A Romina Escobar la telenovela juvenil “Clave de Sol” le abrió una ventana de colores. Canalizó esa bisagra en el comedor de su casa, primero, y en el Instituto Vocacional de Arte “Manuel José de Labardén”, después. Sus jornadas se dividían en dos momentos: la escuela secundaria por la mañana y sus clases de teatro por la tarde. “El teatro me salvó”, me dice Romina cuando explica que aquello que en la vida apretaba, en la escena se liberaba. 

La televisión fue su primera compañera. Una suerte de espejo y confidente. Y con ella, la TV, se enfrentó a las novelas, apareció Verónica Castro y al tiempito “La extraña dama”. Apreciar a Willy Lemos en “Tacos altos” y encontrarse con Pedro Almodóvar fueron flechazos. 

Nació en Buenos Aires, después de la separación de sus padres vivió ella sola con su papá. Cuando lo nombra, Romina se toma las manos que están apoyadas en la mesa, y como recorriendo al tiempo, se dedica un silencio. “Le agradezco, porque soy la persona que soy gracias a él”, salda a este instante. A los 18 años abandonó esa casa con el propósito emancipatorio de vivir su vida. A ese plan libertario Romina lo repasa de memoria en cuatro líneas: “voy a conseguir un trabajo estable, voy a comprarme un departamento, voy a pagar las clases de teatro y voy a ser travesti”.

DE BUNKER AL UNDER

El primer trabajo fue una participación en el programa televisivo “El show de los enanos malditos”, con Jorge Guinzburg. La visita de RuPaul a Bunker y la energía movediza de los 90 sellaron una faceta: Romina Escobar fue Drag Queen, esta etapa coincidió con la época en la que el menemismo se transmitía en vivo por televisión de aire. “Al trabajo nunca lo conseguí, comprarme un departamento mucho menos”.

Fueron tiempos ajetreados. Movilizados por la incertidumbre de las economías y por la euforia de las madrugadas. “Lo que siempre supe es que quería actuar”, me confiesa Romina mientras descubre que su historia siempre estuvo implicada por la escena en el comedor de la casa de su infancia. Se formó durante largos años con Roxana Randón y ahí nomás llegó el abrazo del teatro independiente, de la escena underground, de la gestión cultural autogestiva. La carrera de Romina Escobar también incluye sus participaciones en “Graduados”, “Viudas e hijos del Rock & Roll”, “La viuda de Rafael”; en la película “Mía” de Javier Van de Couter; en la obra “Feizbuk” de José María Muscari, entre varias más. Por estos días, está filmando una tira que se emitirá en un canal de aire.

En “Breve historia del planeta verde”, la última película de Santiago Loza, Romina encarna a Tania. Una chica trans que hace shows en las discos de Buenos Aires. Junto a dos amigxs se enfrentarán al desafío de trasladar una criatura espacial al lugar donde su abuela, recientemente muerta, lo encontró. La película se estrenó el pasado 30 de mayo en Argentina, antes se proyectó en el Festival de Berlín, en donde obtuvo el premio Teddy del público y de la crítica, y en la competencia argentina del último Bafici ganó el premio de la crítica y una mención especial del Jurado. 

La primera escena es un souvenir de antemano, aunque también una invitación. Tania duerme, la rodea un universo cotidiano, rosado, y la luz rutinaria, brillosa, de cualquier día. Sus ojos descansan recubiertos o reemplazados por un antifaz que reproduce la mirada de ET. 

“Fue muy lindo haberme encontrado con Santiago. Haber tenido una primera charla en el bar, me contó del proyecto y yo le conté de mi vida. De cómo fue el paso del tiempo, de haber vivido con una travesti más grande, de mi mamá travesti, de los vínculos”. Contará Santiago Loza que para la película tomó ciertos trazos de la vida de Romina, y construyó a lxs tres personajes a partir del coraje con el que fueron enfrentando a sus adversidades.

Es muy difícil no caer en el ejercicio de reconocer a Romina en Tania. 

La vida de Tania no es mi vida, pero un poco sí. Le puse mi cuerpo a su historia, claro que todo eso que carga tiene que ver conmigo. Todos tenemos una mochila que llevar. Uno no lo cuenta, se lo guarda. O al menos así me pasa a mí. A todo el mundo nos atraviesan cosas, creo que lo bueno está en crear una empatía con el otro desde esas cosas. Lo que le pasa a Tania también lo vivimos, cuántas veces ante algo imprevisto nos hemos preguntado: ¿y ahora? ¿qué hacemos?

En este caso, al imprevisto se aborda en tribu, en complicidad con otrxs.

Eso me parece lo más interesante de la película. Tania podría haber sido otra Tania, una Tania cis. El ser trans es anecdótico, no es el foco de la película. Y esta buenísimo que lo haya podido hacer yo. Que Santiago se haya arriesgado. El foco está en lo humano, en la humanidad de los personajes.

¿Y cómo considerás el tratamiento de la identidad trans en la película?

Aparece opuesto a todo el estereotipo, lejísimo del cliché mediático. Pero sin dejar de ser trans o travesti. Creo que también es una cuestión generacional y de que el mundo va avanzando. Las personas trans y travestis estamos y existimos. Entonces, tenemos que poder estar en todos los lugares, poder convivir, trabajar. Es cierto que vamos apareciendo; en series, en películas, y eso está buenísimo. Es necesario que se incorporen nuestras presencias en las historias porque existimos. 

La presencia de Tania en esta historia remite también a un cotidiano hostil.

Puede ser, aparece el hostigamiento en la vía pública. Desde mi visión, esas escenas me parecieron naturales. Suceden, todavía suceden. A mí no me sucede ahora, o será que no lo veo, o será que estoy curtida y ahora ni lo registro. Quizás cuando era más chica me pasaba más. O será que me resbala tanto todo que ni lo escucho, o estoy acostumbrada. Hace mucho que no me dicen nada. Las veces que me dijeron, le contesté con una sonrisa: ¿te gusto? Otras veces me comí un viaje que nada que ver, alguien que me miraba en el subte o en cualquier medio de transporte, y yo convencida de que me estaba bardeando, y no, me decía: me gusta tu campera. Yo atravesada siempre por esa mochila del “se están burlando de mí”. Otras veces, cuando circulaba mucho en el teatro independiente, andaba con los volantes de las obras y les decía: si tenés ganas de verme podés venir a verme acá. Y se quedaban flasheados.

¿Cómo imaginás la infancia de Tania?

Sufridísima... bueno, no sé si tan sufrida. Me parece que en su grupo, con estos chicos, encontraba su mundo. Podía disfrutar en esos espacios. En los juegos. Si te ponés a hilar finito, sí, obviamente habrá sufrido. Pero se nota que está contenida, entre elles. Aunque, a ver, definamos qué es tener una infancia feliz. Si yo me pongo a pensar, yo en mis novelas era feliz. Más allá de que estaba mal para la sociedad, yo era feliz con mis guiones escritos con lapiceras que copiaba de los diálogos de las novelas. De hecho, el teatro es eso, los maestros te dicen: es volver a la infancia, volver a jugar. Vos jugabas a que eras súper héroe, y te creías que eras súper héroe. Yo he llegado a marearme mucho creyendo que era la mujer maravilla y que por dar vueltas infinitas me iba a transformar.

Entre esas vueltas te transformaste en una actriz que protagoniza una película premiada, legitimada…

Hay algo del deseo y del decretar que sí va a suceder. Igualmente, para mí es todo nuevo. Vestirme para la premiere y poder disfrutarla, es con lo que soñaba cuando era chica. Yo no había salido del país, por ejemplo. La primera vez que salgo del país es para ir a Berlín, no podía más de felicidad. Me encontré con un montón de gente, por ahí no entendía mucho el idioma, pero sí sentía el cariño de la gente, los abrazos, los besos, las felicitaciones que me traducían. Fue fantástico y también de mucho aprendizaje. Me pasaba de repreguntarme y de repensar: hice las cosas bien, valió la pena salir a vivir. Ya desde el proceso de rodaje fue todo muy lindo. A mí el escuchar acción me enciende.

Si a Tania la contienen sus amigxs, ¿a Romina quién la salva?

A mí me salvó el teatro. Yo andaba siempre con todo lo que me pasaba, pero a la hora de estar en las clases, de hacer mis ejercicios, de pasar a hacer una escena, me olvidaba de todo. Era el aquí y ahora, era ese ahí y ese ahora en donde otras mujeres habitaban mi cuerpo. Y entonces me salvó de lo que yo traía de la calle, de no enroscarme con que nadie me quiere, que me iba a ir mal. En un primer momento yo me fui de mi casa por eso, porque no me quería matar. Salí a la vida, a ver qué me pasaba. Y me fue mal, me fue bien, tuve aciertos, tuve desaciertos. Un montón de cosas que me pasaron, y eso hace a la persona que soy hoy con todas esas vivencias.

Breve historia del planeta verde, de Santiago Loza, se estrenó el 30 de mayo en la Sala Leopoldo Lugones y simultáneas.