Julieta Díaz trabajó en varias comedias dramáticas –y algunas no tan dramáticas– de Marcos Carnevale, como Corazón de León, El espejo de los otros y El fútbol o yo. Desde el jueves 27 de junio se la podrá ver nuevamente en una película del director de Elsa y Fred: la flamante No soy tu mami. Llamativamente, la actriz que encarnó a Eva Duarte en la película de Paula de Luque, nunca había trabajado con Pablo Echarri, un actor que, de algún modo, tuvo una carrera paralela a la de Julieta Díaz: ambos comenzaron en la TV desde muy jóvenes, luego pegaron el salto a la gran pantalla, pero no perdieron el gusto por trabajar en la televisión cuando ya habían generado una sólida carrera en el cine. En No soy tu mami, Díaz interpreta a Paula, directora de una revista para mujeres como ella: liberales, independientes y comprometidas. Las ventas no son buenas y para salvar la publicación se ve forzada a escribir una columna sobre maternidad. En vez de fomentar la idea romántica, Paula se inclina por todo lo contrario. Así nace la columna “Razones para no ser madre”, donde se dedica a derribar todos los mitos sobre maternidad y que, inesperadamente, se convierte en un éxito entre las madres y las no madres. Pablo Echarri interpreta a Rafael, padre de una hija de cinco años, y que está en una especie de limbo ya que su mujer decidió irse a Finlandia a seguir con su carrera profesional. Como es de prever, las vidas de Rafael y de Paula se van a cruzar, pero no todo será un lecho de rosas: ciertas actitudes de la mujer que no quiere ser madre pondrán en jaque la relación que recién comienza.

“La historia me la presentó Celina Font (coguionista de film, en el que también actúa) en un primer guion hace cinco años. Yo todavía no había sido madre, estaba con ese debate interno. Ella estaba en su puerperio. Había escrito el guion en su puerperio”, recuerda Díaz en la entrevista con PáginaI12, de la que también participa Echarri. “Apenas lo vi, pensé que quería empezar a contar estas historias desde el punto de vista femenino, pero no desde el punto de vista de lo que sería lo femenino para el statu quo sino lo que sería la verdadera cocina de nuestra vida. Todos los interrogantes que teníamos sobre el tema aparecían ahí”, agrega la actriz. En el medio, Díaz fue madre. Y le interesó aún más hablar de la cocina de la maternidad-no maternidad desde “este lado”, según confiesa. A su lado, Echarri es categórico: “El guion estaba muy sólido, la historia estaba bien estructurada y dialogada, bien definidos los personajes”. Y cuenta que sintió que la temática lo atravesaba en lo personal. “Tengo una esposa y una hija militantes por la búsqueda de la igualdad de los derechos de las mujeres”, reconoce con cara de orgullo. También señala que nunca había trabajado con Julieta Díaz y que quería hacerlo porque tiene coincidencias desde “lo profesional y lo personal”.

–¿Es una historia de amor, una historia sobre la maternidad o ambas cosas?

Julieta Díaz: –Ambas cosas. Es una comedia romántica que habla sobre las elecciones con respecto a la maternidad, ser o no ser madre. Y también habla de qué les pasa a los hombres en ese lugar. Y hoy, en la coyuntura 2019, cómo estamos acomodándonos todos y todas.

Pablo Echarri: –Coincido plenamente con Julieta. Es justo decir que es una comedia romántica transparente sin muchos vericuetos y sin deseos de sacar al espectador de esa estructura de relato, pero hace foco en algo que antes nosotros teníamos asumido: que el género femenino, por mandato debía concluir en su supuesto deseo de maternidad. Y así hemos visto, a lo largo de la historia, cantidad de mujeres descontentas con haberse transformado en madres por el solo hecho de haber llevado adelante un mandato. Y llevado de forma opresora, sobre todo por el patriarcado. En ese sentido, la película, sin ponerse dura ni cruel, profundiza. Logra que se vean claramente cuáles son esas posturas encontradas y las diversas posibilidades que pueden existir dentro del deseo de una mujer entre querer ser madre y concretarlo, entre no querer ser madre y militar eso, y entre quien quiso ser madre (o quién sabe) y está profundamente arrepentida de haberlo sido.  

–Justamente antes (tal vez con menos intensidad ahora), el patriarcado señalaba que la mujer se completaba cuando era madre. En ese sentido, el personaje de Julieta tiene que luchar contra ciertos prejuicios sociales y bancarse sus decisiones.

J.D.: –Sí, está un poco contado ahí lo que les sucede a todas las mujeres que no son madres por elección o que le dan prioridad a su trabajo. Por ejemplo, el caso de Pilar, la mujer de Rafael, que decide irse a Finlandia a seguir su carrera. No pueden armar algo entre los dos como para que él la siga (porque es difícil seguir a alguien a Finlandia) y porque él cree que lo mejor para la hija es que se quede en la Argentina. Y medio que se terminan separando. En el paradigma anterior, la mujer lo seguía al hombre. Aquí también se cuenta el punto de vista de Rafael: lo que le pasa a un tipo que está con una mujer independiente que, a la hora de elegir, decide irse uno o dos años a otro país para seguir su carrera. Lo interesante de la película es que escucha todas las voces. Por lo menos, a mí es lo que me pasa en la vida. Tengo mis valores, mis pensamientos, mis deseos pero siempre fui una persona muy abierta y creo que escuchar y entender al otro es crucial, aunque uno sienta que tiene la verdad absoluta. Mi militancia con respecto a la igualdad de derechos y beneficios con los hombres la defiendo a morir, pero si uno puede escuchar y entender al otro y respetarlo se encuentra un punto medio. 

–¿Ahora hay mayor igualdad en los roles de crianza, por ejemplo?

J.D.: –Sí, creo que hay más. También creo que los hombres y las mujeres no somos iguales. Y está buenísimo que no lo seamos. Lo que defendemos las feministas y los feministas es que tengamos igualdad de derechos y beneficios. Desde que el mundo es mundo, la vara siempre ha estado más alta para los hombres. Pero cambia. Hoy los hombres están en los partos. Conozco hombres que se quedan en la casa y que las mujeres salen a trabajar. Hoy está mucho más abierto. Ni hablar de las nuevas generaciones. Inclusive, mi viejo, que tiene 70, es recontra machista por un montón de cosas del paradigma anterior y, por otro lado, es recontra feminista y vamos juntos a las marchas del Ni una menos. A veces, es entender que nadie tiene el feminómetro ni el machirulómetro y que entre todos estamos encontrando la manera. 

–¿Les ayudó ser padres para construir los personajes?

P.E.: –Ser padre te aporta en cualquier personaje que tengas que encarnar porque, en realidad, le agregaste una capa más a tu vida compleja, maravillosa que te complejiza como ser humano. Entonces, te aporta otra mirada que antes de ser padre no tenías. Por supuesto, más en el encarnar a un padre de una niña pequeña encantadora, que es una actriz maravillosa esta nena de cinco años. El hecho de ser padre me suma un montón de cosas, detalles pequeños a la hora de la escena más tonta como, por ejemplo, el momento en que él la obliga a comer antes de ir al jardín, y ella se niega como se niegan mis hijos. Hay algo entre ese deseo de marcarle el camino al hijo y la frustración que te genera, a veces, que tu hijo vaya por el camino que quiere. Tener el conocimiento concreto de la paternidad ayuda muchísimo y también ayuda a quienes vean la película siendo padres y no siéndolo. Justamente, la temática da en el medio. La posibilidad de sentirse identificado va a ser tanto para quienes tuvieron hijos o los tienen, para quienes no los tienen aun o ni siquiera los desean. Justamente, se mete en ese conflicto a fondo. 

–¿La actividad profesional, que cada vez más ocupa mayor cantidad de horas del día, influye con más virulencia en el deseo de mujeres y hombres de ser madres y padres?

J.D.: –También depende de dónde venís. Quiero decir, en qué situación estás. Yo estoy en una situación privilegiada en la que tengo trabajo, puedo pagarle a personas para que me ayuden en mi casa, que generalmente son mujeres. Tengo una persona que cuida a mi hija y una que me ayuda con la casa. Es una estructura que me puedo dar el lujo de tener para poder irme varias horas a trabajar y volver. Si no fuera así, lo tendría que hacer mi mamá o yo no podría salir para tener que cuidar a mi nena. Hablamos de una estructura más burguesa y más fácil en ese sentido. Hay situaciones económicas que obligan a que alguno de los dos se quede. Y, en general, es la mujer. Por supuesto que el avance de la mujer en lo social y en lo laboral, que es cada vez mayor, aunque nuestro techo de cristal sigue existiendo, modifica la estructura de la casa. Y por suerte hay hombres que están abiertos a eso y que son justos. 

–La película demuestra que hay que saber reconocer los errores para poder sostener una relación de amor. ¿Creen que eso es lo que más cuesta en las parejas actualmente?

P.E: –Es que lo que propone esta revolución feminista tiene que ver con la igualdad. Tiene que ver con la construcción de una relación amorosa en igualdad de condiciones. Y para que exista esa estructura de esa manera tiene que haber un reconocimiento de errores. No solamente de errores. En una discusión de pareja, uno (por lo que aprendió y que de adulto busca cambiar) trata de ganar una posición y que el argumento de uno termine prevaleciendo y ganando la pelea. Generalmente, las parejas que se sostienen en el tiempo son las que en ese fragor de la lucha, en esa discusión y en ese intento de triunfo, hay una renuncia o hay una posición generosa que, en vez de seguir en esa estructura de discusión, busca reconocer el error para reconstruir. Cuando una pareja se pelea y busca justamente triunfar en la discusión, si uno de los dos toma la posición opuesta a la que venía demostrando, el beso viene inmediatamente (risas). No hay forma de construir una relación si no es de esa manera. Si bien nací con el privilegio aparente de ser hombre, a partir de mi relación con mi esposa y con mi hija, militantes feministas y con convicciones muy claras, llegué a ser otra persona con el tiempo. Y me di cuenta de que para poder construir una relación sana y evolutiva tenía que ser en base a la igualdad. Ella siempre me comprendió mucho más a mí, porque ellas siempre estuvieron más al servicio de la comprensión de los hombres, ya sea por una relación de fuerzas, o porque ese mandato estaba establecido. En un momento determinado de mi relación con mi esposa tuve que hacer el trabajo de colocarme en pie de igualdad. Y eso no lo hice yo solo. Me ayudaron ellas. Y también la coyuntura social nacional y mundial. Soy un agradecido de estar sumergido en una familia con posiciones tan claras en relación a ese deseo de la búsqueda de igualdad de derechos y oportunidades porque me están ayudando a ser un hombre mejor. 

J.D.: –Para mí, el patriarcado es también muy sanguíneo con el hombre, en algunos aspectos. Hay un peso ahí de ser el que tiene que ir a la guerra, que tiene que ser el macho proveedor, que si no se le para bien dura no es macho. Y los hombres tienen otras sensibilidades, otros miedos y otras preguntas. No hay una sola manera de ser hombre o mujer. Hay algo ahí de ser el macho pardal –sobre todo los latinos–, que tiene un peso muy duro para los chicos y en la adolescencia.

–Sobre todo en etapas de mucha sensibilidad.

J.D.: –Y también de personalidades, porque no todos los hombres son iguales ni tampoco las mujeres. Cada uno tiene su manera de ser. ¿Tiene que haber una sola masculinidad, una sola feminidad? “La mujer tiene que ser femenina, tiene que ser amorosa”, se dice. También eso es pesado para el hombre.     

–¿Y en paralelo a esta búsqueda de igualdad, ¿cómo vivís este momento de gran lucha colectiva de las mujeres para reivindicarse y, por ejemplo, lograr legalizar el derecho al aborto?

J.D.: –Es un momento histórico. La Argentina necesita insertarse en el mundo desde una mirada moderna que tiene que ver también con una política de salud pública actual y consciente. En ese sentido, me parece que es una responsabilidad grande del Estado y escuchar el pedido no solamente nacional sino también mundial con respecto al tema: de separar la Iglesia del Estado, que esos intereses no se crucen. La Iglesia es una institución que siento que está herida de muerte. No la religión. Yo creo en Dios, no soy católica, pero sí creo que es importante la religión, la fe. Podés elegir la religión que quieras pero no todos somos católicos. ¿Por qué nos tiene que regir la Iglesia Católica si no todos lo somos? Que cada uno siga el dogma que quiera, pero no van a decidir sobre mi cuerpo ni sobre mi vida. Y menos que un país esté atravesado bajo los intereses económicos, culturales, sociales e ideológicos de una institución que, además, es la que más abusos sexuales hace a niños en el mundo. Entonces, ¿de qué me están hablando? Es un nivel de hipocresía... Atrasa 5000 años. Es una hipocresía que ya no da para más.