Producción: Javier Lewkowicz


Agravaría las asimetrías

Por Alejandro Vanoli *

El 6 de junio Jair Bolsonaro y Paulo Guedes, presidente y ministro de Economía de Brasil, se refirieron en Buenos Aires a que los gobiernos de Brasil y Argentina estarían trabajando en una moneda común y rápidamente el ministro Nicolás Dujovne confirmó que ambos países avanzan en la idea de crear una nueva moneda común, que se llamaría "peso real". Sin embargo, al día siguiente el Banco Central de Brasil aclaró que el mismo “no tiene proyectos o estudios en marcha para una unión monetaria con Argentina”. Si efectivamente los gobiernos de ambos países tienen un proyecto para desarrollar una Unión Monetaria, su implementación llevaría varios años. Pero aun así, esto tendría un impacto negativo si no se encara un proceso gradual de reducción de asimetrías en el marco de un plan de desarrollo armónico para todos los socios.

Tal como enseña la experiencia europea, los desbalances entre países suelen no cerrarse, especialmente cuando las estructuras productivas, el tamaño y el desarrollo de distintos sectores difieren tanto. Por otro lado, Argentina ya tuvo la traumática experiencia de la convertibilidad para comprender las limitaciones que imponen perder las herramientas de la política monetaria y cambiaria.

Al observar los datos del sector externo, Brasil exhibe menor déficit en la Cuenta Corriente, tanto por su balance comercial como por los intereses de la deuda. Del mismo modo, su stock de reservas internacionales equivale al 148 por ciento de sus importaciones, mientras para Argentina ese valor representa sólo un 76 por ciento.

Lo mismo puede verse en los movimientos del tipo de cambio real multilateral, mejor expresión de cómo ajusta la economía a los shocks internacionales. Al mirar la correlación móvil de ambas monedas, puede verse que no existe un movimiento común entre ambas. De existir una moneda única, esto no podría suceder, haciendo ajustar esos shocks en otras variables, como la producción y el empleo.

Lo mismo sucede con la política monetaria, que debe optar por una sola respuesta, cuando los países pueden necesitar una distinta según cada ciclo. Al considerar el peso geo-económico de Brasil, es posible que igual que Alemania hoy en la Unión Europea (UE), haga valor sus intereses por sobre sus socios menores.

Por otro lado, el diferencial de rendimientos en los bonos soberanos es otro factor que impactaría negativamente en este tipo de integración, debilitando la moneda común. Si bien en la UE se registró una convergencia inicial en los rendimientos de los distintos países, la crisis financiera global aumentó el diferencial de países como Grecia o España a niveles mucho más altos que los de Alemania o el resto de la Zona Euro.

Hoy incluso ocho años después de la crisis europea, los rendimientos de Italia están completamente disociados del resto de la Unión Monetaria, indicando como este problema puede agravar los diferenciales divergentes entre países del Mercosur.

Otro de los puntos importantes a tener en cuenta en el hipotético caso de integración monetaria entre ambos países es la convergencia fiscal y el grado de endeudamiento.

Siguiendo la lógica del pacto fiscal europeo, en el cual los Estados se comprometen a tener una relación déficit fiscal-PBI menor al 3 por ciento y una deuda-PIB menor al 60 por ciento. El resultado primario promedio de ambos países está en torno al límite del 3 por ciento. Sin embargo, si se tiene en cuenta el pago de los intereses, el resultado global o financiero supera ampliamente el mismo. Si se decide por utilizar este criterio, los países deberían recaudar más o ajustar el gasto público.

Hay que tener en cuenta en las uniones monetarias el impacto en el aparato productivo. Aquellos países que tienen mayores capacidades productivas, tamaño de la economía y una estructura económica más homogénea serán los que puedan imponer en qué actividades se especializará cada país. Al ser Brasil una economía de mayor tamaño y un sector industrial más competitivo que Argentina, es de suponer que querrá ser el líder en los sectores dinámicos.

Si bien una integración económica en una lógica de desarrollo armónico es loable, una unión monetaria que implique rigideces que no contemplen los diferentes ciclos y estructuras económicas y sociales e implique una pérdida de instrumentos, agravará las asimetrías y puede provocar una crisis, como refleja la experiencia de la UE cuando desnaturalizó su esencia integradora y forzó el ajuste y la moneda única sin que se cumplieran las etapas necesarias para hacerlo exitosamente.

*Ex Presidente del BCRA.


Propuesta improvisada

Por Juan Matias De Lucchi *

El rumor de la creación de una moneda común entre Argentina y Brasil, deslizada por el presidente Bolsonaro durante su estadía en Buenos Aires, no debería tomárselo con demasiada seriedad. No solo porque el Banco Central de Brasil salió rápidamente a desmentir que existiera algún proyecto en marcha, sino porque operativamente sería más difícil incluso que el caso europeo.

Más allá de la improvisación con que ambos gobiernos han tratado públicamente un asunto tan complejo y sensible, la idea de establecer uniones monetarias entre países tiene una larga tradición en la teórica económica convencional. El concepto de “área monetaria óptima” (AMO) ha sido desarrollado a principios de los años sesenta, entre otros, por el economista canadiense Robert Mundell. Dada la integración económica entre Canadá y el gigante estadounidense, Mundell proponía sustituir el viejo lema “una nación, una moneda” que diera surgimiento al capitalismo industrial basado en los Estado-nación, por el lema “un mercado, una moneda”. Afortunadamente para sus habitantes, Canadá nunca “dolarizó” su economía y, en gran medida, gracias a ello, el efecto de la crisis del 2008 fue rápidamente neutralizado por la autoridad monetaria.

El concepto “moneda común” ha sido articulado desde un enfoque neoclásico en donde se presupone que, al reducir los costos de transacción, el mecanismo de sustitución factorial entre capital y trabajo sería mucho más eficiente. Por otro lado, una moneda común evitaría que gobiernos “populistas” hicieran uso del banco central para estimular la demanda agregada. En otras palabras, una moneda común facilitaría la convergencia hacia un equilibrio regional de pleno empleo.

Más allá de que Argentina no es Canadá y mucho menos Brasil es Estados Unidos, la idea de una AMO conlleva serios problemas teóricos y empíricos. Sin embargo, si de imaginar se trata, podríamos comenzar diciendo que una unión monetaria sudamericana seria aún mucho más inestable que la eurozona. Cuando el euro se crea una década después de la caída del muro de Berlín, el PBI total de los países miembros de aquel entonces representaba casi el mismo tamaño de la economía estadounidense. Actualmente, Argentina y Brasil no llegan juntas ni al 15 por ciento del PBI de Estados Unidos. Dicho de otra manera, no habría ninguna chance de que una moneda común sudamericana pudiera acercarse al podio de las monedas internacionales. Para tener una dimensión de la dificultad que resulta ganar tal jerarquía, ni siquiera China como segunda potencia mundial ha podido todavía internacionalizar el yuan como reserva de valor, aunque todo indica que va en camino a ello.

En este sentido, una moneda común no sería más que una suerte de real brasileño extendido a la Argentina. Actualmente, los pilares de la estabilidad monetaria brasileña son los 280 mil millones de dólares en reservas internacionales de su Banco Central y un gobierno que se encuentra prácticamente desendeudado en moneda extranjera. Sin embargo, en el contexto de una unión monetaria habría que repensar la estabilidad brasileña porque lo único que Argentina tiene para sumar son 170 mil millones de dólares en deuda pública denominada en moneda extranjera con privados y organismos internacionales.

De cualquier manera, más allá de los detalles que no sabemos ni siquiera si existen, es importante entender que las uniones monetarias tienen un error de diseño fundamental por no contemplar simultáneamente la necesidad sistémica de la unidad fiscal. Cuando desaparece el banco central como agente fiscal, ocurre lo que observamos durante la crisis de la periferia europea: los gobiernos emiten deuda para cubrir el déficit fiscal pero, al no existir el prestamista de última instancia capaz de operar en el mercado secundario de bonos, la tasa de interés comienza a aumentar con mucha volatilidad. Por otro lado, dado que la moneda común se tornaría en una restricción fiscal encubierta, estaríamos en presencia de una medida mucho más radical a la del proyecto de reforma de la carta orgánica del BCRA que pretende prohibir definitivamente los “adelantos transitorios” al tesoro. Al menos, en este caso, el BCRA podría continuar operando en el mercado secundario de bonos y financiar indirectamente el déficit fiscal. Pero en el marco de una unión monetaria el riesgo país ya no sería solo sobre la deuda en dólares sino también sobre la hipotética deuda en moneda común.

Por último, vale recordar que en función de su objetivo de tasa interbancaria, el Banco Central Europeo (BCE) se acomoda endógenamente a la demanda de reservas bancarias de toda la eurozona sin ningún tipo de restricción. Por eso, podemos decir que el BCE actúa como prestamista de última instancia de los bancos pero no de los gobiernos. Sin embargo, como el sistema bancario argentino es bimonetario (tiene depósitos en dólares), una eventual autoridad monetaria regional ni siquiera podría actuar como prestamista de última instancia de los bancos, al menos, sin poner en riesgo las reservas internacionales de los países miembro.

La crisis de deuda y la emergencia cambiaria de la Argentina no se resuelven con ideas estrambóticas e improvisadas que luego terminan en catástrofe. Lo que se necesita es un banco central que no le tiemble el pulso ante los ataques especulativos y que esté plenamente capacitado y habilitado para operar en los mercados monetario y cambiario. Este es el punto de partida para una estabilización macroeconómica.

* PhD Economía (Estudiante), The New School (New York). Profesor Adjunto, CUNY-John Jay College (New York).