“Punto Doc” primero e “Intrusos en la noche” después. América. Miércoles 6 de octubre de 2004: desde aquella noche hasta el día de hoy, alrededor de Beatriz Salomón y sus demandas surgieron adhesiones varias, alaridos ahora amplificados tras el fallecimiento de quien para casi todos los medios fue “una ex chica Olmedo”. Esa asignación haber sido “la chica de” un macho providencial del espectáculo argentino y haber pasado a ser “la mujer de” un médico y “la madre de” dos niñas que logró adoptar, refuerzan aquello que muchos abordajes periodísticos buscan rechazar. Hasta el momento, ningún titular logró no adosarle a la vedette una pertenencia que no le corresponde. Podía sola. En efecto, vivió sus últimos años interpelando a un varonerismo excedido en poder –Mario Pergolini, Jorge Rial, Diego Guebel, Luis Ventura, Daniel Tognetti–. Una batalla por “una vida arruinada” según se lee en varios titulares. Sin embargo, “Salomón versus este y versus aquel” anula otros vectores de esta historia. El más vigoroso es la desbordante transfobia social que caracteriza, en silencio, cada episodio de esta deriva. 

La cámara oculta “fundacional” mostraba cómo el cirujano Alberto Ferriols, todavía casado con Beatriz, operaba por menos dinero a travestis y mujeres trans a cambio de sexo con él. Aunque esa noche, en su defensa televisada, él dijera cosas del tipo “Pero Jorge [a Rial] si ese no es mi torso...”, el plus despreciativo que presentaba el material era justamente el hecho de que Ferriols se vinculara con “monstruosidades” de esa calaña, dato que convertía a la “infidelidad” en una abominación inimaginable. Un hombre cis heterosexual sobornando travas urgidas por modificar sus cuerpos. A ninguna de estas víctimas del médico se le vio la cara. Jamás. Ninguna tuvo nunca entidad ni identidad. Todo el “problema” era que Ferriols al final “era gay” y que la humillación a “la Turca” era así mucho peor. Ella no podía ni mencionar el término “travesti” –lo indecible– pero sí llegó a decir que ignoraba que su esposo tuviera “esa” orientación y que eso, como mujer, la dejaba muy mal parada. En defensa propia, la periodista Miriam Lewin –co-conductora en aquel entonces de “Punto Doc”– anotó que el médico operaba en un quirófano no habilitado y que a las travestis no les abría una historia clínica. Y recordó que él llegó a un acuerdo con la empresa productora del programa en 2007 y no compartió ese dinero con su ex esposa. Las destinatarias de sus operaciones clandestinas, en cambio, no vieron un peso y conforme el promedio de vida y las condiciones de supervivencia de trans y travestis en la Argentina, acaso hayan muerto ya. Lewin también se ampara en que el informe nunca nombraba a Beatriz y que, por ejemplo, cualquier “cónyuge de un funcionario corrupto investigado podría con este antecedente demandar a un periodista por haber ´destruido su hogar´”. Cierto. Pero lo que ni Lewin ni nadie asume es la indudable asociación entre la aparente “asepsia” de un programa de investigación y la “mugre” de un ciclo de chimentos. El protagonista no era “el cirujano de las estrellas”: era el marido de quien era, como para “Telenoche investiga” Giselle Rímolo había sido no sólo una curandera trucha sino sobre todo, la pareja de Silvio Soldán. 

Beatriz Salomón murió de cáncer de colon causado, según la unanimidad pública, por todo esto. De un lado, los artífices. Del otro, una inocente. En el medio, materia prima sexual descartable; “disfóricas” desesperadas, prostitutas “obvias”, rostros blureados, interruptores matrimoniales: travestis y trans, sobre cuyos devenires no habrá lamento colectivo alguno.