Turandot, la última ópera de Giacomo Puccini, se presenta a partir de hoy en el Teatro Colón. La fábula de ambiente chino que se resuelve en los humanos expedientes del amor, el dolor y la muerte –sin por eso resignar un final feliz–, regresa al mayor escenario argentino con una producción que reedita la puesta en escena que Roberto Oswald elaboró en 1993, con la dirección de Matías Cambiasso y los vestuarios de Aníbal Lápiz. Participan el Coro y la Orquesta Estable y el Coro de Niños, con la dirección de Christian Badea. Nueve son las funciones previstas, con tres elencos. Tras el estreno de esta noche se repondrá mañana, el viernes y el sábado a las 20 y el domingo a las 17. También el martes 2, el viernes 5 y el sábado 6 de julio, a las 20, y el domingo 7, a las 17. 

Articulada en tres actos, Turandot se desarrolla en Pekín, en el tiempo impreciso y remoto que la leyenda sabe expresar. En 1920 comenzó el trabajo entre el compositor y Giuseppe Adami y Renato Simoni para poner a punto un libreto sobre la homónima comedia que con el rótulo de “fábula teatral” Carlo Gozzi estrenó en Venecia a mediados del siglo XVIII. Puccini murió el 29 de noviembre de 1924 dejando inconcluso su trabajo en el tercer acto, justo en la escena de la muerte de Liú, la joven esclava fiel a Timur, el rey de los tártaros en el exilio. En esas muertes, la de Puccini y la de Liú, estaba implícito el final de una era: la de la ópera como entretenimiento burgués. Ante el ascenso del cine y lo que siguió, a la lírica le esperaba el museo y el odioso rótulo de “arte para entendidos”. 

De Turandot Puccini dejó pendiente derretir el hielo entre Calaf y la princesa. El ignoto príncipe logró con arrojo e inteligencia acreditarse el amor de Turandot que, todavía ignorante de cualquier forma de ternura, no estaba dispuesta a conceder. Fue Franco Alfano, compositor napolitano, el encargado de completar “el estallido del amor que llega como un bólido luminoso”, que el compositor toscano había pedido a sus libretistas para el epílogo. Sobre apuntes originales, Alfano compuso un final al que luego Arturo Toscanini metió mano, para apresurar una conclusión obediente a las convenciones de un verismo que Puccini ya había superado largamente. El mismo Toscanini tuvo a su cargo el estreno de Turandot, en abril de 1926. Pasada la escena de la muerte de Liú, el director dio por terminada la representación. “Este es el fin de la ópera, porque aquí murió el maestro”, dijo. Apoyó la batuta y se fue. Nunca más la dirigió.

En la puesta del Colón, como Turandot, la cruel y androfóbica princesa que tardará tres actos en relajarse ante las ventajas del amor, se alternarán las soprano María Guleghina (25, 28 y 30 de junio y 2 de julio), Nina Warren (26 de junio y 5 y 7 de julio) y Mónica Ferracani (29 de junio y 6 de julio). El rol del príncipe Calaf, hombre escaso de patria pero abundante de pasión, estarán los tenores Kristian Benedikt (25, 28, 30 de junio y 2 de julio), Arnold Rawls (26 de junio y 5 y 7 de julio) y Enrique Folger (29 de junio y 6 de julio). Como Altoum, padre de Turandot y emperador de China, estarán los tenores Raúl Giménez (25, 28 y 30 de junio y 2 y 6 de julio) y Gabriel Renaud (26 y 29 de junio y 5 y 7 de julio). Timur, depuesto rey de los tártaros, serán los bajos James Morris (25, 26, 28, 29 y 30 de junio y 2 de julio) y Lucas Debevec Mayer (5, 6 y 7 de julio). Como Liú, esclava fiel del viejo Timur,  estarán Verónica Cangemi (25, 28, 30 de junio y 2 de julio), Jaquelina Livieri (26 de junio y 5 y 7 de julio) y Marina Silva (29 de junio y 6 de julio).

Precisamente Liú es el más pucciniano de los personajes de la ópera. No solo porque de su sacrificio sale una heroína, según ese código patriarcal que espera de las mujeres dulzura, espíritu de abnegación y amor desinteresado hasta la “renuncia a sí misma”. Liú es querible por su mirada hacia el otro y en este sentido contrasta con Turandot, que encerrada en el laberinto del poder es incapaz de reconocer el amor del extranjero. “Liú hace todo por amor, ella es la gran heroína”, dice Verónica Cangemi a PáginaI12. “Es evidente que antes de ser esclava y atravesar el desierto acompañando a su señor Calaf fue una princesa. Al momento de hablarle a la gran reina Turandot la trata de ‘vos’ y eso es muy significativo ante la encarnación del poder. Liú es una mujer con coraje y decisión, representa el amor”, asegura la soprano que encabeza el primer elenco de esta producción del Colón. “Y cuando se habla de amor hay que cantar con ductilidad, dulzura y matices”, agrega.

Cangemi cuenta que hace más de 20 años Zubin Mehta la convocó para hacer el papel de Liú en la Turandot que se hizo en la Ciudad Prohibida de Pekín, con la puesta en escena de Zhang Yimou. “En aquel momento no me sentí segura, pero acepté hacer de cover (suplente), por lo que se puede decir que mi debut con Liú es recién ahora”, explica la cantante mendocina, una de las figuras importantes de la ópera internacional. Acerca de las características vocales necesarias y su manera de acercarse al personaje, Cangemi reivindica su larga experiencia con el repertorio barroco, ámbito en el que trabajó junto a directores como René Jacobs, Mark Minkowski, Jean-Christophe Spinosi y Alan Curtis. “El barroco me dio una voz flexible. A diferencia de Turandot, que expresa un carácter autoritario, el de Liú es un rol lírico, necesita colores y recursos para cantar piano sin que la voz se achique”, explica la soprano que el año pasado en el Colón fue una extraordinaria Melisande en el Pelleas et Melisande de Debussy y en agosto será parte de la versión en concierto de L’incoronazione de Poppea de Monteverdi, antes de hacer Il Giustino de Vivaldi en diciembre en Lausanne y Elvira en L’italiana in Algeri en enero 2020 en París. “Yo siempre tuve una voz lírica y puedo salir cómodamente del repertorio barroco. La diferencia es que en Puccini hay que cantar con una orquesta de setenta músicos y en el barroco, de veinte. Por eso la respiración es distinta y la manera de emitir el sonido es otra. Pero la voz es la misma y la técnica es una sola”, concluye Cangemi.