El senador Federico Pinedo pronunció un conjunto de frases cuya contingencia y aparente espontaneidad no las priva de contener una profunda significación. Sobre todo si a dichas frases las insertamos en una serie más amplia, que incluye otras piezas de la retórica macrista y las inocultables consecuencias de las políticas instaladas desde diciembre de 2015.

Ante un eventual triunfo de la fórmula Fernández-Fernández, Pinedo sentenció que “si llegara a pasar eso me tiro del balcón”. Luego, en una enigmática explicación de la catástrofe económica que su gobierno generó, señaló: “Estás caminando por la calle y te atropella un camión, ¿qué decís? ¿Es un fracaso tuyo? No”.

Si hiciéramos un inventario de las afirmaciones y juicios sobre el kirchnerismo que desde hace años expresan los funcionarios de Cambiemos, no tardaríamos mucho en advertir que solo dicen del otro lo que, sin duda, son descripciones de sí mismos. Han llevado al extremo la trillada oración que reza “lo que Juan dice de Pedro, habla más de Juan que de Pedro”.

Sin embargo, resulta tan estrafalario el uso de este recurso, es tan burdo el modo en que lo emplean, que no parece alcanzar aquí el consabido concepto psicoanalítico de proyección. En efecto, y hasta en aquellos casos de mayor gravedad de los que somos testigos en el terreno clínico, aun con la tergiversación que supone, la proyección siempre conserva algo de genuino. Por el contrario, los funcionarios de Cambiemos solo atinan a una estrategia deliberada y falsa cuando deben argumentar y atribuyen al otro lo que les es puramente propio.

Es probable que otras dos categorías freudianas permitan visibilizar con mayor claridad la lógica discursiva del macrismo: la transformación en lo contrario y la vuelta contra la propia persona.

El arrojo de Pinedo nos evoca la funesta proferencia de Macri cuando, poco antes de la muerte de Néstor Kirchner, anunció que sería candidato presidencial al año siguiente. En ese momento dijo que se iba a postular aunque tenga que “tirar por la ventana a Kirchner”.

¿Hay un hilo que conecte aquel propósito de arrojar al rival por la ventana y la reciente manifestación de Pinedo de arrojarse por el balcón? Creemos que sí. Qué devela ese hilo es lo que procuramos comprender en estas líneas.

El célebre psicoanalista Heinz Kohut, estudioso del narcisismo humano, examinó un rasgo saliente de Winston Churchill: “salir airoso de una situación de la que no parecía haber salida por medios corrientes. No me sorprendería descubrir que, en lo más profundo de su personalidad, abrigaba la convicción de que podía volar” (“Formas y transformaciones del narcisismo”, Revista de Psicoanálisis, Nº 2 T. XXVI, 1969).

Desde esa perspectiva halló un nexo entre una vivencia infantil y la conducta adulta del estadista. La primera ocurrió mientras jugaba con su hermano menor y un primo. Estos dos lo perseguían y de pronto se vio atrapado en un puente sobre un precipicio. Cuando la captura era inevitable, Winston súbitamente decidió lanzarse por el puente calculando poder aferrarse de las ramas de los árboles. El resultado fue quedar tres días inconsciente y tres meses en reposo. Kohut concluye: ”Aunque es evidente que en esta ocasión la fantasía grandiosa inconsciente que lo impulsó no estaba aún completamente integrada, ya se había iniciado la lucha del yo razonador para dar cumplimiento al anhelo del self narcisista de modo realista. Afortunadamente para él y para la civilización cuando alcanzó la cumbre de sus responsabilidades, el equilibrio interno ya se había modificado” (Op. cit.).

El deseo de lanzarse, de volar, que prevaleció en su niñez perduró en su vida adulta, solo que bajo otro procesamiento psíquico, es decir, sin que su yo quede colocado en la posición masoquista.

Un juego habitual en niños de un año y medio, aproximadamente, consiste en tirar al piso la cucharita (o el objeto que tengan en la mano), y repiten esa escena cada vez que el adulto recoge el objeto y se lo vuelve a dar. Cuando el adulto decide ya no reintegrarle la cucharita, el niño insiste, grita, patalea, y si no logra recuperar el objeto, puede optar por lanzarse él mismo al piso.

La pulsión, diría Freud, se consuma igual, la meta se realiza, solo que a costa del niño que pasa a ocupar el lugar de la cucharita. Es este un ejemplo sencillo de transformación en lo contrario y vuelta contra la propia persona, en que el chico cede la posición activa y se coloca en la posición pasiva, en el lugar de lo arrojado.

Bastante antes que Kohut, Freud analizó un recuerdo infantil de Goethe (“Un recuerdo de infancia en Poesía y verdad”, 1917). Cuando el poeta tenía tan solo tres años de edad jugó a tirar por la ventana, repetidamente, unas piezas de porcelana, al tiempo que unas personas lo aplaudían desde la vereda de enfrente. Freud decía que se combinaban tres tipos de placer: el placer por ser aplaudido, por ver cómo se hacían trizas los objetos y el placer por arrojar, entre los cuales éste último parecía ser el central.

Este placer, que se verifica en múltiples prácticas deportivas o cotidianas, también se expresa en el lenguaje popular, por ejemplo, en frases como tirar la casa por la ventana o tirar la piedra y esconder la mano.

Churchill sublimó del deseo de lanzar y se convirtió en un líder que actuó con arrojo; Goethe, al menos en su niñez, disfrutaba de la sensación de arrojar. La pregunta, entonces, es ¿qué ocurre cuando el deseo de arrojar queda insatisfecho? Tal como indicamos previamente, con el ejemplo del niño y la cucharita, aparece el deseo masoquista de arrojarse.

El gobierno de Macri arrojó al abismo, a la exclusión, a millones de argentinos. Lo mismo hizo con la industria, la ciencia, el comercio, etc. Sus políticas y su discurso se caracterizan por su carácter expulsivo, y así fue desde el inicio, condenando a tantos al desempleo, persiguiendo a políticos, sindicalistas y periodistas opositores, o como dijera el exministro Prat Gay, eliminando la grasa militante.

Más aún, a muchos de sus votantes también los ha arrojado, y ya no solo al deterioro en sus condiciones objetivas de vida, sino también a la perturbación del pensamiento. Los ha inducido a operar, en sí mismos, la transformación en lo contrario y la vuelta contra la propia persona. Hemos insistido en comprender ese curioso fenómeno de votar contra sí mismos, de cómo el odio se vuelve contra la propia persona.

Durante el gobierno de Carlos Menem, Mauricio Macri elogiaba sus decisiones, sobre todo económicas. Y en lo que suele denominarse neoliberalismo es clara la continuidad del actual gobierno con el linaje instalado en los ’90. Sin embargo, también es cierto que el gobierno de Macri en cada rubro avanza un casillero más en su potencia destructiva. Así se revela ya sea que tomemos variables económicas, jurídicas e incluso discursivas.

No es difícil recordar, por ejemplo, la triste frase de Menem cuando afirmó “estamos mal, pero vamos bien”. La clave de esa expresión era el conector “pero”, que inducía a sofocar la parte que le antecede. En efecto, se trataba de una construcción que no podía evitar referirse a la realidad (estamos mal) al mismo tiempo que intentaba objetarla.

Pues bien, si uno escucha el discurso habitual de Macri, su retórica se anima a ir un poco más allá. En cada ocasión, Macri sostiene (¿reconoce?) que estamos mal, aunque para él eso confirma que estamos haciendo las cosas bien, que “es por acá”. De este modo, la frase que subyace en su discurso, aunque casi es manifiesta, es “estamos mal porque vamos bien”. Esto es, ya no es un bien que objeta un mal, sino un bien que explicaría por qué estamos mal. Así, Macri ya no sólo pretende desconocer la realidad sino que procura romper con toda lógica del pensamiento, instalando un tipo de contradicción que perturba el razonamiento y, también, la percepción.

Tal es la ruptura del razonamiento que promueven y la alteración posicional que inducen, que podemos escuchar a sus votantes justificar, incluso, la inversión del argumento cuando casi afirman “estamos bien porque estamos mal” (o anuncian que votarán nuevamente a Macri “aunque se caguen de hambre”).

Si ganara la fórmula Fernández-Fernández, entonces, lo que se vería insatisfecho o frenado es el deseo de arrojar (a los Kirchner por la ventana, a los trabajadores al desempleo, etc.) y es por eso que el senador Pinedo se figura a sí mismo arrojándose por la ventana. En ese escenario, ya no solo no podrán continuar arrojando a miles a la exclusión, sino que también verán mermado su placer por hacer trizas al otro e, incluso, por ser aplaudidos por ello.

Y para terminar, es preciso hacer un comentario sobre le metáfora del camión que atropella (“Estás caminando por la calle y te atropella un camión, ¿qué decís? ¿Es un fracaso tuyo? No”). No se le puede negar el poder de síntesis que tiene el senador para condensar en una pequeña oración gran parte del repertorio conceptual y discursivo de Cambiemos. En primer lugar, resalta la simplicidad (o la banalidad) con que se analiza una dramática situación económica. En segundo lugar, uno podría decirle que no se debe caminar por la calle sino por la vereda, pues lo primero consiste en una escena riesgosa. Luego, ¿a quién representa el sujeto que camina y a quién representa el camión? Hay aquí una velada confesión de Pinedo: el que camina por la calle es el ciudadano, el camión que atropella es el Gobierno de Cambiemos, y entonces en algo tiene razón: ¿ha fracasado el caminante? No. El fracaso es del camión, aunque lamentablemente el que paga las tristes consecuencias es el atropellado.

* Doctor en Psicología. Psicoanalista. Autor del libro El malestar en la cultura neoliberal (Ed. Letra Viva).