Marco Berger es uno de esos directores que no puede (ni quiere) evitar incursionar una y otra vez en sus temas predilectos. Como si fuera un científico analizando su objeto de estudio desde distintas perspectivas, el responsable de Plan B (2009), Ausente (2001), Hawaii (2013) y Mariposa (2015) propone en Un rubio –que se verá desde este jueves en el BAMA Cine Arte (Avenida Diagonal Norte 1150)- una nueva aproximación al deseo, lo prohibido, la represión de los sentimientos y los vínculos masculinos.

Vínculos que, como casi siempre en su filmografía, van de la amistad a la seducción, y de allí a una intimidad atravesada por la ternura que podría coronarse bajo las sábanas. Lejos del tono ligero y festivo de Taekwondo (2016), coridigida junto a Martin Farina, Berger desnuda en cuerpo y alma a sus protagonistas, dos compañeros de trabajo que terminarán conviviendo bajo un mismo techo, exhibiéndolos en un estado de fragilidad emocional que no se corresponde con la robustez de sus físicos.

El rubio del título es Gabriel (Gastón Ré), un empleado de una maderera del conurbano bonaerense, viudo y con una hija que vive con su abuela. Gabriel se instala en lo de su compañero Juan (Alfonso Barón): es una mudanza hecha menos por voluntad que por obligación, en tanto uno necesita un lugar donde hospedarse y el otro, alquilar la habitación que acaba de dejar libre su hermano. Rápidamente surgirá entre ellos un juego de miradas y roces que servirá de combustible para encender la mecha de una tórrida relación física. El problema es que Juan no comulga con la idea de poner en duda su “masculinidad” frente a un entorno a priori poco apto para salir del clóset, al tiempo que Gabriel siente el peso de los mandatos sociales y familiares.

“Gastón Ré fue el actor más me impresionó de todos los que entrené: podía hacer un arco dramático muy amplio. Ahí surgió la idea de hacer algo, él tiró un par de puntas y después me puse a escribir una película que terminó superándome”, afirma Berger.


-¿Por qué terminó superándote?
-Porque veces hago una película para “hacer tiempo”, porque no quiero parar de filmar. Pero acá fue evolucionando porque apareció la hija de Pedro Irusta, el músico de todas mis películas, que era perfecta para el rol de la nena, después conseguí la maderera, la terraza… todo se fue acomodando. Cuando me senté a escribir, tenía dos o tres puntos clave. Quería que tema principal fuera la cuestión de esa hija y que él tuviera que salir del clóset dentro de su ámbito íntimo. Es un poco el descubrimiento de un deseo.

-Ese deseo y lo prohibido son dos los tópicos recurrentes de sus películas. ¿Qué roles juegan en Un rubio?
-El tema de desear y no poder concretar es algo que marcó mi adolescencia, a pesar de que a los 18 le dije a toda mi familia que era gay. Entre los 13 años y esa edad, que es cuando debe haberse armado mi estructura, sentía que ese deseo se contraponía a la realidad. Todas las películas que pienso, incluso a futuro, trabajan sobre esa línea, algo que también se relaciona con la libertad que me tomo para hacer lo que yo quisiera ver: pienso que si a mí me gustaría ver una determinada cosa, a otros también. Pero nunca hago películas para otros. Con la única que fui un poco deshonesto fue con Mariposa, una idea de los productores para “crecer” y llegar a no sé dónde. Después, cuando con Hawaii me sentí muy cómodo, me di cuenta que tenía que ir por ahí. Me propuse ser fiel a eso. Disfruto mucho trabajando alrededor del momento en el que una persona descubre su sexualidad.


-Pero más allá de la idea de “deseo no concretado” que mencionás, aquí ese deseo se materializa.
-Creo que es mi primera película en la que el deseo sexual muta en uno amoroso. También pasó que le perdí miedo a que asociaran mi cine a lo pornográfico, entonces me animé más con lo sexual. Me volví más “bruto” en ese sentido, con varias escenas explícitas. Acá es el deseo amoroso el que no se sabe si se va a concretar ni para dónde va a ir. Un rubio es una película cruda porque va contra la idea de que la temática gay ya está completamente transitada. Dentro de esa crudeza, quería jugar con los arquetipos (una maderera, el hombre, la fuerza) y poner al deseo en medio de un contexto masculino, homofóbico y contemporáneo.


-¿Ese entorno social condiciona el comportamiento de los personajes?
-Creo que la presión social estaba en mis películas: en Plan B, por ejemplo, había una imposibilidad de aceptar el deseo por un fantasma social. En este caso, el fantasma está presente, metido en esa casa. También es cierto que uno a veces “hace trampa” porque esta historia no funcionaba si ellos eran vestuaristas del Teatro Cervantes. Si quería contar una historia de amor que involucrara una hija y la religión, me convenía ubicarla en un espacio así.


-Esta es su primera película donde la idea de familia es uno de los elementos centrales del conflicto. ¿Qué le interesaba de ese tema?
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Me era funcional que Gabriel no tuviera una estructura armada en ningún lado: ni en la casa, ni con su hija, ni con su familia. No es casual que la película se haya filmado justo durante un gobierno que desarmó un montón de cosas. En ese sentido, la película iba a ser mucho más política, pero no sabía hasta dónde mezclar. Había una escena en la que echaban al padre y a unos compañeros de la fábrica y él se mudaba para tener otro trabajo. Sí sabía que no era el momento para hacer algo luminoso como Taekwondo.


-En una nota por esa película, dijiste que lo que más te había gustado era “trabajar una trama sin conflicto que retratara un mundo estático". Aquí, en cambio, hay un conflicto claro que encauza la narración.
-Es verdad. A pesar de ser una película independiente, me animé a contar una historia a lo largo del tiempo: empieza en verano, viene un otoño, llega el invierno y la primavera, y casi que termina de nuevo en verano. Yo venía trabajando alrededor de un deseo que se concretaba al final. Acá el foco está puesto en qué pasa después de esa concreción y cómo evoluciona en el tiempo el vínculo nacido de esa concreción. Me parecía que Un rubio necesitaba una estructura muy potente, que volviera a esa cosa de novela con el paso del tiempo, los conflictos repetidos, las vueltas de tuerca. En ese sentido, trato de evitar la repetición de fórmulas. Me gusta el correrme de eso. De donde no me corro es del lugar desde donde filmo. Siempre me preguntan por qué no hago películas que no sean gays, y la respuesta es que mi punto de vista es ése y no lo voy a cambiar. Mi interés siempre va a tener que ver con eso. Además, nadie toma conciencia que todo, incluso sin querer, es heterosexual. Sigo ocupando un lugar que está bueno y que alguien tiene que ocupar.