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Yo me pregunto

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LA MALA LECHE

Años atrás, este servicial suplemento iluminó a la concurrencia con una nota de tapa sobre la decadencia de los espermatozoides, las dificultades a la hora de concebir y la hasta entonces inconcebible –pero cada vez más verosímil– posibilidad de que la raza humana estuviera llegando a punto muerto. Tiempo después todo parece indicar que el asunto se ha complicado todavía más. Hace pocas semanas, el investigador de la Universidad de Florida Louis Guillette inició una de sus charlas con la siguiente frase: “Cada hombre presente en esta sala es la mitad de hombre que su abuelo”. Buen comienzo. Y la cosa se pone mejor. Todas las investigaciones apuntan a que, sí, el semen se deteriora y casi todo influye en esto: fumar, beber, fumar otras cosas, ropa interior ajustada, antibióticos, radiaciones varias, pesticidas, termómetros, saunas, microondas, ruido, contaminación. Todo afecta a eso que está constituido por un 60 por ciento de líquido seminal, un 30 por ciento de líquido prostático y apenas un 10 por ciento de espermatozoides. Hasta hace poco, la Organización Mundial de la Salud establecía que un hombre era fértil si su semen contenía 50 millones de espermatozoides por mililitro. Hoy ha decidido bajar esa cifra a 20 millones. Los especialistas aseguran que la salvación está en el “masaje testicular” y así ayudar a la mayor producción de bichitos como en los tiempos en que no pasábamos nuestras vida sentados y no había ropa interior que impidiera la fricción de testículos y muslos. Es decir, “tocarse los huevos”. Entre tanto, y hasta tiempos mejores, ya se empieza a hablar de espermatozoides “guapos” y “feos” –según su poderío– y se sabe que el mejor esperma europeo se produce en Finlandia y que Chengdu, un banco de esperma chino, sólo aceptan donantes que demuestren haber realizado un master universitario. Dentro de este oscuro panorama, una noticia más o menos buena: era verdad, era cierto: el tamaño no importa.

Mamá, ¿me comprás?

Ver para creer: esta semana las jugueterías inglesas lanzaron un producto que enloqueció a los infantes del Imperio como nada lo había hecho desde hacía años: los muñecos del Hombre Invisible. Por el módico precio de 3 libras esterlinas (unos 5 dólares), los padres pudieron saciar los incontrolables reclamos de sus hijos frente a los estantes. Curiosamente, muchos quedaron sorprendidos al comprobar que el asunto consistía en una caja de cartón... vacía. Sin embargo, pesar de los más diversos argumentos lógicos esgrimidos a metros de la caja registradora, fueron pocos los padres capaces de disuadir a sus purretes de pagar por tamaña estafa. “No, papá, el muñeco no se ve porque es el Hombre Invisible”. Y todo indica que los índices de ventas van a continuar en ascenso, sobre todo cuando los chicos pierdan el muñeco y no lo encuentren por ningún lado, ¿no?

pertenecer tiene sus privilegios

Dos investigadores de la Universidad de Toronto acaban de publicar un estudio en el que llegan a la reveladora conclusión de que aquellas personas que ganan el Oscar viven más que quienes nunca se hacen de una estatuita propia. Se ha comprobado que la edad promedio de un “galardonado simple” es de 80 años, unos cuatro más que la de quien no ha recibido la gracia de la Academia de Hollywood (unos 75,8 años), y que, en casos extremos como el de la nonagenaria Katharine Hepburn (cuatro veces ganadora del Oscar) la diferencia se amplía a seis años. “Es la autoestima generada por el logro de una victoria mayor que nadie te podrá quitar jamás”, se esfuerza por explicar uno de los autores del estudio, el Dr. Donald Redelmeier. “Por eso, los nervios de la vida cotidiana no logran deprimirte.” John Pavlik, ignoto representante de la Academia, ha avalado esta revelación con una sonrisa de oreja a oreja: “Siempre pensamos que ganar un Oscar era importante, pero no sabíamos que era tan importante”. Mientras tanto, ante el negro panorama nacional, bien podría registrarseun efecto similar entre los ganadores de los premios Cóndor: a lo mejor el premio les garantiza un laburo para morfar un tiempo más.

ANIMALADA

Es la película protagonizada por monos que más expectativas viene generando desde que Adriano Celentano filmó Bingo Bongo. Que sea la remake de un clásico de ciencia ficción de los años 60 protagonizado por uno de los actores más gorilones de Hollywood (Charlton Heston) y que esta vez esté Tim Burton detrás de cámara no son datos menores. La cuestión es que, si en la versión original de El planeta de los simios ya había un atisbo de romance (aunque sin arriesgarse a la zoofilia: cuando Taylor, el personaje interpretado por Heston, le pedía un beso a la mona Zira, ella lo rechazaba con algo de asco), muchos años han pasado y en el medio se pudieron ver films más arriesgados como Max, una monada, bizarro film en el que una joven Charlotte Rampling abandonaba a su marido para volcarse a sus aventuras sexuales con un chimpancé. Por eso en Hollywood se rumorea que en la película de Burton habrá una escena de amor entre el astronauta interpretado por Mark Wahlberg y la mona de Helena Bonham Carter. “Sé que se corre el rumor”, declaró Tim Burton recientemente, “Y sí, hay una especie de romance en la película. Pero no es que se vaya a ver una penetración animal ni bestialidades por el estilo”. La explicación del director de Beetlejuice podrá resultar un poco explícita, pero al menos deja perfectamente claro que los tiempos han cambiado y que si la mona se viste de seda, es porque esta noche sale.

no sea rata

Tsubi, joven diseñador de moda, tuvo una idea por lo menos original para la Australian Fashion Week celebrada un par de semanas atrás: soltar unas doscientas ratas por la pasarela durante uno de los desfiles realizados en Sydney. Pero, al parecer, una cortina cayó sobre uno de los roedores acabando con su vida. Varias organizaciones ecologistas han puesto el grito en el cielo, y Tsubi, hábilmente, se ha comprometido a no maltratar nunca más en sus desfiles a ningún ser vivo. Eso, por supuesto, excluye a las modelos.

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