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Yo me pregunto

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Tumbas al ras de la tierra

Algunas de las plazas más afortunadas de Buenos Aires han sido bendecidas por un nuevo emprendimiento de las autoridades destinado al mejoramiento de la higiene y la imagen de los paseos públicos. Para tal efecto, los responsables idearon un cartel que ya puede verse emplazado en la vía pública y que probablemente entre en los anales de la señalización: por un lado, la reconocida imagen que prohíbe el ingreso de perros; por el otro, justo debajo de esa imagen, la leyenda: “Prohibido arrojar residuos”. Lo que se dice todo un misterio: ¿se le prohíbe el ingreso a los perros por esa pésima reputación que los señala como afamados arrojadores de residuos? ¿Es acaso más sutil la cosa, y se les advierte a los vecinos que no manden a sus perros a sacar la basura porque tienen el ingreso prohibido? ¿O directamente se les pide que tengan el buen gusto de no tirar ahí sus mascotas muertas? Lo mejor sería tirar el cartel a la basura... si no estuviera prohibido.

EuroGulag

Después del estrepitoso fracaso de EuroDisney, la vieja Europa se arriesga con un nuevo parque temático –esta vez, con sede en Lituania– y el firme propósito de recrear algunos episodios históricos que afectaron de forma directa a toda Europa Oriental y parte del continente asiático durante el siglo XX. Se trata ni más ni menos que del Stalin’s World, un gigantesco predio ambientado a semejanza de los campos de concentración soviéticos, donde el visitante es vigilado durante el recorrido por actores que montan guardia munidos de uniformes militares y su armamento correspondiente. Además, el parque promete inaugurar en un futuro cercano un tren de deportación como los que llevaban prisioneros a Siberia. El cerebro detrás de semejante emprendimiento es el millonario Viliumas Malinauskas, hasta ahora conocido como el mayor coleccionista mundial de estatuas de la era soviética. Frente al alud de críticas y la ferviente oposición parlamentaria que intenta clausurar el parque, Malinauskas esgrime a cara de perro el increíble potencial didáctico de su predio. Y hasta tal punto llega ese afán por palpar literalmente la historia, que las opciones gastronómicas para los visitantes no consisten en hamburguesas o algodones de azúcar sino cabezas de pescado y otras pocas variedades del escueto menú carcelario. El tema va a ser cuando uno pida hielo y el mozo pele un picahielo, ¿no?

Federación
o muerte

Por estos días, los canales de aire están emitiendo una publicidad del gobierno de la provincia de Córdoba. El objetivo del aviso es promocionar los fabulosos premios (como viajes a Brasil y al Caribe) que la gobernación ha decidido sortear a manera de recompensa entre los contribuyentes cordobeses que tengan sus impuestos al día. La única escena de toda la publicidad transcurre en el dormitorio de un matrimonio que toca los cuarenta y está a punto de irse a dormir. Él está en la cama con una laptop; ella, desde el baño, le hace preguntas que él no responde por estar demasiado concentrado en la computadora.
Segundos después, ella sale del baño, se acuesta y le pregunta si “pagó al día”. Sin levantar los ojos de la pantalla, él responde: “Sí, bichito”. A lo que ella le cierra la computadora de prepo, se le tira encima y suelta uno de esos “uuuhh” que tan lejos llevaron a Claudia Albertario. La voz en off
ofrece una breve y clara explicación del sorteo organizado por el gobierno cordobés. Todo bien, salvo por un pequeño detalle: ni la mujer ni el marido ni la voz en off delatan el más mínimo rastro de tonada cordobesa. Los guasos de Córdoba, chochos, che.

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