiarlos por manos que aten los cordones, que hagan sandwiches de milanesa, que pongan hebillitas en el pelo. A veces nuestro SOS cotidiano recibe un mensaje en clave, unos garabatos en el fondo de una botella, las gotas de la felicidad que ruedan de a siete después del último brindis y entonces podemos de nuevo ser artistas, militantes, edificar nuestro futuro (el que ya llegó), aventurar la mano en la selva impenetrable de otro cuello y conjurar a la soledad lejos de la piel. Otras veces la noche o la mañana se desarman en lágrimas, lágrimas bálsamo para la nostalgia, lágrimas gotitas de mar para adornar las carcajadas, lágrimas que dan alivio y oradan el muro de tu resistencia, te recuerdan que sentir no es gratis, que adivinar un corazón que late tiene sorpresa; y que el placer que se da siempre se anota en la cuenta del haber. Pasamos la vida buscando ese encuentro, hurgando en el agujero de la memoria, esa grieta por la que alguna vez supimos respirar y reconocernos y confrontarnos. Y de pronto estar juntos es posible para mí. Es un acuerdo y en ese acuerdo, aunque sea escondidos bajo la tierra, otra vez las palabras mágicas alumbran el encuentro y podemos hacer de un lugar –este lugar– el nuestro. Un sitio con ubicación geográfica móvil, pero de verdad, que en su carta de intenciones esté anotado que te corra la sangre por las venas. Que el amor te haga llorar. Que ser protagonista de tu destino sea mucho más que una consigna. Que encuentres consuelo en algún hombro, que se agite tu cuerpo al ritmo de otro y que otro te conteste y entonces de nuevo empiece la danza. Que puedas decir nosotros y que tenga sentido, que ese sentido se proyecte en el tiempo, y nos dé valor, imaginación, que traiga sus propios desafíos, que dé cachetadas a ese poder que no es éste, el de estar juntos y definirnos en la búsqueda de ese cambio que deseamos y construimos.
Estar juntos, con mis compañeros y compañeras, habernos encontrado los que no tememos perder el tiempo dibujando utopías y conquistas cotidianas, es un refugio desde donde tenderle zancadillas al miedo. Un refugio desde el que es posible buscar alianzas para conspirar contra todo, sobre todo contra la apatía. Quitarnos su mordaza, soltar las amarras de lo posible y volver a diseñar lo que a simple vista no se puede, no nos dejan, está pasado de moda. Este es mi lugar en el mundo, en definitiva, poder decir nosotros. Y que tenga sentido.

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