Se sabe que las revueltas de Stonewall no fueron ni la única ni la primera vez en la historia que una protesta encontró su origen en la potencia intempestiva del sexo. Pero si, tal como reconoce Leslie Feinberg, en su análisis crítico sobre la historia de los Movimientos de Liberación Sexual, Stonewall, como acontecimiento, fue un episodio singular porque demostró que aquellas comunidades precarias de marginados sexuales no solo sabían cómo soportar los embates de la violencia policial, sino que también podían asumir un posicionamiento defensivo. Hasta incluso imaginar una ofensiva insurreccional. 

La organización de todos aquellos jóvenes de distintas sexualidades, expresiones de género y origen étnicos, pero especialmente de aquellos que no tenían techo e improvisaban una vida en la calle expulsados por la violencia social, habían logrado atacar de frente al poder y hacer retroceder la insistencia sistemática de la persecución represiva en la afiebrada irrupción de sus deseos aquella noche de verano. Y ese sigue siendo uno de los gestos históricos de dicha revuelta: no haber quedado consumida en la excepcionalidad de un estallido circunstancial, sino haber dado paso a la gestación de una fuerza revolucionaria que buscaba hacerse eco de las luchas globales en curso para inscribirse en un proyecto más amplio de transformación radical de la vida en común. 

Así fue como poco tiempo después de aquella mítica noche,  nació el Frente de Liberación Gay, compuesto por un grupo diverso de jóvenes activistas que reivindicaron el sexo como un sueño emancipatorio de carácter revolucionario. Inspirados por la lucha de los Frente de Liberación Nacional de Argelia y Vietnam, por la Revolución China, las Panteras Negras y los Young Lords, se opusieron al hambre, al racismo y especialmente a toda forma de guerra imperialista, apoyando de forma simultanea toda demanda social por el reconocimiento, respeto y transformación de las opresiones sexuales, genéricas y raciales presentes en la sociedad norteamericana. 

Tanto Flavia Rando, activista lesbiana histórica y profesora de Historia del Arte, como Fran Winant, poeta, pintora y activista lesbiana, fueron protagonistas de la emergencia de dicho movimiento. A través de su mirada sensible, reconstruiremos fragmentos de una experiencia de organización radical, que supo aprovechar las resonancias inmediatas de las revueltas de Stonewall para desafiar desde el placer, desde la organización colectiva y la visibilidad, un régimen social basado en la explotación, el silencio y la normalización de todo deseo pronunciado por fuera de la tranquilidad heterosexual. 

¿Cómo fue que se enteraron del Frente de Liberación Gay? ¿Qué las llevó a unirse?

Flavia Rando: Puedo responder eso porque tengo una memoria muy clara sobre el tema. Estaba en el autobús de la calle 14, que todavía existe, y me encontré con Martha Shelley, y me dijo: “Vamos a empezar una organización para continuar las protestas de Stonewall. ¿Te gustaría unirte?”. Esto habrá sido dos o tres semanas después de aquella noche. Le conteste: “¿Si me gustaría unirme? He esperado esta oportunidad toda mi vida!”.

Fran Winant: Yo también me enteré por Martha Shelley. Ellxs habían empezado a reunirse en una Iglesia Metodista, y hacia allí fui. A mí me daba mucho gusto de estar ahí, sentía que era muy importante porque en ese tiempo me preguntaba cómo iba a vivir la vida de las personas mayores que veía a mi alrededor. No me lo podía imaginar. De alguna manera estas personas allí reunidas, eran capaces de expresar realmente quienes eran, de diferentes maneras, yo simplemente no sabía cómo iba a vivir esa vida, y me decía, es divertido que ellxs hayan podido. Aunque luego, eventualmente hubo una división generacional: las personas más jóvenes miraban cómo los gays mayores iban paulatinamente encontrando formas de integrarse en la sociedad, y empezamos a decir no. No puedo hacer eso. No podemos ser esas personas y vivir esas vidas. Entonces nos preguntábamos qué podíamos juntxs, principalmente para responder a un nivel de persecución que era tan fuerte que te obligaba a renunciar a tu identidad, sin saber que venía después. 

¿Habían participado previamente de otras iniciativas de organización política parecidas al Frente de Liberación Gay? 

F. R.: Yo era una persona joven que estaba tratando de vivir su vida como una lesbiana, terminar la universidad y vivir por su propia cuenta. La decisión de politizarme fue un cuestionamiento a todo lo que conocía hasta el momento. Por supuesto que estaba al tanto del movimiento por los derechos civiles, pero sentía que no estaban defendiendo a las personas LGBT, y eso era difícil para mí. Después de la experiencia con el Frente de Liberación Gay, que habrá durado aproximadamente un poco más de dos años, integre Radical Lesbians, desde donde también surgieron muchas otras pequeñas organizaciones, que hacían trabajos específicos. Muchos grupos surgieron de aquella primera coalición, pero principalmente STAR (Street Transvestite Action Revolutionary) y Radical Lesbians, que no surgieron en contra, pero si fueron experiencias críticas sobre la misoginia o sobre el privilegio masculino que los hombres del FLG no tuvieron problemas de ejercer, dándonos la mitad de las oportunidades. No todos, es cierto. Pero muchos de ellos. 

F. W.: En ese mismo sentido, cuando la experiencia del FLG se acercaba a su final, yo comencé el sello editorial Violet Press (Prensa Violeta). Desde allí me concentré en el armado de antologías de poesía lésbica, en donde nos reuníamos y armábamos nuestros ejemplares de forma artesanal. Esa era una nueva forma de producir comunidad entre nosotras. 

F. R.: Pero es muy importante decir que el FLG desde el primer segundo nos hizo sentir libres. Allí existía la posibilidad de por fin no ocultarnos más, de expresar nuestras verdades. Pero principalmente era  la posibilidad de juntarnos con otrxs, que estaban dispuestxs a ser visibles y ocupar las calles a pesar de ser consideradas criminales, enfermas o personas locas por nuestros deseos. 

¿Qué significaba para ustedes la palabra revolución en aquel momento? En ese mismo sentido, ¿qué entendían por liberación sexual antes y cómo lo piensan ahora?

F. R.: Cuando me preguntas eso el primer pensamiento que me viene a la mente es que no solo estábamos viviendo en una sociedad extremadamente homofóbica, también era una sociedad extremadamente misógina. Las mujeres jóvenes desprotegidas, ya sea dentro de su familia de origen o por un compañero masculino, eran realmente un blanco fácil en la calle. Ademas de lo precarizadas laboralmente que estábamos. Peleábamos porque queríamos dejar de sentir temor, queríamos dejar de pensar que tal vez no íbamos a llegar a casa. Creíamos que eso podía cambiar. Nuestras preocupaciones eran similares al movimiento por los derechos civiles. Por eso nos aliamos con las Panteras Negras y los Young Lords, donde pensábamos nuestra realidad como personas LGBT pero también la violencia que implicaba la pobreza, la guerra. Eso significaba la revolución para nosotras: significaba que todo tenía que cambiar, que era posible crear algo mejor. Aparte de esto yo también pensaba que iba a haber una forma diferente de relacionarnos entre nosotrxs, esperaba eso, de alguna manera. Que podamos ser como una familia, un gran grupo, porque como personas gays hemos estado siempre separadas. 

F. W.: No sé cuánto la gente habla ahora sobre la palabra visibilidad e invisibilidad, pero esta era una gran palabra que seguía apareciendo: “Somos invisibles, por eso tenemos que salir a la calle”.  Teníamos pequeñas marchas en las que solo salíamos a marchar, improvisábamos un piquete y repetíamos nuestras consignas, la idea era mostrarnos.

¿Cómo piensan las revueltas de Stonewall hoy, cincuenta años después?

F. R.: Creo que prefiero pensar Stonewall no como una revuelta sino más bien como un levantamiento, o incluso mejor, una revolución.  La imagen de revuelta, en aquella época se usaba como algo caprichoso. Como un desorden sin objetivo. Creo que tantos de nosotros habíamos sido tan humillados, por la policía y por la mafia,  que nos miraban con el mismo asco, que lo que ocurrió ese día era una fuerza de rebeldía que pulsaba por existir. Y Stonewall fue ese lugar donde aquella gente lo hizo real. Cincuenta años después, lo primero que pienso, es cómo hizo tanta gente para sobrevivir sin tener un movimiento. Cómo hicieron tantas personas para soportar tanta violencia, tanto silencio antes de que empezáramos nuestro trabajo. 

¿Qué opinión les merece aquello que los movimientos han denominado como asimilación de nuestras diferencias sexuales,?

Las dos (al unísono): ¿Qué pensamos de la asimilación, la incorporación empresarial y la participación en los ejércitos? ¡La odiamos! 

F.R:: Lo que valoramos de experiencias como FLG, o incluso de experiencias tan importantes para nosotras como Radicalesbians, es que gracias al trabajo que hacíamos notamos que existía  un gran problema  en la manera en la que el poder organizaba de forma desigual, según el género, la clase social y la etnia, nuestra sociedad: así ordenaba de forma violenta quien podía vivir una buena vida y quien no,  quien tenía para comer y quien no, quien podía sentirse seguro y a quien le correspondía vivir sintiéndose en peligro.  La diferencia que teníamos con otros movimientos de la época era que nosotros no aceptamos las estructuras sociales que nos ofrecían integración. Y lamentablemente, estamos otra vez ante esa disyuntiva. Por ejemplo, el Manifiesto de la Revolución Gay del Tercer Mundo ¿Lo leyeron? Ahí ya hablábamos en nuestra época que ninguna persona gay debía ser incluida en el ejército, se hacía apología de la destrucción de la familia nuclear, se hablaba de abolir las prisiones. Teníamos un deseo colectivo por desmantelar esas formas de poder que privilegiaban algunas instituciones o algunas figuras por sobre las otras. Sí, es lindo caminar por la calle sin que las personas te tiren piedras, es cierto.  Pero seguimos habitando un momento extraño en nuestra historia. Somos reconocidos por la política, pero  nunca del todo. Estamos como en un espacio intermedio. Afuera pero adentro al mismo tiempo. Y la manera en que estemos finalmente protegidos, es aceptando las estructuras caducas de esta sociedad.

F. W.: Es una contradicción casi graciosa. Nos movemos de manera ambivalente entre ser dóciles perros o lobos furiosos. Un claro ejemplo de ello es el matrimonio igualitario: accedemos porque es parte de nuestros reclamos históricos para obtener la seguridad que todos tienen, pero al mismo tiempo naturalizamos el matrimonio como un camino correcto.  Vamos y volvemos entre esas dos imágenes. 

F. R.: Personalmente después de haber marchado más de 25 años ininterrumpidos, me fui sintiendo cada vez más desconectada. Finalmente ni siquiera voy, ni veo la marcha por televisión.  Detesto en lo que se ha convertido. La cantidad de corporaciones y policías que participan me da asco. Ahora es otra cosa, es un negocio. No apunta hacia la eficacia política. Pero es a esto a lo que nos enfrentamos. La apropiación funciona de esta manera. 

F. W.: Si, es cierto que funciona así. Pero de la misma manera, es importante pensar que esto es solo una reminiscencia. Pensarlo así puede ayudarnos. Lo real, lo verdadero sobre los levantamientos de Stonewall, paso cuando tuvo que pasar, y nosotras hicimos lo que teníamos que hacer siendo las jóvenes que éramos. Esto es una conmemoración. Solo eso. Ahora estas corporaciones quieren reconocernos. Pienso que puede ser bueno en alguna medida para nosotras, pero realmente no es importante. Lo importante es lo que vivimos, lo que recordamos y lo que enseñamos a partir de eso. Nosotras estuvimos ahí, nadie nos puede contar nada. Nadie puede discutirnos que convocamos y organizamos esa primera marcha que inició una historia. Eso sí que es importante: hicimos el trabajo que había que hacer y  lo hicimos con toda la fuerza que teníamos.