A Griselda, Cristina y Sonia.

"Non ti noccia/ La tua paura; che poder ch´elli abbia,/ Non si torrà lo scender questa roccia"

 

 

Estaba soñando cuando me desperté sin poder recordar alguna cosa más, que estar en mi habitación que en el sueño había parecido increíblemente real. Lo cual me hizo confrontarla con esta que lucía un poco más descolorida y un tanto deforme, como circular, lo que atribuí a los problemas de la vista que actualmente se han acentuado. Recobré con el agua y ante el espejo el rostro viejo que ahora me caracteriza, pero no logré despejarme totalmente aunque recobré de inmediato que era jueves y un destello de felicidad me aguardaba hacia el final de la tarde. Mejor dicho, mis tres amigas, tres colegas inmejorables que aguardarían para desentrañar como todos los jueves, la obra casi invisible, secreta, de Arnaldo Calveira. Antes, por supuesto, ¿por qué no decirlo?, el día se abría en una tregua silenciosa donde debía repasar un capítulo de Materia y Memoria para la reunión de los viernes acerca de la  literatura en el cine. Esa forma de saber que mi mundo exterior, el mundo de muchos otros, dista de ser agotado. Habíamos revisado a instancia de Felipe, La tragedia de Macbeth, a través de Kurosawa, de Welles, de Polanski, incluso la de Bela Tarr y la Belona de Wajda. Ahora encararíamos a Dostoievski a través de Pyryeb, Lampin, Kaurismaki, Zelenka, Brook y Bertolucci y a Kafka con Nemek, Oskin, Haneken y Welles. Levemente recordé algo del sueño, recordé que iba al encuentro de mis amigas y ellas aparecían como las tres parcas para anunciar el término mi vida. Recordé que les decía: sólo se trata de cerrar los ojos… y algo de mí, en principio mi voz, se quedaba en el sueño, como si ella fuera lo genuino y yo me desplazase en el silencio de lo refractario al todo, que consume lo real. Sin duda padecía el influjo de los films evocados y las lecturas recientes, que bastaban para retomar una ocupación inocente y sin embargo, peligrosa. Peligrosa dada las características de nuestra época, que atribuye al lenguaje y a lo real, la  exclusiva consistencia sustancial de la realidad, sostenida en conceptos materiales y papeles volátiles que denominamos dinero. Jamás había podido pensar en eso, en los asuntos considerados de vital importancia de los que nunca supe ni sé nada, ya que lo vital para mí, en ese sentido era, a lo sumo, repetir una frase del Sr. Steiner diciéndole a Lord Jim "No respeto a la gente que no respeta el dinero…" Lo vital para mí en ese momento, consistía en recordar un verso de Aldo que sutilmente desdoblaba el tiempo expandiendo su propia poesía y la poesía de Lucano: "¿no es tu misma pasión la que soporta la inscripción de esta mano…?".

Tal vez porque los colores del escritorio habían notoriamente disminuido; abrí de par en par las persianas pero la luz era débil y no atenuó mi incomoda sensación de irrealidad. Por un momento pensé si no seguía soñando. No sería la primera vez que creía despertar de un sueño y me encontraba en el espiral de otro sueño o en un punto de ese espiral, que imaginaba como el espiral de un caracol. Pero la consistencia de los libros en los anaqueles y la permanencia persistente y sólida del escritorio me disuadieron. El reloj, que al presente tiene una relación inestable conmigo, me convenció de que debía salir, estirar las piernas, respirar el aire de la leve brisa de otoño. Eran más de las tres y no había almorzado; aprovechando el hecho de que el departamento de Griselda, donde nos encontrábamos, quedaba sobre la Avenida Belgrano, decidí comer en un carrito que está frente al río y darme a la lectura de Bobok que tal vez utilizaría como prólogo para la reunión del viernes.

Aferrado a las minucias de la vida, leí un grafiti en una de las paredes de los galpones del bajo. Ojalá fuera más piadosa la noche… Acurrucado bajo la precariedad del desamparo, un linyera dormitaba... Pensé si él conservaría algo de aquello que conserva casi todo el mundo, si la nostalgia haciendo de las suyas derrumbaría sus muros de pudor y recordaría tal vez un rostro de mujer, la salida del sol, el Rondo alla zingarese del cuarteto 25 de Brahms que extrañamente irrumpía en mis oídos y que parecía acompasar el deslizamiento de nuestro río. Tal vez, un poco más tarde, en el insomnio probable de mi noche, me permitiría componer esta página…  Ahora, debía disponerme a seguir la marcha cotidiana hasta llegar al momento ansiado de compartir la lectura; sólo que me encontraba un tanto agitado. El ritmo de mi corazón se aceleraba… ¿Cómo transmitir la multiplicidad de percepciones que me abarcaban? Mi emoción se rebelaba, díscola en metáforas pero… ensanchaba mi brecha con el tiempo circundante, con el alcance de las palabras, incluso con una parte de mí mismo que juzgaba suficiente lo meramente razonable…  Antes de volver a cruzar la avenida, me senté en uno de los bancos para retomar el aliento y tratar de detener la levedad de la angustia que después de mucho tiempo ascendía inesperada… Alguien que pasaba me miró y titubeó en acercarse, pero decidió seguir al ver que yo giré mi cabeza para volver a mirar la imagen del linyera que dormía. Sentí que debía reposar hasta superar ese estado, al menos podía demorarme mirando a los transeúntes, imaginando que una mujer encorvada bajo el negro del vestido, que descendió de un auto aparcado en la esquina podía representar a Perséfone. Comprendí rápidamente con la angustia ascendiendo, que Griselda, Sonia y Cristina, me estarían esperando inútilmente para releer las últimas páginas del Diario de Eleusis. Inútilmente porque mis ojos indolentes se dejaban arrebatar por el sueño donde regresaba a los versos de Aldo o los de Calveira como alguien que regresa a la intimidad verdadera de su hogar, de su patria, de su origen.  

 

Ascendía mi angustia porque no podía evitar que mis ojos se fuesen cerrando mientras el ritmo de mi corazón se aceleraba. Alguien que pasaba me miró y titubeo en acercarse pero decidió seguir al ver que yo giré mi cabeza para volver a mirar en la otra orilla la imagen del linyera que dormía. Pensé que Griselda, Sonia y Cristina me estarían esperando para releer las últimas páginas de El libro de Eleusis mientras yo de manera indolente me dejaba arrebatar por el sueño de regresar a los versos de Aldo o los de Calveira como uno regresa a la verdadera intimidad de su hogar, de su patria, de su origen.