Sin casi ningún éxito concreto para mostrar en política económica internacional, salvo alguna apertura de mercado para productos agropecuarios, pero no nuevas alianzas beneficiosas, ni superávit comercial sostenido, ni inversiones, ni desendeudamiento, en casi todos los casos lo contrario, el presidente Mauricio Macri se embriagó de optimismo estas semanas y anunció acuerdos con la Unión Europea , Estados Unidos, Corea y con quien sea para agitar la campaña electoral. Lo hizo como si alguna de esas a lo sumo expresiones de deseo (dejando de lado si servirían o no) alterase un milímetro, a cuatro años de un gobierno que ya finaliza, el pésimo balance económico de su mandato.

Al anunciar lo del Mercosur con la UE, tras el cierre de una etapa negociadora con avances pero que aún requiere muchas revisiones y el voto de varios parlamentos, y que ya cosechó dudas en la propia Europa -para no hablar de los sectores productivos locales-, el presidente avanzó con reflotar algo así como el ALCA con Estados Unidos y dijo que “Argentina era el tercer país más cerrado del mundo, luego de Nigeria y Sudán”, lo cual es falso.

Hay una letanía en el “liberalismo” criollo según el cual Argentina no comercia con el mundo, es proteccionista, ampara a sectores ineficientes, es además “el país con más impuestos del mundo” (otra mentira) y vive atrasada y en el subdesarrollo por culpa de esas cerrazones. Hace más de un siglo que esa élite “liberal” argentina, como enseñaba Salvador Ferla, viene faltando a la cita histórica y sigue con su pensamiento colonial agropecuario.

Según el Banco Mundial, en el rubro tasa arancelaria y “nación más favorecida”, en promedio ponderado para todos los productos que comercia, Argentina tiene 14,7 por ciento de tarifa media, alta respecto del promedio (incluido del de América Latina), pero con decenas de países con tasas superiores. Para otro ítem, el de tasa consolidada en promedio simple para todos los productos que cada país comercia, el BM informa que Argentina tiene 31 por ciento de tarifa, menos que el promedio latinoamericano (que roza el 50 por ciento) y también que decenas de países que lucen mayores tasas.

Y finalmente, cuando el BM mide por participación de líneas arancelarias con máximos internacionales, siempre para todos los productos, Argentina presenta 25 por ciento, lo cual si bien también está por encima del promedio regional (18 por ciento), tiene encima decenas de países más proteccionistas de otros continentes. O sea, como país que siempre ha tenido, pese a las resistencias rentistas, vocación industrial, nuestro país no figura entre los más abiertos del mundo, pero tampoco entre los más proteccionistas.

La Unctad maneja cifras similares a las del Banco Mundial y la OMC, y en su último Informe Anual (2018) utilizó un contundente subtítulo para señalar lo ilusorio de la idea de “libre comercio” que, no se sabe si por ignorancia o por intereses, pregonan Macri y quienes piensan como él. El Informe Anual 2018 del organismo de la ONU se subtitula “El poder, las plataformas y la quimera (sic) del libre comercio”. Para la Unctad, “durante los cuatro últimos decenios, una combinación de astucia financiera, poder empresarial incontrolado y austeridad económica ha hecho trizas el contrato social al que se llegó después de la Segunda Guerra Mundial y lo ha sustituido por una serie diferente de reglas, normas y políticas, a nivel nacional, regional e internacional. Esto ha permitido al capital —tangible o intangible, a corto o largo plazo, industrial o financiero— eludir la supervisión reguladora, aprovechar nuevas oportunidades de lucro y restringir la influencia”. Señala también la entidad de la ONU, es decir donde convergen democráticamente todos los intereses nacionales, que “si algo nos enseña el período de entreguerras es que promover el libre comercio en un contexto de austeridad y desconfianza política generalizada no sirve para sostener el centro mientras todo se desmorona.”

Al criticar el proteccionismo actual ejercido por varios países, notablemente Estados Unidos, con el que Argentina ha competido a lo largo de la historia en el mercado mundial y con quien Macri quiere reflotar un acuerdo de “libre comercio”, la Unctad afirma que “para resistir con eficacia el aislacionismo es preciso reconocer que muchas de las normas adoptadas para promover el ‘libre comercio’ no han impulsado el sistema en una dirección más inclusiva, participativa y favorable al desarrollo”.

Desde 2008, cuando estalló la última crisis global, países de todo el mundo aprobaron 10.035 normas de proteccionismo económico, según datos del think tank Global Trade Alert. Se trata de una organización impulsada por el Centro para la Investigación de la Política Económica (CEPR, en inglés) en 2009, cuando intuyó que por esa crisis sobrevendría un escenario parecido al de la depresión de 1930, con mercados tendiendo a cerrarse. Las 10 mil barreras al comercio y las inversiones transfronterizas triplican las 3544 normas liberalizadoras aprobadas en el mismo periodo. Estados Unidos con 1435 normas fue el que más medidas proteccionistas aprobó, seguido de Alemania (854), India (797) y Rusia (597), según la misma fuente.

De acuerdo con el CEPR, asociado a la universidad británica de St. Gallen, la nación que hoy preside Donald Trump es también la más cerrada si sólo se consideran los socios del G-20. Por su parte, casi medio centenar de los países más atrasados sufrieron arriba de 1100 medidas discriminatorias desde la crisis de 2008, de las cuales 929 fueron lanzadas por socios del G-20 (el primero, Estados Unidos), en cuyas reuniones se habla como si lo hicieran en serio de “libre comercio”.

Otra medición que puede consultarse es de Statista.com. Allí se lee que el país con los impuestos aduaneros más altos del mundo es Bahamas (en la otra punta, el más libre es Canadá) y luego le siguen Gabón, Nigeria, Níger, Chad, la República Centroafricana o Ghana, y de otros continentes se destacan Pakistán, Nepal, Bangladesh, Camboya y Venezuela. Argentina no aparece.

Se ha dicho muchas veces, pero vale la pena repetirlo: los acuerdos comerciales entre países beneficiarían la paz y el desarrollo si fueran justos, equilibrados, corrigiendo asimetrías, voluntarios. Los “TLC” (Tratados de Libre Comercio) son otra cosa. En los esquemas neoliberales, ni siquiera tienen entre sus objetivos centrales el comercio más abierto de mercancías, sino capítulos mucho más jugosos para el capital como la desregulación total de los Estados nacionales, las patentes concentradas para las multinacionales más poderosas, las contrataciones públicas sin posibilidad de resguardar mínimos espacios al compre nacional para pymes locales, todo lo amplio del sector servicios (finanzas y promoción de off shore, salud, educación, telecomunicaciones, seguridad), entre otros filones que superan con creces el mero comercio. Y desde luego, el ganador siempre será el socio con mayor poder, desarrollo previo y capacidad de coacción.

Durante el gobierno anterior no se firmaron “TLC”, pero sí una alianza estratégica importante (que el actual gobierno usufructúa) con la segunda economía mundial, o sea China, hubo superávit comercial todos los años, mayores ingresos de divisas por exportaciones y niveles de inversión directa externa similares o superiores a las actuales. Había además cero aislamiento (otra ridiculez que se menta), excepto mayormente del capital especulativo internacional y del FMI, a los que se ha vuelto estos años condicionando de nuevo el futuro nacional.