Que las mujeres crecemos pendientes de la mirada de lxs otrxs es algo que ya se sabe, pero cómo sucede esa educación que después lleva tanto trabajo desandar, cuándo empieza, cuáles son los hitos que la van apuntalando, es demasiado difícil de captar. ¿Cuál es el exacto momento en que una nena descubre la satisfacción en la mirada de lxs que la miran, la adrenalina que eso le genera? ¿Por medio de qué batería de mensajes explícitos o velados se le enseña que la inteligencia, el sentido del humor y la creatividad están muy bien, pero no hay nada más importante que ser linda? Melisa Liebenthal se pone al hombro todas esas preguntas y muchas más en el documental Las lindas, su primer largo, que pasó por el último Bafici, en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam ganó en la categoría Bright Future y ahora se exhibe en el Malba.

Liebenthal está en la mitad de sus veintes y por lo tanto en ese momento crucial en la vida de muchas de nosotras en el que lentamente dejamos de acatar ciertos valores, o decidimos de una vez por todas que los defectos que desde siempre nos atribuimos no son propios sino impuestos. Con esa rebeldía encima y en clave de comedia (porque en Las lindas, en una nota de madurez que marca el tono de la película, no hay lugar para la autocompasión), la directora va a buscar respuestas a ese lugar que es el corazón mismo de la formación de la mirada: el grupo de amigas. Así que por un lado están las chicas, amigas de la infancia de la directora, a las que la cámara registra en el momento de maquillarse cuidadosamente y con pericia, produciendo una magia que es toda teatral, o en el de ejecutar esa otra jugada maestra que es bailar y divertirse con la consciencia de ser miradas pero sin que se note esa consciencia. Le basta a Liebenthal con poner la cámara frente a esos momentos de gracia, que están en la base de una cultura construida alrededor de “la chica”, para dar a entender casi con melancolía que ése es un mundo del que ella siempre estuvo afuera.

Las chicas bailan, se ríen, se lucen, repasan las fotos de la infancia donde aparecen disfrazadas o tratando de verse sexies y, como si todo hubiera sucedido hace muchísimos años, en una especie de prehistoria, enumeran una por una las creencias sobre sí mismas, sobre el cuerpo y sobre lo que una chica debería ser, que adquirieron en el camino (y no es tan seguro que hayan dejado atrás, si es que alguien puede hacerlo del todo). Pero hay otro tipo de material de archivo que establece un contraste enorme con ese mundo de mandatos y reglas que conformaron la femineidad y la sexualidad como parte de una misma cosa, y son los videos en los que la directora, en plena y esplendorosa edad del pavo, se filmó con sus mejores amigas haciendo esa otra cosa que las chicas hacen cuando nadie las mira: jugando, disfrazadas no para verse bien sino para darse risa, y ejerciendo con total libertad, en el caso de Melisa Liebenthal, ese papel de payasa o comediante incipiente que culturalmente parece estar reservado a los varones.

Entonces, por qué parezco un varón, por qué me dicen que tendría éxito entre las lesbianas o por qué me preguntan si me gustan las chicas son otros tantos de los interrogantes que Las lindas deja suspendidos en el aire, dolorosos, sin aliviarlos jamás con auto-superación o pancartas de feminismo instantáneo. Es ese equilibrio que la película encuentra, entre mandar ciertas cosas al carajo y reconocerlas como parte de una formación que acaso nunca se abandone del todo, lo que la vuelve tan sincera y punzante. Y hace también que una no pueda dejar de preguntarse al verla, pensando en su propia historia, ¿acaso no había otra manera? O, ¿cómo hubieran sido esos años, todo ese tiempo que ahora parece en cierta forma perdido, si en lugar de estar tan pendiente de la mirada de otrxs hubiera importado más eso que aparece en Las lindas por todas partes: la risa de las chicas?